De viento y huesos. Charlie Jiménez

De viento y huesos - Charlie Jiménez


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que podía contar con él para todo cuanto hiciese falta. La lucha por garantizar la supervivencia de Mario había comenzado.

      Toc, toc, toc.

      Los nudillos golpearon con fuerza. No parecía haber nadie en el piso de Álex. Kovak puso la oreja en la puerta y pudo escuchar un leve murmullo a lo lejos. «Hay alguien, eso seguro», se dijo. Volvió a tocar con más ímpetu. Al cabo de unos segundos oyó unos pasos. Después, Carlota abrió la puerta.

      Su rostro mostraba el mayor de los enojos, llevaba una sudadera, los pelos alborotados e iba descalza. Miró a Kovak de arriba abajo y le indicó con un gesto de cabeza que entrara. El joven castaño observó el pasillo principal que estaba abarrotado de cajas.

      —¿Os mudáis? —preguntó directamente sin saludar.

      —Yo no, Álex —contestó Carlota disgustada y recogiendo cachivaches por el pasillo.

      —¿Y eso?

      —Eso, deberías preguntárselo a tu amigo. —Kovak le cortó el paso y le miró a los ojos—. Hemos cortado, ¿vale?

      —¿Habéis cortado? —preguntó incrédulo.

      —Más bien, Álex ha cortado conmigo. Por lo visto ya no le sirvo para nada.

      —¿Por qué dices eso?

      —Kovak, no te ofendas, pero ahora mismo no tengo ganas de hablar del tema. —El hombre castaño se quedó en silencio—. ¿A qué has venido?

      —Quería hablar con Álex, pero ya veo que tampoco está aquí. No contesta las llamadas, ni…

      —Ni los mensajes, ni da señales de vida —le interrumpió Carlota—. Ya, típico de él. Su forma de enfrentarse a los problemas es esconderse, como hace siempre.

      —¿No sabes dónde puede haber ido?

      —Ni idea. —Carlota se cruzó con Kovak, que le estorbaba el paso y le arremetió un empujón con el hombro sin percatarse de ello—. Dijo algo de reencontrarse con su padre o algo por el estilo, pero la verdad, no le escuché. Me quedé paralizada cuando me dijo que ya no me quería.

      Carlota metió ropa en la caja mientras Kovak se quedaba observándola en silencio. A los pocos segundos reaccionó y decidió ayudar a su amiga. Mientras Kovak se mostraba presto a ayudar, a Carlota parecía incordiarle su presencia. No paraba quieta, iba de un lado para otro con gran nerviosismo y no atinaba en qué caja era mejor guardar el objeto que tenía en sus manos. Su amigo, que ya había presenciado suficiente exaltación, le cogió el objeto de las manos y le animó a que se sentara en el sofá. Sin embargo, a Carlota le disgustó aún más la iniciativa de su amigo y lo volvió a empujar, esta vez a propósito. Kovak rechazó el impulso y cogió a Carlota por los hombros, pero esta intentó zafarse con brusquedad manifestando un llanto sin consuelo. Kovak la zarandeó de los hombros para que volviera a la realidad, pero su amiga ya había dejado de resistirse para abandonarse al lamento. Se dejó caer al sofá desconsolada, mientras expulsaba improperios de difícil comprensión por su boca. Kovak había apaciguado la furia contenida de Carlota, pero ella, ahora expuesta, mostraba toda su debilidad.

      —Carlota, entiendo que estés disgustada.

      —¿Disgustada? —Sorbió por la nariz y se secó las lágrimas con la manga de la sudadera—. Disgustada no es la palabra. Me siento furiosa. Álex me ha dejado de la peor de las maneras. Ni motivos, ni razones. Tan solo me ha dicho que ya no podíamos seguir juntos. Ya está. Y se queda tan ancho. No creo que haya sido la mejor forma de dejarme.

      —¿Acaso hay forma correcta de dejar a alguien? —le preguntó Kovak intentando que entrara en razón. Esta negó con la cabeza.

      —No es solo eso… Son las formas. Tendrías que haberle visto la cara cuando cortó conmigo. Fue seco y áspero. Nunca lo había visto así.

      —He de confesar que no me lo esperaba.

      —Ya, ni yo.

