Operación Ave. Antonella Gattini

Operación Ave - Antonella Gattini


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de que Kay viene detrás de mí, hasta que llegamos a la casa de los pájaros. Es extraño estar de pie aquí, sin mi madre, aunque esta es la única forma que se me ocurre de resolver el misterio.

      —Solo necesitas una moneda de sol.

      Estoy ansiosa por ingresar. Kay me entrega la moneda sin responder. Solo hay una pareja esperando delante de nosotros, así que avanzamos pronto. El OGO inspector nos mira con una gran sonrisa en cuanto le entrego ambas monedas.

      —Hemos recibido solo parejas hoy, ¡tan romántico! —dice con ingenuidad, mientras aparta las cortinas para que ingresemos.

      Agradezco la oscuridad que reina en el interior, así nadie ve mis mejillas encenderse. Atravesamos un largo pasillo hasta llegar al espacio que simula, a través del holograma gigante, un bosque lleno de aves que vuelan en diferentes direcciones. Entré por última vez siete años atrás, son increíbles los avances que han logrado en esta atracción. Hay aves de todos los colores posibles y son tan reales que podemos sentir la brisa si vuelan a nuestro lado a gran velocidad. Kay mira sorprendido y estira las manos en el aire intentando tocar sus plumas. Me produce cierta ternura verlo así, en una actitud que contrasta en gran medida con lo poco que conozco sobre él. A solo metros de nosotros, una niña grita de emoción mientras un ave se posa sobre su mano.

      —Increíble, ¿verdad?

      —Nunca había entrado aquí. —Lo miro con sorpresa—. Bueno, nunca me aburro de la montaña rusa, me gusta tanto la sensación que genera la caída libre, que siempre gasto todas mis monedas en eso. —Esboza una leve sonrisa. Creo que es primera vez que lo veo sonreír.

      —Hay tantas aves… tal vez esto nos tome tiempo. Comencemos por este lado del bosque, puedes mirar hacia la derecha y yo a la izquierda. Si ves algún pájaro parecido al que viste ese día, me avisas.

      Nos adentramos en el bosque. Tras caminar durante diez minutos, y aunque este escenario es una de las cosas más maravillosas que he visto, empiezo a perder las esperanzas de que encontremos al vencejo o al ave que Kay vio. Es posible que haya mil especies volando alrededor.

      —Tengo un libro sobre aves que me regaló mi madre, ahí puedo mostrarte al vencejo, tal vez encontremos el pájaro que viste. De lo contrario, esto nos tomará horas, incluso días.

      —Sí, tienes razón. ¿Te molestaría si caminamos unos minutos más? Me ha gustado mucho este lugar, es increíble. —Su expresión de sorpresa aún no desaparece.

      —Por supuesto, a mí me encanta esta atracción. Solía venir siempre con mi madre antes de que se fuera a la OGO.

      Por primera vez, no siento nostalgia de acudir a la Fiesta del Sol sin ella, aunque al mismo tiempo me invade la culpa por no extrañarla.

      —¿Hace cuánto se fue?

      —Han pasado siete años… yo tenía ocho años cuando partió.

      —Mi padre se fue a la OGO cuando tenía cinco años. —De forma abrupta, su rostro recupera la seriedad característica.

      Cada año eligen a quince personas por comunidad para viajar a Tedqua según los OGO Créditos reunidos. Sayosia cuenta con cerca de doscientos cincuenta mil habitantes, así que es posible pasar la vida entera acumulando los OGO Créditos para ser seleccionado; a menos que seas un genio, como mi madre y es probable que como el padre de Kay.

      —¡Ese es! ¡Ese es el sonido!

      Intento poner atención a lo que menciona Kay, pero es difícil distinguir entre tantos ruidos de aves y personas.

      —¡Es por allá! —Toma mi mano y comienza a correr, tirándome con él.

      Lo escucho, un chillido agudo y repetitivo, tal como lo describió. Se percibe más cerca, así que nos detenemos en seco en un espacio más abierto. A lo lejos, lo veo, viene directo hacia nosotros.

      —¡Ese es un vencejo!

