Operación Ave. Antonella Gattini
Melea y Yiza, son el terror de nuestra estación. Aunque me importa bien poco lo que ellas u otros piensen de mí, me da rabia no tener la personalidad para ponerla en su lugar.
—¡Ya basta! Saquen sus pantallas y vayan al capítulo cuatro de física cuántica avanzada, ¡ahora! —La profesora Oresia me toma del hombro y me mira con extrañeza—. ¿A tus quince años? ¿No estás un poco grande para estos juegos, Zabina?
No esperaba esa reacción de su parte y me duele. Siento frustración y estoy confundida, ¿cómo explicar lo inexplicable? Me siento en mi silla y miro de reojo al resto de la clase; al parecer, regresaron a lo suyo, salvo Kay, quien me observa con su seriedad de siempre, acompañada de una expresión que no logro descifrar. Es probable que piense que estoy loca.
Tasz, mi mejor y único amigo, además de eterno compañero de asiento, me mira con una expresión burlona. Preveo lo que se viene.
—¿De verdad viste un ave hoy?
—¿No crees que fue suficiente humillación?
—Mmm… pero supongamos que te creo… ¿Qué tal si conectamos una cámara sensorial de ángulo completo en el lugar donde la viste, por si vuelve a aparecer? Si la combinamos con un GPS Shot JVR-5 que arroje un nanocódigo al animal sin dañarlo, el cual se activaría con una luz infrarroja sensible al movimiento, podríamos rastrearlo sin problemas. —Se lleva la mano a la barbilla.
Si hay un experto en tecnología, es Tasz. Aunque lleve el cabello sin cepillar durante días y esos enormes lentes redondos, siempre convence a los demás de los beneficios de los últimos avances tecnológicos y pretende usarlos bajo cualquier pretexto. Es obvio que terminará en la OGO antes que el resto de nosotros; a pesar de ser tan joven, podría perfectamente construir y pilotear una nave espacial.
—¿Por qué no mejor rastreamos tu peineta? —Agito mi mano con energía sobre su melena.
La tarde se hace eterna. Por mucho que Tasz me repite lo increíble que son los nuevos prototipos del tren bala que está por inaugurar la OGO, no puedo pensar en otra cosa que no sea el ave. Si bien mi imaginación a veces no tiene límites, estoy muy segura de lo que vi; además, hay un testigo. Aunque tiene nueve años, diría con certeza que es más racional que yo… ¿Cómo habrá llegado el ave hasta aquí? ¿De dónde vendrá? ¿Habrá otras cerca? ¿Alguien más la habrá visto? Muchas preguntas por responder y pocas personas a quienes preguntar. Sé que mamá habría sido la indicada para ayudarme a resolver este misterio, sabe mucho de animales, en especial de aves, pues son nuestra clase animal favorita y siempre conversábamos sobre ellas.
Suena el timbre que da término a la jornada, lo único que quiero es llegar a casa. Tal vez mis abuelos o mi papá tendrán algo que decir al respecto; al menos, eso espero.
Antes de salir de la sala, noto que Tanya y Yiza están en el pasillo y lanzan entre ellas algo que parece una caja metálica, mientras Melea las observa riéndose. Intento agilizar la marcha y pasar desapercibida, así que miro fijamente al suelo. Lucen concentradas en su juego; si apuro el paso, creo que tengo una gran posibilidad de llegar invicta a la salida.
—¿Así que viste un ave, sabelotodo? —El tono de Tanya es burlesco.
“¡Mierda! Estaba tan cerca”.
—¿Cómo crees que te aceptarán en la OGO si estás demente? —agrega Yiza.
Repito en mi cabeza: “Eres sabia, eres sabia, eres sabia”. Intento hacer honor a las palabras de la abuela Iade, siempre dice que las personas con sabiduría no se ofenden por dichos de los ignorantes. Sigo caminando con la vista fija en la manilla de la puerta que me sacará de este incómodo momento.
—¡Vaya forma de llamar la atención! ¿Te ha funcionado esa estrategia alguna vez? ¿Tienes más amigos, aparte del rarito de Tasz? —Melea utiliza un tono muy desagradable.
