De viento y huesos. Charlie Jiménez

De viento y huesos - Charlie Jiménez


Скачать книгу
¡Kovak, qué asco! —contestó Carmen. Los chicos rieron al unísono—. A ti ya te conozco, merluzo.

      —No tiene remedio —cortó Álex. Icíar le secundó estrechándole la mano—. Es un placer. Mario nos ha hablado mucho de ti.

      —Ah, ¿sí? —Miró hacia su hermano con curiosidad, luego frunció el ceño.

      Carmen intentó abrir la botella de vino, pero de los nervios no atinaba o no encontraba fuerzas suficientes para hacerlo. Álex se ofreció y la abrió en un instante con el sacacorchos. Carmen quería deslumbrar esa noche con un propósito. Si su hermano tenía razón y Álex era tan atractivo como lo había descrito, debía aprovechar la oportunidad y llamar su atención. Aunque pasó por delante un pequeño detalle: no contaba con que tuviera novia. Su hermano le había omitido ese detalle, pero no fue motivo suficiente para mostrar sus encantos. Esa noche podría ser una gran noche. Y no era habitual que Carmen compartiera diversión con los amigos de su hermano. Quizá era un buen momento para experimentar qué se sentía estar en su círculo de amistades.

      Mario se dirigió a la cocina para terminar la cena. Mientras tanto, Carmen se esforzaba por prestar atención a la conversación que mantenía con Kovak, que no paraba de echarle piropo tras piropo. En esencia, solía mantener las distancias con él, ya que su humor no iba del todo con ella. Era como si tratara de crear algún tipo de barrera, como antiguamente hacía la alta Edad Media para no mezclarse con la plebe. Como combinar dinero y educación en una coctelera y no servir la copa.

      Los chicos se sentaron a la mesa en cuanto Mario comenzó a servir los platos. Comieron con gran devoción, cosa que el anfitrión agradeció. La albahaca confería a la pasta un sabor inusual, y la salsa de nata le daba ese toque suave que embelesaba la lengua. Los chicos agradecieron la cena. Poco después, tras acabarse la botella de vino y la cena, Mario presentó la segunda parte del plan. Trajo de la cocina unas botellas de cerveza. Hizo palomitas para todos y puso Scream en DVD, un clásico de terror adolescente de los 90. Curiosamente, ninguno de sus amigos la había visto, salvo Kovak, que era un devorador de filmes como Sé lo que hicisteis el último verano, La casa de cera, Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Leyenda Urbana, Destino Final, Jeepers Creepers, The Faculty y un largo etcétera de los que se sabía prácticamente todos los diálogos.

      La película fue del agrado del grupo, salvo Carmen que escondía el rostro con la manta cada vez que aparecía el asesino en pantalla. Kovak aprovechaba los momentos de tensión para asustarla aún más, y como esos momentos no eran de su agrado, Carmen le atizaba una colleja cada vez que tenía oportunidad.

      Tras unos buenos sustos y unas largas risas, los chicos decidieron tomarse un rato para entablar conversación. Mario aconsejó retomar algún documental sobre los mayas, civilización perdida que le apasionaba, pero la idea no fue bien recibida por la mayoría, ya que se trataba de un día de desenredos y diversión. Una diversión que estaba a punto de bifurcarse. Icíar propuso un plan alternativo.

      —Chicos, ¿fumáis? —preguntó Icíar levantando una ceja mientras rebuscaba en su bolso.

      —Mario no fuma, es antitabaco —explicó Álex, que ya iba calando a su amigo.

      —No creo que le diga que no a esto…

      Icíar extrajo un cogollo de marihuana del bolso. Los chicos se sorprendieron, aunque Kovak era el único que no paraba de sonreír. Carmen, por el contrario, levantó una ceja.

      —Un momento, no iréis a fumar aquí, ¿verdad? —preguntó ella con disconformidad.

      —Vamos, Carmen —animó Kovak—. No me digas que nunca te has fumado un porro.

      —Pues claro que me he fumado un porro —contestó. Mario se le quedó mirando, sorprendido—. Pero no en mi casa. ¿Estáis locos? Como vengan mis padres nos va a caer una buena.

