De viento y huesos. Charlie Jiménez

De viento y huesos - Charlie Jiménez


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parte de ese júbilo fue gracias a Blanca, ya que Mario se la trajo desde Barcelona para comenzar una vida juntos.

      Mientras a María del Mar se le revolvía la consciencia por no haber pasado el tiempo suficiente con su hijo, Juan Antonio trataba de tragarse el orgullo y coger la mano de su hijo. Hizo el amago, pero no lo consiguió.

      En ese instante, apareció Álex, que venía a pasar un rato con su mejor amigo, pero no esperaba encontrarse allí a sus padres. La reacción de María del Mar al verlo fue inmediata.

      —¡Tú! —gritó histérica—. ¡Tú tienes la culpa de que mi hijo haya intentado quitarse la vida!

      María del Mar lo señaló con dedo incriminatorio y Álex quedó estupefacto. No recordaba exactamente la última vez que los había visto, pero por supuesto, fue en condiciones totalmente contradictorias. Álex quiso decir algo, pero no se atrevió por miedo. ¿Culpable? ¿Él? Culpable tal vez de no haber pasado los últimos años a su lado, pero nada más. Juan Antonio intentó apaciguar la histeria de su mujer agarrándole del brazo y retomando el testimonio.

      —¿Tienes la poca vergüenza de venir hasta aquí después de lo que le has hecho a nuestro hijo?

      La situación era exasperante. No solo porque Álex tuviera un recibimiento poco merecido, sino por el hecho de que le acusaban de algo que no lograba intuir.

      En vez de defenderse, Álex se quedó callado y dejó que los padres de Mario descargaran toda la ira sobre él. Tampoco hubiera servido de nada.

      —Todo esto es culpa tuya —continuó amenazando María del Mar—. Maldigo el día que te cruzaste en su camino.

      —Perdonadme, pero no sé a qué viene todo esto —se escudó Álex.

      —¿Que no lo sabes? —María del Mar fingió estar sorprendida—. Ya lo sabes, ya. Ahora no te hagas el tonto.

      —Creo que es mejor que te vayas —dijo Juan Antonio. Aquellas palabras ya las había oído antes. Era indudable que quien las pronunciaba era el padre de Mario—. Aquí no pintas nada.

      En ese instante entró Carmen acompañada del doctor.

      —¿Qué demonios está pasando aquí?

      —Nada, Carmen, creo que he llegado en mal momento —contestó Álex airado—. Yo ya me iba.

      —De aquí no se va nadie —amenazó Carmen.

      —¡Que se vaya! —insistió María del Mar.

      —Mamá, por mucho que te fastidie, Álex forma parte de la vida de Mario y tiene el mismo derecho de estar aquí que tú y que papá, así que guarda el rencor que le tienes para otra ocasión porque hoy no es el mejor día.

      María del Mar estuvo a punto de contraatacar, pero Carmen le dirigió una mirada inquisitiva que había heredado de su padre. Por el contrario, Juan Antonio se sorprendió al ver cómo su hija tomaba las riendas de la situación. Por lo general siempre había sido una persona seria y poco comunicativa, y esta vez, tampoco fue la excepción. El doctor esperó pacientemente a que se respirara un mejor ambiente en el silencio que se había creado tras la indirecta de Carmen. Refunfuñando, María del Mar aceptó las condiciones de su hija, pero eso no logró que la tensión entre Álex y ellos desapareciera.

      —Doctor, dígame, ¿cómo está mi hijo? —le preguntó Mar un tanto condescendiente.

      —Puedo venir en otro momento si lo prefieren… —se excusó el doctor ante la adversidad de la disputa.

      —Por favor, ¡suéltelo ya de una vez! —insistió María del Mar con su tacto habitual.

      —Está bien. Soy el doctor Guillem Martorell y haré todo cuanto esté en mi mano para ayudaros. Doy mi palabra. Sé que son días aciagos para la familia y sus conocidos —al percibir impaciencia en sus visitantes, decidió continuar—. Durante estos cuatro días hemos estado observando metódicamente el estado de su hijo. Hoy puedo darles más o menos un veredicto de las lesiones, pero me temo que tengo malas noticias en general.

