De viento y huesos. Charlie Jiménez
Mario emprendió la batida con su helado de almendras, mientras Álex despedazaba progresivamente la ensaimada. Prosiguieron con su charla, contándose cosas de la infancia, temas sobre los lazos que ambos compartían con Kovak y cómo se conocieron.
Al terminar, pidieron la cuenta. Para sorpresa de ambos, el bochornoso camarero apareció al instante con el tique en mano. Se marcharon sin dar las gracias al personal. Ya afuera, vieron la cola de personas que esperaban para entrar al local. Se sintieron afortunados, pero solo a medias, ya que, por culpa del personal, los chicos tardarían mucho tiempo en volver.
Álex tenía que coger un bus, mientras Mario necesitaba llegar a casa, pegarse una ducha y prepararse para acudir al restaurante. Así que le acompañó hasta Plaza de España.
Mientras esperaba el bus, Mario aprovechó para dedicarle unas palabras a su amigo.
—Oye, Álex —le dijo con la cabeza gacha y sin mirarle a la cara—. Siento mucho cómo me comporté el otro día en mi cumpleaños…
—¿Tu cumpleaños? —preguntó Álex sorprendido.
—Mierda.
Entonces Álex cayó en la cuenta. Mario se estaba disculpando sin motivo. Por eso su amigo puso tanta atención y esmero aquel día. Álex creyó que esa era la principal causa de que los echara a todos.
El bus hizo su parada y se abrieron las puertas. La gente que esperaba comenzó a subir. En breve le tocaría a Álex.
—Mario, tío. ¿Por qué no lo dijiste?
— No te preocupes, no es algo que me preocupe.
Dos personas para entrar al bus.
—A mí sí —contestó Álex cuando su amigo estaba a punto de subir.
—¿Por qué?
—Porque tú sí que me importas.
Se cerraron las puertas. Mario se quedó observando cómo su amigo sonreía. Luego le levantó el pulgar como símbolo de aprobación.
—¡Te veré en la acampada! —gritó Álex, pero el bus ya había arrancado.
Mario llegó al trabajo sonriendo. Se sentía pletórico y por suerte, la noche se pasó volando. E incluso flirteó con una chica asidua al vegetariano y con la que consiguió intimar. Esa misma noche pudo elegir si irse con esa chica preciosa a su casa, o irse a casa sin más. Y prefirió la segunda opción sin entender muy bien por qué. Regresó a la suya y se metió en la cama satisfecho. Había sido un gran día. Tenía espíritu para unas cuantas horas más despierto, pero decidió ceder al cansancio e intentar dormir. Entró en una especie de duermevela. A Mario le invadió la nostalgia, pero, sobre todo, la impaciencia. Había pasado un día formidable junto a una persona que, con honradez, se estaba ganando un hueco en su corazón. Mario dudó: dejarle entrar o esperar. Quiso ser previsor y esta vez, ante todo pronóstico eligió esperar. Típicas decisiones que el joven tomaba antes de meditarlo a fondo con la almohada. Mientras vacilaba entre las sábanas, hizo memoria de lo vivido ese magnífico día. Habían estado conversando de música, de arquitectura, de civilizaciones perdidas, habían buscado sin éxito —y sin mostrar más interés— a la anciana extranjera que pedía limosna, habían visitado el templo por excelencia de Mallorca, habían compartido el milagro del espectáculo del Ocho, habían reído sobre las maneras del despachador de clientes en Ca’n Joan de S’aigo, habían disfrutado de un café en mutua compañía, habían intercambiado opiniones y se habían copiado las maneras de despedirse las dos últimas veces. Sin demasiadas explicaciones y abruptamente. Pero, sobre todas esas cosas brillaba tan solo una: a Álex le importaba, y era motivo suficiente para, por fin, dormir del tirón.
Sonrió orgulloso y se imaginó haciendo planes con aquella persona que se había buscado un hueco entre sus pensamientos. Por fin podría decir que había encontrado a su mejor amigo. Lo de Kovak, era distinto, algo parecido a lo que sienten los hermanos cuando crecen juntos. Pero lo de Álex era diferente. Sintió que podía confiar en él, y que el sentimiento era recíproco. Y mientras cavilaba, por fin logró dormir a pierna suelta.
