Operación Ave. Antonella Gattini
OPERACIÓN AVE
Antonella Gattini
A todas y todos los que día a día toman acción
para crear un mundo mejor.
A mi amado Juan Carlos,
por alentarme a cumplir mis sueños y a seguir soñando.
ÍNDICE
Capítulo I
¡No puedo creerlo, está a unos metros de nosotros! De su pequeño rostro, diferencio dos diminutas esferas negras a cada lado, mientras que en el centro una discreta boca se extiende en forma de punta. Las plumas marrón oscuro cubren todo su cuerpo, salvo una pequeña mancha blanca en forma de corazón ubicada en el pecho. No entiendo cómo se sostiene, menudas garras negras se asoman bajo su torso, pero me resulta imposible creer que esas extremidades soportan su peso.
Miro a Neit de reojo, está paralizado. Si no siguiera de pie, creería que su corazón se ha detenido.
—Hermano…
Mi corazón palpita como un tambor, tan fuerte que no escucho mis pensamientos.
En tanto, la criatura sigue inmóvil, sin dejar de mirarnos.
—¿Qué… qué es eso, Zabina? —Estira con lentitud su brazo y se aferra al mío.
—Es… es un ave…
La oración es tan irreal que cuestiono si estoy despierta. El recuerdo de mi madre hablando de tan sublimes animales se hace presente, pero soy incapaz de escuchar sus palabras, el maldito tambor no se detiene.
La mirada del ave es penetrante. Permanezco inmóvil, observando sus pupilas, hasta que una punzada en el corazón me hace reaccionar. Me llevo las manos al pecho e intento respirar con rapidez para calmar el malestar, su intensidad aumenta con cada segundo. Mis rodillas tocan el suelo.
Neit se vuelve hacia mí.
—¡Zabina! ¿Qué te pasa?
Preocupado, se agacha a mi lado y recoge sus pequeños brazos a mi alrededor. Su calor inmediatamente me genera una sensación de alivio. Levanto la vista para encontrarme con el ave expandiendo sus alas, preparándose para emprender el vuelo. Se dirige hacia nosotros mientras observamos boquiabiertos sus extremidades, suben y bajan para generar impulso a gran velocidad. De pronto, noto que algo blanco cuelga en una de sus pequeñas garras.
—¡Va a chocar con la ventana! —Neit se cubre el rostro.
Segundos antes de estrellarse, el ave cambia el rumbo de forma abrupta y se dirige hacia el cielo. Nos levantamos con rapidez y corremos hacia la ventana; se ha perdido en la inmensidad.
***
—¡Vamos a llegar tarde de nuevo, Neit!
Corremos por el centro de Lonolab, la ciudad donde vivimos en períodos de verano. La poca agilidad de mi hermano para correr y su mirada perdida me hacen suponer que permanece en estado de shock por nuestra peculiar visita de la mañana. En verdad yo también lo estoy, solo me impulsa a seguir la simple razón de que si llego tarde una vez más, existe el riesgo de perder treinta por ciento de los OGO Créditos que he sumado hasta la fecha; son mi única posibilidad de reencontrarme con mi madre.
La OGO (Organización Global Oficial) es la razón de que los sayosianos trabajen en períodos de invierno en Veronia y se preparen estudiando en períodos de verano en Lonolab. La OGO mantiene tanto a nuestra comunidad, Sayosia, como a las otras ocho que están distribuidas en distintas partes del planeta. Una vez al año, la OGO selecciona a las personas con más créditos para trabajar en Tedqua, donde se encuentra la casa matriz. Mi madre fue elegida hace siete años, desde ese momento no tenemos noticias sobre ella. Para proteger los avances tecnológicos y los recursos de los inadaptados, se impide a los elegidos cualquier contacto con el mundo exterior.
Los inadaptados son personas consideradas de alta peligrosidad; posterior a la tercera guerra mundial biológica, se marginaron y levantaron contra la OGO. Es común escuchar rumores de que han atacado Tedqua para robar recursos, a veces se introducen en las comunidades camuflados para el mismo fin. Nunca los he visto, mi familia tampoco, pero sabemos que la OGO policía sostiene constantes enfrentamientos contra ellos.
Dejo a Neit a toda prisa en su estación y luego me dirijo a la mía. Al llegar, corro por el pasillo y a través de la ventanilla de la puerta veo que la profesora Oresia está sentada en su escritorio; de pronto, recuerdo que sabe sobre animales.
—¡Profesora, vi un ave hoy! ¡Aún existen! —Entro sin calcular mi exceso de energía, aunque alcanzo a poner un pie para no caer.
Una ola de carcajadas se derrama sobre mí. Durante un segundo, olvidé que llegaba tarde, es obvio que mis compañeros están sentados en sus puestos.
—¡Es verdad…! Mi hermano también la vio… —Me giro hacia todos, siento la temperatura