De viento y huesos. Charlie Jiménez
llegar a ser un encanto.
—No seas modesto —contestó la mujer—, sabes que siempre has sido como de la familia. Y deja de llamarme señora Herrera. No será que te lo he dicho veces.
—La costumbre, perdóneme.
—Estamos convencidos de tus buenas intenciones, Kovak —intervino Juan Antonio Amengual—, lo demuestras viniendo hasta aquí.
—Gracias.
—Sabemos también la buena influencia que has sido siempre para nuestro hijo —continuó.
—Gracias otra vez. Mario se merece más que eso. Le debo mucho.
—Creo que, de alguna forma, podrás ayudarle… —insistió María del Mar.
—Eso ya me ha quedado claro, María del Mar, pero no sé cómo puedo hacerlo, la verdad. No creo que contándole batallitas mientras está en coma sirva para algo.
—El doctor dice que sí, que detecta algo así como vibraciones. Que su cerebro interpreta las tonalidades de la persona que está hablando y absorbe esa especie de energía. El subconsciente, lo ha llamado.
—Ya veo —respondió Kovak, disconforme—. ¿Y qué pretendéis que haga?
El matrimonio se miró a los ojos. Tramaban algo.
—Necesitamos que le recuerdes la persona que ha sido. Háblale de vuestra infancia. Pero no le hables de Álex. No queremos que le recuerdes lo traumático que ha sido para él conocerle. Él ha sido el responsable de que esté ahora mismo en una cama postrado y de la que es posible que no vaya a levantarse.
Kovak continuaba en sus trece pensando que no servía de nada hablarle a una persona en coma o que estuviera soñando con Dios sabe qué, por eso detectó cierta extrañeza en aquellas palabras. Las intenciones del matrimonio eran totalmente cuestionables. ¿Qué pretendían conseguir con aquel propósito?
—No entiendo muy bien lo que me estáis pidiendo —dijo Kovak algo desorientado.
María del Mar miró a su marido y este asintió dándole su aprobación.
—Ven. Acompáñame fuera —le dijo agarrándole del brazo obligándole a salir al pasillo.
—¿Qué me propone, señora Herrera?
—Por Dios, Kovak, deja de llamarme señora.
—Está bien, perdone.
—Los dos sabemos que aprecias muchísimo a mi hijo… —su voz se tornó melosa, pareciendo casi un susurro.
—Por supuesto, es mi amigo.
—Esta tragedia —continuó María del Mar—, nos ha cogido a todos por sorpresa. Mi hijo tiene pocas probabilidades de sobrevivir, pero quiero que quede claro una cosa: soy su madre y haré todo cuanto esté en mi mano para que Mario se recupere. Y cuando digo todo, es todo. Sé que tú le tenías mucho aprecio, pero mi hijo no siempre se mostró muy fiel contigo, ¿me equivoco?
—Mario siempre ha sido un poco suyo —contestó—, pero es mi amigo, y nunca hemos dejado de serlo.
—Lo sé, lo sé… —prosiguió María del Mar acariciándole la barbilla—. Tú eres la persona que siempre ha debido estar a su lado. Estarás de acuerdo conmigo, ¿no?
Kovak asintió a regañadientes.
—Por eso creemos que puedes ayudar a que nuestro hijo se recupere. Mi marido y yo, tenemos mucha fe en ti. Nunca hemos puesto en duda tu amistad con Mario.
—Todavía no sé muy bien qué es lo que queréis que haga, María del Mar. Estoy algo confuso.
Los focos del pasillo hicieron aparecer un destello pétreo en la mirada de María del Mar.
—Tú trabajas con Álex, ¿no es cierto? —le preguntó.
—Así es.
—Entonces verás todos los días a esa sabandija —continuó amenazante.
—Digamos que sí. Y no es una sabandija, es una persona. Pero ahora está de baja en la empresa.