PRESENTE
No era rencor. Quizá fuera envidia. Cosa que Kovak no estaba dispuesto a admitir. Desde que se enteró del intento de su amigo por quitarse la vida, había tenido tiempo suficiente para meditar. Mario había sido su ejemplo a seguir desde que tenía uso de razón. El hermano que nunca tuvo. El apoyo en los momentos fáciles y difíciles… hasta que le presentó a Álex. Un error del que no estaba orgulloso. O eso pensaba, mientras contaba los minutos que le quedaban para terminar la jornada del día.
Se quitó el uniforme nada más llegar a casa. Después intentó dejar la mente en blanco y se puso a jugar a la videoconsola. Tampoco le sirvió de mucho. Estaba siendo una épica complicada. No solo sus deseos de ser un actor de élite se habían frustrado, sino que tenía que lidiar con que su amigo Álex hubiera decidido darse de baja por depresión. Es más, había funcionado. Ahora Kovak tendría que llevar su sección en la tienda. Informática y gama blanca (lavadoras, neveras, lavavajillas, secadoras, etc.). «Menuda mezcla», pensó. Faltó una fracción de segundo para darse cuenta lo egoísta del pensamiento por su parte. Hacía días que no sabía de Álex. Es más, había días que tampoco sabía nada del estado de Mario. Quizá era momento de regresar al hospital.
Los padres de Mario lo recibieron con los brazos abiertos. Era la primera vez que Juan Antonio y María del Mar mostraban un ápice de felicidad. Carmen había decidido tomarse el día de descanso. Tampoco había rastro de Blanca. La mujer iba y venía y muy pocas veces lograban coincidir.
Cuando Kovak preguntó sobre el estado de Mario, los padres se mostraron poco esclarecedores. Les explicaba con rodeos las pocas posibilidades que su hijo tenía de sobrevivir. El colmo fue cuando María del Mar, muy tajante, le dio la noticia sobre la más que probable invalidez permanente de su hijo. Kovak ya no mostraba signos de asombro. Había dado por hecho que lo ocurrido había sido una tremenda tragedia para todos y que, por consiguiente, el desenlace no tendría un final feliz.
Puede que hiciera falta sincerarse consigo mismo para darse cuenta de que la envidia que sentía por su amigo Álex, con el que había compartido tantas clases de interpretación, se había esfumado como por arte de magia. Entendía perfectamente que Álex no le cogiera el teléfono, ni le contestara los mensajes, ni le devolviera las llamadas. Todo parecía indicar que su despreocupación solo podía significar una cosa, y es que su baja por depresión no era ningún farol. Álex iba a volcarse en cuerpo y alma para la pronta recuperación de Mario. Kovak escrutó el rostro de su eterno amigo mientras divagaba por los recuerdos de su infancia. Su serena cara estaba tan magullada que apenas lo reconocía. Se tomó unos segundos para suspirar. Después escrutó los rostros de los progenitores de Mario. Quizá fuera en ese instante cuando se percató de la gravedad del asunto. Pero no podía darse por vencido, y necesitaba estar a solas con su amigo una vez más, como cuando compartían secretos en el patio del recreo. No iba a ser fácil si los susodichos iban a estar presentes en el hospital cada dos por tres. Tampoco les pondrían las cosas precisamente fáciles. Menos mal que Kovak siempre había sido bien recibido por la familia y le tenían un gran aprecio en general. Después de todo, Kovak había sido el amigo con el que Mario había crecido. Habían ido juntos al colegio, al instituto, de fiesta, de acampadas, de excursión, de viaje… Lo hacían todo juntos, hasta que Álex ocupó un lugar que jamás creyó posible.
—Kovak, qué alegría verte —saludó María del Mar propinándole un abrazo. Juan Antonio le estrechó la mano.
—Me alegro de verlos, señor Amengual, señora Herrera —contestó Kovak con educación, como había hecho desde la infancia—. Espero que por lo menos hayan podido disfrutar del viaje.
—Sí… —respondió Juan Antonio—, pero la vuelta no ha sido muy agradable.
—Lo sé… —parpadeó Kovak—. Ha sido muy duro para todos.
—Ahora que estás aquí, seguro que Mario despierta —dijo María del Mar mintiéndose a sí misma—.