      —Carmen tiene razón —secundó su hermano—, no es buena idea fumar aquí.

      —Pues fumemos fuera —propuso Icíar.

      —Cariño, está cayendo un chaparrón, ¿o es que no lo oyes? —contradijo Álex—. Nos empaparíamos. Eso sin contar con el frío que hace.

      —Vamos, Mario —insistió Kovak—, fumemos aquí dentro. Tus padres no se van a enterar.

      —No sé, no creo que sea lo correcto.

      —¿Correcto? Joder, Mario, déjate de correcciones y fuma. Las reglas están para incumplirlas —animó Kovak.

      —Kovak tiene razón, ¿acaso no eras tú el que no seguía las reglas? —Álex le guiñó un ojo. Recordaba aquellas palabras fuera del garito de heavy metal la primera vez que se vieron. Mario sonrió.

      —No sé, no sé…

      —Mario, ni se te ocurra —amenazó su hermana—. Sabes que si se enteran papá y mamá nos va a caer una buena.

      —¿Qué más da, Carmen? —cedió Mario—. Total, a ti no te dirán nada, eres el ojito derecho de los dos. Si se enteran me echas la culpa a mí y listo. Una bronca más tampoco me hundirá.

      —Así se habla —dijo Álex orgulloso.

      Carmen observaba la escena con indignación. Kovak tuvo que pegarle un codazo para que reaccionara. Fue cuestión de tiempo que aceptara, ya que era la primera que quería pasar más tiempo para conocer a Álex, aunque eso supusiera rivalizar contra la belleza de su novia Icíar, quién llevaba una falda corta para mostrar pierna y que, aun tratándose de ser invierno, no tenía reparos en mostrar. Un reto que estaba dispuesta a superar.

      —Está bien… —cedió al final—, pero que conste que va contra mi voluntad, y que si se enteran te comerás tú el marrón.

      —Hecho —contestó Mario.

      Kovak celebró la decisión. Poco después, Icíar empezó a liar el cigarro mientras Álex no paraba de acariciarle la espalda. Ese día había complicidad entre ellos. Carmen lo notó. Mario lo notó. Kovak, ansioso por probar la primera calada, empezó a pegar sorbos de cerveza de botellas ajenas. Al final tuvo que acercarse a la cocina para traer una remesa nueva.

      El improvisado plan de la noche trastocó las intenciones de Mario. Hubiera sido una noche perfecta para hablar con sus amigos de los acontecimientos recientes. Les contaría su experiencia como camarero en el restaurante vegetariano, en el que ya llevaba cerca de cinco meses y en los que, posiblemente pronto le promocionarían a maître. Podría haberles contado con mucha ilusión, que se sentía orgulloso que, en tan poco tiempo, fueran a ascenderlo. Mario sabía perfectamente que su buena atención, su porte y su presencia habían contribuido enormemente a que contaran con él para el puesto. Pero todo eso había quedado a un segundo plano. Quizá era momento de reprimir sus emociones y dejarlas para otro día. Se convenció rápido gracias a las tres cervezas que llevaba encima.

      Icíar terminó de liar el porro y le pegó la primera calada. Acto seguido se lo entregó a Kovak, que iba con ansia, suspiró y se entregó al respaldo del sofá. Después le llegó el turno a Álex, le pegó una calada y se lo ofreció a Carmen que lo recibió con una sonrisa. Carmen se lo entregó a Mario, pero antes, Álex le advirtió:

      —Espera, Mario, ¿has fumado marihuana alguna vez?

      —No… —respondió.

      —Ok. Dale una primera calada suave. No te excedas.

      Mario cogió el cigarro con dos dedos como novato que era. Se lo acercó a los labios. Todos estaban expectantes, en especial Álex, que no le apartaba la mirada. Mario absorbió. El humo recorrió un camino equivocado o bien Mario no supo conducir el humo, ya que con la primera calada comenzó a toser. Era de esperar que todos se rieran, pero Álex simplemente le sonreía, ya que, como fumador habitual de tabaco, estaba experimentado en el tema.

      —¿Estás bien? —le preguntó.

      —Sí… —respondió Mario entre tos y tos.

      —Te


Скачать книгу