Soy capaz de ignorar que se metan conmigo, pero si lo hacen con Tasz es otra historia.
—¿Cómo raro? ¡No por ser más inteligente que ustedes tres juntas, significa que sea raro!
Me arrepiento al momento de terminar la frase, estoy a pocos centímetros de alcanzar la manilla, pude ahorrarme la pelea.
—¡¿Qué dijiste?! —grita Tanya—. ¡Aquí va tu ave, mentirosa!
Por el rabillo del ojo, veo la caja metálica acercarse a mí a gran velocidad. Alcanzo a cubrirme la cabeza con el brazo derecho, mientras me preparo para el impacto. Percibo una ligera brisa cerca de mi frente, pero extrañamente no siento el golpe.
—Cuidado, Tanya, podrías pegarle a alguien con esto. —Hay ironía en la oración de mi salvador.
Me giro y veo a Kay. Mis mejillas se encienden de nuevo.
—Kay, estábamos jugando con Zabina… —La risa de Tanya retumba en el pasillo—. Vamos, chicas, terminó la diversión aquí.
Las miro hasta que desaparecen por la puerta de salida, me siento aliviada y sorprendida.
—¿Estás bien? —Kay me toma del hombro. Creo que es la primera vez en la vida que se dirige a mí para algo que no sea pedirme un lápiz o preguntarme la hora.
—Sí, muchas gracias; de verdad estábamos jugando. —Siento vergüenza de admitir que era el blanco, no me gusta verme como víctima, menos que sientan lástima por mí.
—Necesito hablar contigo.
Me mira fijamente. Nunca había notado que sus ojos son grisáceos ni que tiene una pequeña cicatriz en la parte superior del labio. Algunas mechas de cabello castaño claro caen desordenadas sobre su frente, intentando ablandar de alguna forma la dureza de sus facciones y su seriedad característica. Siempre me pregunto cuál será la historia que se esconde detrás de esa actitud tan compuesta y esa soledad que parece disfrutar.
—Quería preguntarte por lo de hoy —interrumpe mi proceso de contemplación—, ya sabes… eso de que viste un ave.
Me toma un tiempo entender a qué se refiere, pero ¿cómo olvidarlo? Intento pensar en una respuesta lógica o al menos coherente; sin embargo, en el segundo en que abro mi boca para responder, el sonido del holófono detiene mis palabras. Saco el móvil del bolsillo y presiono contestar, el holograma del rostro de Neit se proyecta.
—¿Dónde estás? —Su tono denota preocupación—. Están cerrando mi estación y aún no vienes por mí.
—¡Voy! —respondo en automático, mientras miro a Kay con expresión de disculpa.
—¿Podemos conversar sobre esto mañana? Es importante.
—¡De todas maneras!
Corro sin dejar de sentir intriga por lo que Kay desea saber respecto al extraño suceso.
***
—Vimos un ave hoy, ¿verdad?
Tras el grito de Neit, una sensación de alivio me envuelve al reafirmar que no se trató de una alucinación: lo que sucedió esta mañana fue real.
—¡Nadie me cree, Zabina!
—Tal vez sea mejor que, por ahora, lo mantengamos en secreto y solo conversemos con nuestra familia, ¿te parece? —Me parte el alma pensar que Neit puede ser blanco de burlas sin que yo esté para defenderlo.
Llegamos a casa. Papá está cocinando la porción correspondiente a los martes para la comunidad sayosiana, sopa de lentejas como plato principal y sopa de plátano para el postre.
La OGO también se encarga de decidir qué come cada comunidad. La patrulla destinada a nuestro sector pasa una vez al mes para dejar las porciones en canastas familiares. Los alimentos vienen en polvo para facilitar el proceso de transporte, así como la durabilidad y preparación. Si bien aseguran que los menús son variados, para mí cada plato tiene el mismo sabor amargo, la única diferencia es que algunos son más salados que otros. Estos menús, al igual que lo demás que consumimos y usamos, son producidos en laboratorios controlados por la OGO.