Operación Ave. Antonella Gattini

Operación Ave - Antonella Gattini


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familiares incluyen productos de higiene y limpieza, solo cada tres meses podemos hacer “pedidos especiales”, como medicamentos, ropa y otra cosa que necesitemos como familia.

      El agua y la energía también son controlados por la organización, a través de un sistema inteligente instalado en las viviendas de cada comunidad. El recurso natural más preciado que tenemos es el agua, su uso es monitoreado de forma estricta, desde la duración de las duchas hasta cuánta bebemos por persona al día. Lo mismo ocurre con la energía eléctrica, a las diez de la noche se apaga la luz en Sayosia; a partir de ese momento, nadie puede salir a la calle y esto aplica para las otras comunidades del mundo. Después del toque de queda, solo siguen funcionando con electricidad los recintos hospitalarios y, por supuesto, las sedes de la OGO.

      Nosotros, por ser parientes de una elegida, recibimos más “variedades de comida” que las demás familias. Tenemos acceso más rápido a salud en caso de ser necesario, y mayores posibilidades de recibir cosas que solicitemos cada tres meses. A veces, mi padre usa como consuelo que mi madre no quiere que perdamos estos beneficios y por eso no ha regresado, pero en el fondo de su corazón sabe que ese no es el motivo.

      Papá coloca la olla sobre la mesa, nos sentamos y espero que mis abuelos dejen de discutir para hablar. Viven con nosotros desde que mamá se fue, supongo que con la intención de suplir el vacío que dejó en la casa la partida de su hija. En este momento, discuten sobre la relevancia de la Fiesta del Sol que se celebrará dentro de tres días, siempre se realiza a finales de marzo para agradecer por un año más de planeta; por lejos, es mi festividad favorita.

      Espero paciente a que se genere un espacio de silencio para comenzar el interrogatorio, seguro que alguien de mi familia ayudará a resolver el misterio. Después de aguardar atenta la oportunidad durante varios minutos, mi abuela toma su vaso para beber un poco de agua y decido que es ahora o nunca.

      —Familia, ¿qué dirían si les cuento que vi un ave? —pregunto de forma apresurada, antes de que mi abuela termine de tragar y sea demasiado tarde.

      Se giran hacia mí con una expresión similar en sus rostros, como si hubiera revelado que alguien falleció. Tal vez esperaba una carcajada, pero no esta reacción.

      —¡Vimos un ave hoy!

      Nadie parece escuchar a Neit, los adultos siguen inmóviles con una expresión de terror en sus rostros. Luego de un eterno minuto de silencio, empiezan a mirarse entre ellos, quizá buscando al valiente que se atreva a contestar.

      —Bueno —el abuelo Laus se arrellana en la silla—, te refieres a que vieron la imagen de un ave, ¿verdad?

      —No, abuelo, ¡una de verdad! ¡La vimos hoy en la mañana, afuera de la ventana de Neit! —Mi entusiasmo es evidente. Aún parece irreal; si alguien me dijera lo mismo, dudo que le creería.

      Papá y la abuela Iade siguen sin decir una palabra. Están serios, sobre todo él, aunque necesito saber qué pasa por su cabeza.

      —Papá, ¿qué opinas? —No sé por qué, pero temo un poco su respuesta.

      —Opino que se te va a enfriar la comida, Zabina. Por favor, termina tu plato.

      La línea vertical marcada entre sus cejas se hace notoria. Me pregunto si se habrá molestado o si solo está preocupado, no sé qué significa esa expresión. Su rostro se ha vuelto duro y difícil de leer desde que mamá se fue.

      Después de la orden de papá, nadie habla durante la comida, aunque tenía la esperanza de que me creyeran o lo intentaran. Es primera vez que me siento incómoda frente a mi familia.

      Luego de veinte minutos bastante largos, por fin nos levantamos de la mesa. Retiro los platos para ayudar a papá a llevar la loza a la cocina. Mientras la dejo en el fregadero, escucho que la puerta se cierra detrás de mí. Estamos solo papá y yo.

      —Zabina, escúchame bien. No existen las aves ni otra especie animal en el planeta, se extinguieron muchos años atrás y tú lo sabes. —Se acerca con lentitud hasta apoyar ambos brazos sobre mis hombros; su tono es directo, deja en evidencia una suerte de súplica—. Es imposible que hayas visto una, es muy importante que entiendas esto… Por favor, dime que lo entiendes.

