De viento y huesos. Charlie Jiménez
le habría provocado la reacción que Mario quería, pero sí sintió lástima. Lástima por darse cuenta demasiado tarde de que en realidad nunca la había amado. Ni tan solo una vez. La quería, sí, pero nunca de la misma forma que ella le quiso a él. El odio que le recorría el cuerpo eran síntomas inequívocos de que en lo más profundo de su corazón siempre lo había sabido, pero mantuvo la esperanza hasta el último momento porque Mario sintiera lo mismo. Él no podía ir contra natura. ¿Quién le recompensaría por haber estado tanto tiempo cuidando de su estado de ánimo, de su depresión? ¿Quién le devolvería aquellos años? Quizá su error fue esperar algo a cambio. No se puede esperar nada de las personas. Cada una de ellas actúa bajo sus propios intereses. Los humanos somos egoístas por naturaleza, siempre buscamos cómo sentirnos mejor. La decisión de cómo debemos comportarnos ante cualquier situación es plenamente nuestra. Blanca actuó, recapacitó. «Mierda», se dijo. Volvieron a asomarse las lágrimas por sus ojos… Y, sin esperarlo, una arcada le recorrió todo el estómago. Después vino otra. Y otra. Cerró el portátil y se dirigió corriendo al lavabo. Expulsó el café reciente, el anterior y los tres primeros del día.
Se quedó un rato así, a horcajadas, contemplando los azulejos. Intentando averiguar si su vida actual tendría algún sentido.
Se llevó una mano al vientre.
Regresó al sofá, se tumbó y cerró los ojos.
No los volvió a abrir hasta doce horas después.
Al despertar, la cabeza le daba vueltas. Un síntoma más cruel que la peor de las resacas. Había un cierto olor amargo que le resultaba familiar y le sacudía los sentidos. Una mancha oscura en el parqué le recordó su torpeza: era el café que, tras haberse quedado traspuesta, derramó por el suelo. Recogió la taza y la dejó justo al lado del portátil. Aquel hecho le devolvió a la realidad. No a la suya, sino a la de todos.
Limpió el lavabo del baño —se había acostumbrado a ese hábito por las mañanas—, puso ambas manos en forma de cuenco para llenarlas de agua y se las llevó a la cara para espabilarse.
Un sonido la alertó. Era su tripa, que reclamaba su ración de cada día. Debía alimentarse. No tenía ni pizca de hambre, pero lo necesitaba.
Se hizo unas tostadas con mermelada de fresa, una pieza de fruta y unas lonchas de jamón york y se las sirvió de desayuno. No obstante, el reloj de su muñeca marcaba las 17:16 minutos.
Regresó al portátil y empezó a hojear las fotografías que Mario tenía colgadas en su perfil de Facebook. Mario y Kokav; Kovak con el reflejo de Kovak en un espejo, Mario y Blanca, Mario y Álex, Mario y Álex de nuevo, Álex y Mario en una montaña, Mario y Álex en el interior de un vehículo, Álex y Mario en la playa, Álex, Álex, Álex… A Blanca le invadió una ola de animadversión. Era un odio irracional hacia Álex que aprendió a controlar hace ya algún tiempo. Solo ver su rostro provocaba en ella pura ansiedad. Estaba por todas partes. Mario tenía más fotos de él en Facebook, que de ella en todos sus álbumes.
Respiró profundamente. Contó hasta tres. Necesitaba llamar a Carmen.
—Hola, Blanca —respondió—, ¿cómo estás? ¿Has podido descansar?
—Hola, Carmen —contestó algo más tranquila—. Sí, gracias por preocuparte. ¿Hay noticias de Mario?
—Nada… He vuelto hace un par de horas. Álex se ha quedado toda la noche.
—¿Está ahora contigo?
—No, hace un rato que se ha marchado, quiere hablar con su jefe para pedirle unos días libres.
—De acuerdo, voy para allá. Nos vemos en un rato.
Colgó con cierta desazón. Regresó al portátil y volvió a sucumbir al infierno que le provocaban aquellas fotografías. Álex… Solo Álex. Dichoso el día que llegó a su vida. «Todo esto es culpa tuya, lo sé», murmuró. Era cuestión de tiempo que se vieran las caras. Después de tanto tiempo, ¿estaría preparada? Si Mario le tenía en alta estima, era por algo, un algo que Blanca sabía muy bien.
