De viento y huesos. Charlie Jiménez
día. Pero es obvio que no estoy pasando por mi mejor momento.
—Quién lo diría… —Su novia apartó la mirada con prepotencia.
—Vengo de la clínica —contraatacó Álex haciendo caso omiso al desprecio de su pareja—. Mario se ha tirado desde un quinto piso. Ha sobrevivido, pero está en coma.
Carlota no conocía personalmente a Mario, pero su novio le había hablado de él hasta la saciedad. Ahora observaba a Álex con los ojos en órbita.
—Álex, no bromees con esas cosas… —contestó.
—No es ninguna broma. Está vivo de milagro. No saben si despertará, pero si lo hace, se quedará parapléjico. Tiene la columna destrozada.
La joven estaba absorta.
—¿Me estás diciendo que se ha intentado suicidar?
—Sí.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Hace dos días que ocurrió…
—Tenemos que ir a verle. Es tu amigo.
Carlota cambió de tercio cuando empezó a crear conciencia. Se dirigió hacia él y se sujetó de los hombros afectuosamente. Álex, por el contrario, no mostró ningún cambio en su rostro. Frío por fuera, caliente por dentro.
—Acabo de venir de allí. Es mejor que no vayas, tú no lo conoces. De todas formas, ese no es el motivo principal por el cual quería hablar contigo. —Sus palabras era tan duras como un martillo, pero no era la única noticia que le reservaba—. Quiero que tú y yo lo dejemos. No quiero verte más. Podría extenderme y darte explicaciones, pero la verdad es que no me apetece y estoy cansado de hacerlo. He dejado pagado dos meses del alquiler del piso. Posiblemente yo me vaya al piso de mi padre, todavía no lo sé, ya lo veré, pero no quiero estar contigo en estos momentos. No es bueno ni para ti ni para mí. Así no podemos continuar.
Carlota se apartó de Álex y dejó una buena distancia entre ellos. Se apartó un mechón rubio de la cara y se lo recogió detrás de la oreja. Intentó sopesar la información que acababa de recibir, pero en ese instante se sentía cual péndulo de un reloj de madera vieja, levitando de un lado para otro como si la cosa no fuera con ella.
—Primero me dices que tu mejor amigo se ha intentado suicidar y luego me apuñalas en el pecho dejándome tirada. —Si por sus ojos se asomaba el brillo de unas lágrimas, lo disimulaba muy bien—. Estupendo. El mejor día de mi vida.
Como alma que lleva el diablo, se levantó del sofá y le propinó una buena bofetada. Álex no se resistió. Sabía de sobra que se la merecía, así que se dejó maltratar. ¿Qué es una bofetada comparada con vivir una mentira?
—Dime al menos una cosa —dijo Carlota con los ojos inyectados en sangre—, ¿alguna vez, por pequeña que fuera esa posibilidad, me quisiste?
Álex podría decirle que sí, que hubo un tiempo —relativamente al principio— en que sí, o que la quiso con gran devoción. Que hubiera dado cualquier cosa por estar con ella, a su lado, o que si alguna vez sintió el amor, fue muy parecido a lo que sentía por ella. Pero esta vez no dijo nada. Se quedó callado, su silencio fue tan frío y frágil como el témpano que se forma en las aguas cristalinas de una montaña. Lo que sí sabía con certeza eran sus sentimientos hacia ella. La adoraba, sí, pero siempre desde el cariño que ejercía sobre él. Algo muy parecido a lo que Mario sentía por Blanca. Por eso dejó que Carlota sacara sus propias conclusiones y abrazara la soledad que sentía en ese momento, pero a sorbitos.
—Ah, claro. No me vas a responder —dijo afligida—. Pues muy bien, si es lo que quieres que así sea.
Ahora Carlota ya no contenía la rabia, pero sí lo hicieron sus lágrimas. Pocos segundos después, recogía su bolso dispuesta a largarse y le dedicó a Álex unas últimas palabras.