      —Por Dios… —se quejó María del Mar.

      —Ánimo, mujer —animó su marido—, no todo puede ser tan malo, ¿verdad, doctor?

      —Efectivamente. Hay malas noticias, pero también hay buenas. Quiero decirles que, ante todo, nos encontramos ante un auténtico milagro. Que Mario haya sobrevivido a una caída de cinco pisos de altura, dice mucho de su fuerza interior. Quizá si el trayecto hubiese sido limpio, vuestro hijo… Bueno, ya me entendéis. Os resumiré los daños que más nos están preocupando ahora mismo.

      El doctor Guillem hizo una pausa para buscar entre los papeles del portafolios. Levantaba la ceja cada vez que recordaba alguno de los síntomas de su paciente.

      —La cuerda de tender le produjo una fractura a la altura del hombro, pero no nos preocupa demasiado porque no es una lesión considerable. Debemos dar las gracias al toldo desplegado que frenó la caída, si no hubiera sido por ese detalle la contusión que sufre en su cabeza habría sido determinante. Es más, podríamos estar hablando de una hemorragia interna leve, que, de otra forma, no sería posible tratar.

      María del Mar escuchaba al doctor con los ojos salidos de sus órbitas. El resto de las personas se mantenían impasibles ante el informe del médico, salvo Álex, que ya temía lo peor de su mejor amigo.

      —Por otra parte —continuó el doctor—, tenemos una serie de fracturas que podrían afectar a la recuperación total del paciente. Estamos hablando de roturas en el maléolo externo del pie, la cabeza del peroné, la rótula, parte de la cresta ilíaca y la cabeza del húmero del brazo. Casi la totalidad derecha de su cuerpo. Del izquierdo tiene la escápula rota debido a la cuerda que se topó en la caída, así como las falanges de la mano izquierda. También tiene una pequeña fractura en el parietal del cráneo, pero es pequeña y tiene claras señales de mejoría.

      Dio el tiempo suficiente para que los familiares del paciente asumieran todo el parte médico. Y aunque Carmen ya conocía la mayoría de los síntomas, ignoraba la gravedad del asunto. Pero lo peor estaba aún por venir; el doctor Martorell tan solo había preparado el terreno para lo peor.

      —Sin embargo… —hizo una pequeña pausa para observar a los padres—lo que más nos preocupa es la lesión de dos vértebras de la columna lumbar. Fíjense.

      Extrajo una radiografía de un sobre adjunto al portafolio y la sujetó a contraluz para mostrársela a los familiares.

      —¿Ven esta forma ovalada de aquí? —señaló el doctor—. Si se fijan bien, podrán apreciar que esta especie de «U» está formada por trozos pequeños sólidos. Es la base de una vértebra hecha añicos. Reparar esta zona supone un gran problema, y muy posiblemente haya que incorporarle un injerto óseo. Sea como fuere, no podemos arriesgarnos en el estado en el que se encuentra ahora mismo su hijo. Dependemos de su mejoría en los próximos meses.

      —Perdone —interrumpió Álex—, ¿ha dicho meses?

      —Sí —contestó el doctor rotundamente—. Quizá se reduzca a semanas. Todo depende de que Mario despierte o no del coma.

      —Vamos a recapitular —pronunció Juan Antonio como si estuviera en una de sus reuniones—. Usted quiere decir y, para resumir, que mi hijo tiene la espalda destrozada. Entonces es poco probable que pueda andar, aun operándolo. ¿Me equivoco?

      —Es exactamente así —contestó el doctor Martorell bajando la mirada—, siento ser tan sincero con ustedes, pero ante estas situaciones, es mejor que todos estén preparados.

      —¿Qué quiere decir? —preguntó María del Mar, preocupada.

      —Mamá, ¿es que no lo ves? —le contestó su hija—. Tenemos que prepararnos para lo peor.

      La madre observó a la hija, atónita. No daba crédito a todo lo que estaba sucediendo. ¿Disfrutar de unos días maravillosos en las playas doradas de Cuba y a los pocos días recibir la peor de las noticias?


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