PASADO
Podría haber esperado un tiempo. Debería haber intentado disimular las ganas que tenía de salir de casa de sus padres y desconectar un rato. Carmen observó cómo su hermano se dirigía como un rayo hacia la puerta sin despedirse.
Discutió con sus padres una vez más. Lo habían contratado en un conocido restaurante vegetariano del centro de Palma y a sus padres la noticia no les había sentado muy bien. Mario solo quería ganar un sueldo con el sudor de su frente, sin tener que recurrir al ahorro de sus padres o tirar de la herencia de su abuela. Juan Antonio y María del Mar seguían insistiéndole a su hijo que debería retomar los estudios para ser abogado, tal y como su padre había hecho cuando era joven. No veían con buenos ojos que Mario hubiera adoptado esa postura bohemia y rebelde que no encajaba con la familia.
Cada decisión tomada por Mario era una decepción constante para sus padres. Sus planes eran totalmente contradictorios a los deseos de la familia. Si por ellos hubiera sido, Mario sería uno de los más reconocidos abogados de las islas Baleares, postergando el apellido Amengual generación tras generación, tal y como habían hecho sus padres, y los padres de sus padres… Vamos, que eran una familia adinerada y capitalista que lo único que le interesaba es que su apellido siguiera siendo uno de los más reconocidos de la isla. Bastaba con ver su hogar: un caserón en mitad de una finca rodeada de palmeras, higueras, limoneros y naranjos muy cerquita d’Es Coll d’en Rebassa.
Pero Mario nunca había querido ser abogado, sino traductor. Los idiomas era algo que le apasionaban fervientemente. Su afición le vino por los videojuegos, dado que, en España, la mayoría de ellos suelen llegar localizados en inglés con subtítulos en castellano, cosa que Mario agradecía ya que ayudaba a poner en práctica su aprendizaje. También disfrutaba de la mayoría de las series en su versión original, tal y como hacía con el cine. Le apasionaba. Sus dos diplomas de inglés tipo C2 y alemán tipo A1 lo demostraban. Su sueño había sido ser traductor de videojuegos, pero, por desgracia, era un trabajo con pocas salidas en la isla y que, en su mayoría, ya estaban ocupados. Así que decidió recorrer otra senda totalmente distinta: la noche. Otra de las cosas que Mario amaba con total devoción. Para él, era uno de los mejores momentos del día. Tener todo el silencio reunido para concentrarse en temas que reclamaban totalmente su interés como la lectura, la escritura, la traducción de escritos, documentación sobre civilizaciones perdidas… Se pasaba horas frente a su ordenador buscando información, indagando en blogs, páginas de Internet, periódicos digitales extranjeros y todo cuanto se le pusiera por delante con un simple clic. Pero Mario era realista. Sabía que no hay recompensa sin esfuerzo, y si aspiraba a ser alguien en la vida tendría que currárselo. Trabajar de verdad, no seguir soñando. Quería aprovechar parte de la herencia que le había dejado su abuela Isabel cuando murió cuatro años antes. Su objetivo: montar un bar de copas para costearse la oportunidad de ser… ¿naturalista? Tal vez. Lo único que tenía claro es que necesitaba viajar, vivir experiencias y absorber información de todos los rincones del mundo. Y para eso hacía falta dinero. Mucho dinero. Al fin y al cabo, era su meta a corto plazo.
Carmen no lo entendía. No apoyaba a su hermano. ¿Tan difícil era comprender que Mario era un inconformista? Cuando le dio la noticia a su hermana de que el fin de semana entraría a trabajar en aquel restaurante de camarero casi le da un patatús. Decepcionada, mostró su disgusto. E incluso se hizo la sorprendida. Claro, como ella estudiaba en el colegio privado de mayor prestigio de Palma y, presumía de ello, no estaba en sus planes que tuviera un hermano que quisiera ser un simple camarero. ¿Qué pensarían sus amigos? ¿Su familia? Mario estaba cansado de aguantar la misma historia una y otra vez. Juan Antonio, su padre, le había reprochado una y otra vez que era la oveja negra de la familia; por otra parte, María del Mar, su madre, siempre había apoyado a su marido. No aceptaría que tuviera un hijo con las ideas tan claras. Pensándolo bien, era normal, nunca había tenido la oportunidad de elegir por ella misma. Sus padres también provenían de familias acaudaladas y ya se sabe, de la mentira, comerás, con la verdad, ayunarás.
¿Por