      El pájaro es idéntico al que vi. En verdad la tecnología de la OGO es impresionante, pues luce tan real que comienzo a cuestionarme si vimos uno de estos hologramas. Eso resolvería el misterio de inmediato, pero dentro de mí tengo la esperanza de que no lo sea; contra todas las posibilidades, deseo que aún existan aves en el planeta.

      —¡Sí! ¡Es el mismo que vi! —Kay también está entusiasmado.

      El vencejo vuela sobre nosotros y gira en círculos, rodeándonos sin dejar de emitir el agudo chillido. Noto que algo blanco cuelga de su garra derecha, me pregunto si es una característica de esta especie. Sin pensarlo demasiado, estiro la mano y el vencejo disminuye la velocidad. Al cerrar la última vuelta, se posa sobre mi palma. Es increíble, una de las cosas más bellas que he visto en mi vida… aunque algo no encaja… ¡si fuera un holograma, no sentiría su peso ni sus garras sobre la piel!

      Un escalofrío recorre mi cuerpo.

      —¡Kay… es real!

      Lo miro de reojo. Permanece con la boca abierta, igual de atónito que yo.

      Capítulo III

      El ave me mira y luego a Kay, con un rápido movimiento de cabeza. Descubro que eso colgado de su garra derecha es un pequeño papel. Con lentitud, llevo mi mano hacia su delicada cabeza y lo acaricio usando mi dedo índice con mucho cuidado; es muy suave, nunca había sentido una textura igual.

      El vencejo fija sus ojos en mí.

      —Hola, pequeño. —Con parsimonia, bajo mi mano hasta su garra—. Veamos qué tienes aquí.

      Tiro con cuidado del papel para no asustarlo, hay algo escrito en él.

      —¿Qué dice? —Kay luce impaciente, así que le entrego la nota sin hacer movimientos bruscos.

      —Dice: “Pasillo seis, celda ocho, OGO, Tedqua”. —Me mira estupefacto.

      Los gritos de varios niños que corren nos alertan. El vencejo abre sus alas y en un segundo se encuentra en el aire. Vuelve a girar en círculos alrededor de nosotros, mientras comienza a emitir el mismo sonido. Lo seguimos con la mirada hasta que se pierde entre los miles de hologramas. Nuestras miradas se cruzan en busca de alguna respuesta racional.

      —¿Habrá venido desde Tedqua? ¿Existirán más aves como esa? ¿U otros animales?

      —No lo sé, Kay, estoy tan intrigada como tú. Suponiendo que esto no sea una mera casualidad, ¿quién habrá enviado el mensaje?

      —Podría ser tu madre o… tal vez mi padre. Por ahora no tenemos cómo saberlo.

      Permanecemos en silencio durante un momento, intentando procesar la situación.

      —Tenemos que ir.

      Arrojo esta conclusión sin entender el peso de mis palabras. Si bien una parte de mí piensa que sería una locura viajar a Tedqua, o al menos intentarlo, mi instinto dice que es lo correcto. Además, mi madre escribió en su carta que siguiera mi instinto; supongo que, de alguna forma, tengo su permiso para hacerlo.

      —Aunque quisiéramos, sería imposible. —Kay mira la nota—. Estoy a años luz de reunir los créditos necesarios; en realidad, es imposible lograrlo a esta edad.

      —Tiene que existir otra forma. Estoy segura de que Tasz nos ayudará a definir un plan para lograrlo.

      —¿Crees que podemos confiar en él? —Se pasa con violencia la mano por el cabello, algo nervioso—. En verdad, no sé qué digo… ¡sería una locura! ¿Sabes lo que pasaría si alguien se entera de que pensamos escapar? O peor, ¿de que queremos llegar por nuestra cuenta a Tedqua? ¡Quedaríamos vetados de la OGO para siempre y seríamos la vergüenza de la comunidad sayosiana! —Hay cierto dramatismo en su voz.

      —Bueno, es un riesgo que hay que correr. ¡Mi madre me importa más que la OGO y sus estúpidas reglas!

      —¡Shhh! —Mira hacia los lados, comprobando que nadie haya escuchado mi ofuscado comentario—.


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