Ese dato sorprendió a la señora Herrera, la cual mostró cierto enojo comedido. Para entonces, Kovak comenzó a atar cabos. Notaba cierto aire cargado en ese pasillo y no se trataba solo de las vibraciones que emitían los pacientes enfermos de la planta. Había algo más que solo Kovak podía percibir. Era esa mirada macabra de la madre de Mario. Estaba escupiendo fuego contra una persona a la que despreciaba con toda el alma. Era su amigo, su compañero de trabajo y su mejor confidente. Sintió el escaso apego que sentía esa familia por Álex, esas ganas de dejar claro quién mandaba sobre su hijo. Esas ganas de crear barreras sólidas para que nadie ni nada traspasara los muros familiares.
—¿Qué es lo quieren? —preguntó Kovak serio, adusto.
—Queremos que seas tú el que se encargue de que ese energúmeno no vuelva a pisar este hospital —contestó finalmente—. No lo queremos cerca de mi hijo. Su presencia solo puede empeorar su recuperación. Necesitamos que te encargues de que no venga. Por nosotros, por Mario.
Al fin. Kovak confirmó sus sospechas. Los padres de Mario le estaban pidiendo —o exigiendo más bien— que consiguiera vetar la poca amistad que quedaba entre Mario y Álex. Ahora cuando todo parecía derrumbarse, ahora que finalmente Kovak se demostró que había sido él el que había fallado a su amigo Mario durante tanto tiempo, ahora, en ese instante, vio crueldad en sus ojos, tanto que le advirtiera su amigo años antes. María del Mar dejó mostrar el lado más amargo de la tristeza y desesperación, intentó manipular a Mark Bou de la forma más deshonesta posible. Pero no lo consiguió.
—No me lo puedo creer. Mario tenía razón —dijo para sí—. Siempre me lo repetía y yo no le hacía caso. Creía que llevándole la contraria estaba haciéndole un favor, pero no era así. Cada vez que se quejaba de sus padres yo le decía que no debía hablar así de vosotros, que no podía ser que las cosas estuvieran tan mal como para que no os dirigiera la palabra, pero ahora veo que tenía motivos suficientes.
Entonces levantó la vista y traspasó a María del Mar con sus ojos. Una mirada tan fría y firme que sorprendió al mismo Kovak.
—Le voy a decir una cosa, señora Herrera —ironizó Kovak—. Por mucho que le duela, Álex ha sido y será una parte fundamental de la vida de Mario. Puede ser que yo haya tardado un tiempo en darme cuenta, pero lo he hecho. Creo que va siendo hora de que asimiléis de una vez por todas que quien está matando a vuestro hijo sois vosotros mismos. No voy a consentir que me manipuléis ni a mí ni a nadie si no sois capaces de ver realmente lo que está pasando. Álex lo ha sido todo para Mario. Y si se lo arrebatáis, tened por seguro de que morirá de pena, y no debido a la caída. Hoy he venido a ver a mi amigo y estar con él un rato, como hacía antes, cuando todavía sonreía y no tenía los ojos cerrados las veinticuatro horas del día. Quizás deberíais meditar un poco en ese detalle y dejar de desear algo que no encaja con vuestro hijo. Mario no es como vosotros, y nunca lo será. Él no está hecho para llevar el bufete. Es así de simple. Deberíais estar preocupados por la recuperación de vuestro hijo en vez de jugar con las esperanzas de la gente que sí le quiere.
Hizo una pausa para coger aliento, luego continuó:
—Álex vendrá a verle, es más, yo mismo me encargaré de que así sea, estén o no estén ustedes aquí. Y ahora, si me perdona, tengo mejores cosas que hacer que estar perdiendo el tiempo o hacerles entrar en razón.
Dio medio vuelta y se marchó dejando a María del Mar con la palabra en la boca.
El trayecto hasta su casa se hizo corto mientras Kovak pensaba en lo que acababa de ocurrir. Jamás se había mostrado tan firme y seguro de sí mismo. Sentaba demasiado bien. Qué ciego había estado siempre y qué poco apoyo había mostrado a su amigo. Siempre contándole sus propios problemas, pero sin reparar en los que tendría el propio Mario. Qué egoísta se sentía en ese momento. Qué poco acertado había estado en mostrar celos