      —Sí, papá. —Mi tono no es convincente, hablo en automático.

      —Eres una niña inteligente y curiosa, igual que tu mamá —dice con nostalgia, mientras se dirige hacia la salida de la cocina—. Sé que debes extrañarla mucho y estoy seguro de que ella también los extraña. —Abre la puerta y desaparece hacia el pasillo.

      Un rato después, me tumbo en la cama más confundida que nunca, ¿qué tiene que ver mamá con que hayamos visto un ave? Recreo en mi cabeza la imagen del animal. Sus ojos, sus plumas… ¿medirá unos quince centímetros? De repente, tengo la sensación de haberlo visto antes, pero ¿dónde...?

      ¡El libro! ¡Cómo no me acordé antes! Me pongo de pie de un salto. Justo el día que mi madre se fue, me regaló su libro Las aves; sabía que era mi favorito. Recuerdo que sentía tanta tristeza que juré no abrirlo hasta que ella regresara y lo pudiéramos ver juntas de nuevo. La pregunta es: ¿dónde está guardado después de tanto tiempo?

      Espero impaciente hasta las diez para que se apague la luz. Tengo la impresión de que puede estar en la bodega, pero no quiero que papá me pille buscándolo, no creo que le de mucha gracia que insista con el tema.

      Me recuesto en la cama mirando el techo por un momento, luego me siento en el borde, veo el reloj sobre mi velador; recién son las nueve. Me levanto y camino de un lado a otro mientras juego en mi holófono hasta aburrirme, así que lo guardo. Vuelvo a recostarme sobre la cama. Miro de nuevo el reloj, cada minuto se arrastra con lentitud, esta espera comienza a desesperarme.

      Luego de una eternidad, ha llegado el momento. Saco mi holófono y enciendo la linterna. ¡Maldición!, solo tiene cinco por ciento de batería. Si me quedo sin carga, tendré que esperar hasta las seis de la madrugada para que se active de nuevo la energía; para ese entonces, mi familia estará en pie.

      Decido ir a la bodega de todas formas, no puedo esperar un día más sin encontrar el libro. Abandono mi habitación y avanzo de puntillas por el pasillo hasta llegar, entro con lentitud y cierro con cuidado la puerta, que cruje con fuerza. Guardo silencio para verificar si alguien se ha despertado… Nada.

      La bodega tiene un olor espeso y agradable, me recuerda al que percibo cuando releo los libros antiguos del abuelo Laus, los cuales conserva como reliquias. Miro a mi alrededor, siento que esto me tomará años. Mi bisabuelo amaba viajar, murió durante la tercera guerra biológica, al igual que más de la mitad de la población, y coleccionaba objetos de todos los lugares que visitó cuando aún existían los países. Por lo que cuenta mi abuelo, decía que esos objetos representaban “la cultura” de cada país. Aunque nunca he entendido el concepto, pienso que esa “cultura” me ocasiona un gran problema en este momento.

      Apunto en todas direcciones con la linterna, hasta ver unas cajas en el fondo que tienen escrito “Abany” en su superficie. ¡Perfecto!, ahora solo debo llegar hasta allá. Hago acrobacias para no pisar los objetos y parece que lo estoy logrando, hasta que siento un inesperado dolor agudo en la planta del pie; me cubro la boca para no gritar. Miro hacia el suelo y recojo una pequeña figura con casitas de colores, en una esquina lleva escrito “Valparaíso”, mientras que al reverso presenta una especie de imán. Es muy extraña, la dejo sobre una de las cajas para no pisarla otra vez.

      En el fondo de la bodega, abro con cuidado la primera caja. Encuentro ropa y la corro con cuidado hacia un lado para seguir con las de abajo. Al abrir las tapas de la siguiente, lo primero que veo es una imagen llena de colores y que en el centro lleva escrito Las aves en letras doradas. La portada del libro me trae recuerdos de mi madre de manera instantánea, de esos días en que yo miraba y comentaba cada una de las páginas. Imaginábamos que éramos aves y volábamos lejos, jugábamos a describir lo que veíamos en los lugares lejanos donde nunca habíamos estado.

      Se me aprieta el pecho, pero el sonido de alerta de la batería que se agota me devuelve a la realidad. Paso las primeras páginas y encuentro una


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