—Eres un cerdo. Un egoísta asqueroso. No puedo creer que me estés haciendo esto. Te quedas ahí callado, como si no hubieras roto un plato en tu vida, pero yo te conozco Álex, sabes muy bien que eres un cobarde y un manipulador. Mírame a la cara y dime la verdad —incitó furiosa—, todo esto es por Mario, ¿verdad?
Álex no se hizo esperar.
—Enteramente —contestó.
Y el portazo de Carlota acompañó a la soledad de una persona que sujetaba los cuatro muros de aquella casa con los brazos.
Horas después hizo las maletas, dejó las llaves encima de la mesa y arrancó el coche en dirección ningún lugar. Mario le necesitaba, se lo debía.
PASADO
Uno de los primeros días húmedos de invierno, Mario decidió invitar a sus amigos a pasar el fin de semana en casa. La suave llovizna había cubierto las calles de una fina oscuridad perpetua. Como si las nubes hubieran conferido un manto oscuro de perplejidad. Sus padres, Juan Antonio y María del Mar no estarían ese fin de semana, habían decidido visitar a los padres de María del Mar, ya que vivían en Málaga, así que tendrían dos días para hacer lo que quisieran en casa y que nadie quebrantara sus planes.
Mario había visitado varias veces a sus abuelos andaluces, pero casi siempre por obligación. Era algo que intentaba evitar a toda costa, ya que sus parientes le evocaban al lado más amargo del ser humano. Ya lo dijo el escritor británico Israel Zangwill: «El egoísmo es el único ateísmo verdadero; el anhelo y el desinterés, la única religión verdadera».
Por supuesto, Carmen no estuvo de acuerdo al principio. Su hermana era dura de mollera, pero Mario sabía cómo encandilarla. Kovak había presentado a Álex en sociedad hacía seis meses. De vez en cuando, Mario, Álex y Kovak, hacían planes juntos y a ella no le quedaba otro remedio que escuchar su nombre a todas horas. Debido a ello, el interés por conocerlo había crecido exponencialmente. Cuando supo que su hermano lo había invitado a la fiesta, no puso objeciones. Ese día, por fin, le pondría rostro a su presencia.
El plan era el siguiente: Mario prepararía una cena sabrosa a base de pasta con salsa de nata, tomate cherry y un toque de albahaca y pimienta. Después verían una película de terror, y beberían cerveza hasta agotar la noche. Los invitados se podían quedar a dormir, ya que había habitaciones de sobra. Además, el día acompañaba perfectamente a su plan, ya que no había parado de llover desde que amaneció. Era perfecto para tenerlos a todos juntos. Mario estaba impaciente, se duchó y le pidió a su hermana que le ayudara a colar la pasta, ya que los invitados estaban a punto de llegar.
Pasados unos minutos, Kovak tocó el timbre. Iba acompañado de Álex y su novia hippie, Icíar.
—¡Buenas noches y a la paz de Dios! —saludó Kovak jocoso.
—Hola, chicos —saludó Mario. Luego los abrazó uno a uno. Algo que había cogido por costumbre en cuanto los veía—. Pasad, poneos cómodos.
—Icíar ha comprado esta botella de vino —dijo Álex ofreciéndosela a Mario—. No entiendo mucho de vinos, pero ella dice que, de los más baratos, es el mejor.
—No te tendrías que haber molestado, Icíar —le contestó Mario muy respetuoso—, pero gracias de todas formas. Creo que va a durar muy poco en la cena…
Los chicos se dirigieron al salón y se distribuyeron cerca de la chimenea que Mario había encendido previamente para que entraran en calor.
El salón sabía acoger a sus visitantes. El fuego abrazaba las paredes y las pintaba de un ocaso particular. Todo estaba decorado con gusto. El mobiliario consistía en estantes y mesas de madera de abedul, así como figuras de animales salvajes en plata, cobre y oro, relojes de pared con sus correspondientes sonidos característicos. Había diferentes cuadros de temática realista del autor mallorquín Joan Aguiló.
A los pocos minutos apareció Carmen con unas copas para despachar el vino. Saludó a todos por igual, pero al ver que su hermano no la presentaba en sociedad como debía, le pegó un tierno codazo.
—Ah,