      —Pero reconozco que tampoco me sorprende.

      —¿A qué te refieres? —preguntó Carlota con ojos rojos.

      —Estabais siempre discutiendo. Creo que era cuestión de tiempo que esto pasara.

      Carlota le miró a los ojos y se preparó para contestar, pero de su boca no salió palabra alguna. Los dos hicieron una pausa obligada.

      —Quizá tengas razón… —reconoció Carlota—. Ya sabes que a Álex siempre le persiguen los fantasmas. La culpa de todo la tiene esa jodida Icíar. Siempre he tenido la teoría de que Álex nunca se olvidó de ella. Aunque creo que quien más le ha afectado ha sido Mario. No sabes lo que es estar escuchando su nombre a todas horas. Lo que más rabia me da es que ni siquiera lo conozco en persona y tengo la impresión de que todo ha girado en torno a él. Incluso nuestra relación. Creo firmemente que todo cambió cuando discutieron por última vez. Según Álex, cuando nos mudamos a la isla, hace tres años, Mario hizo lo propio para seguirle la pista. Por lo visto, tenían un tema pendiente del que hablar, pero nunca llegué a saber el motivo por el que discutieron. Solo sé, que un buen día, vino con un ojo morado y con la ropa hecha jirones. Ahí fue cuando la cosa se empezó a complicar entre nosotros. Llegó a casa a las diez y media de la mañana, bebido y con el rostro lleno de lágrimas. Me había pasado la noche en vela, estaba muy preocupada porque no había dado señales de vida, así que cuando llegó, le pregunté que dónde había estado. No me quiso contestar. A partir de ese día, su actitud conmigo cambió radicalmente. Todo le crispaba y se enfadaba por cualquier cosa. Nunca supe qué pasó ese día, pero sé que fue algo grave. Ya sabes cómo es Álex. Callado. Desde entonces nada volvió a ser lo mismo. A mí me trataba con desprecio siempre que tenía ocasión, pero yo aguanté, porque le quería y estaba enamoradísima de él. Y sigo estándolo…

      —¿Qué crees que pudo pasar? Estuvo unos días sin venir a trabajar, y cuando lo hice le pregunté por sus moratones, pero me dijo que había tenido bronca en el tugurio de heavy metal. Teniendo en cuenta su historial con la bebida, tampoco me sorprendió en exceso.

      —No lo sé, pero sé que fue algo gordo que le cambió por dentro. Ya lo conocí en extrañas circunstancias cuando todavía vivía en Barcelona. Ellos dos vivían juntos, ¿lo sabes, verdad? —Mark asintió—. Pero tampoco se llevaban muy bien. Al poco de conocernos, me propuso que nos fuéramos los dos juntos de allí, y que viviéramos en Mallorca. A mí esta isla siempre me ha gustado, además, tengo familia, así que le dije que sí, pero ya me pareció raro que tomara una decisión tan precipitada. Para entonces desconocía la importancia de aquella amistad.

      —¿Crees que llegaron a hablar después de ese día?

      —Puede ser, pero no lo creo. Por lo que a mí respecta, han estado sin hablarse estos últimos tres años. Lo hubiera sabido tarde o temprano.

      —O no. Recuerda, Álex para según qué cosas es una tumba.

      Carlota asintió, reconociendo de nuevo, que Kovak tenía razón.

      —Ahora que lo pienso me resulta gracioso. —En el rostro de Carlota se dibujó media sonrisa—. ¿Sabes cuál ha sido el motivo real por el que Álex ha cortado conmigo?

      —¿Cuál?

      —Mario.

      —Mario —repitió Kovak, luego convirtió la voz casi en un susurro—. ¿Qué nos ha hecho Mario para que todos estemos tan destrozados?

      —No lo sé, pero lo único que puede llegar a destrozar a una persona, es el amor que siente por otras —contestó Carlota algo más serena.

      Kovak asintió.

      —¿Cuál habrá sido nuestro error? —preguntó él.

      —Creer que estaría para siempre, supongo.

      Carlota se había calmado lo suficiente como para invitar a Kovak a un café. Los chicos estuvieron charlando pausadamente de los últimos acontecimientos. El intento de suicidio de Mario, la precipitada


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