Ventana abierta a nadie. Almudena Anés
piensa en el futuro, en cuando sea mayor, ¿quién cuidará de mí? Recuerda a las ancianas del parque. La agencia inmobiliaria le ha informado sobre unos abuelos interesados en uno de los pisos. Le gustaría ser inmortal. No tenerle miedo a las ventanas por las que se suicida la gente corriente.
Soy víctima inexorable del paso del tiempo. Me estoy muriendo en el mismo instante en el que respiro y mi vida se consume en un cenicero al ritmo de los cigarrillos. Sueño que vivo para no enfrentarme al destino y no ver la cara de algún dios enfrente de mí, ojo por ojo, reconociéndome en lo que no creo porque me da miedo saber qué hay más allá de esta frontera de la realidad. Levito sobre la lluvia caída, resbalo contra el suelo y caigo como un peso muerto. Solo poseo el ahora y ya se me escapa.
Necesito una razón que me ate a la tierra. Soy joven y mañana duerme todavía la siesta en la misma cama en la que mi cabeza posa sus esperanzas de vida. Siento una traición perenne e inevitable entre la biología y la metafísica. Me hallo en medio de un conflicto de fuerzas inertes que me mueven en direcciones contrarias y opuestas que no puedo controlar. Me debato y lucho por estar, aquí, en este momento, sin más, sin pensar en las horas que se caen del reloj a medida que las manecillas se van suicidando a causa de la gravedad.
La juventud se nos escapa, huye lejos, pesadillas de hierro y metal que trastocan el cerebro y que por fin vemos con los párpados abiertos a través de la mano. Me confunden la noche y el espacio perdido. No existe más arena para dar de comer al reloj y que nos dé una segunda ocasión para sobrepasar el estrecho.
¿Final? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?
No conozco las respuestas, pero está sucediendo, soñamos con el futuro y nos perdemos el presente que sí tenemos como un tesoro efímero de existencia que se va, se marcha, se fue. No hay más remedio que enfrentarse a la madurez de la edad.
V
Arquitecta tiene una hija. No quería tenerla, pero la tuvo porque a él le hacía feliz. En el nuevo edificio habrá muchas familias que querrán construir su vida desde ese punto en el mapa. A veces la observa, desde lejos, como si nada, intentando adivinar sus pensamientos de adolescente. Todos los jóvenes acaban creciendo y ella tiene miedo de que se vaya y la deje sola entre sus mundos imaginarios y sus puertas cerradas.
Aquel año casi cayeron las Torres Gemelas. Tuvieron que esperar tres años para lograr su objetivo, los mismos que me llevaron a mí a distinguir entre la maldad y la crueldad. Los niños son malos de nacimiento, la gente no cambia, el país probaba su primer misil nuclear y pensaba que la peor vergüenza es que te vean derramando rabia en forma de cascadas de pis y agua sobre los lavabos y las charcas.
Pasó Eurovisión, mataron a un estudiante americano por su homosexualidad y en alguna parte del mundo alguien decía que estaba bien. Siguen juicios en espera y casos abiertos de niños desaparecidos que jamás fueron encontrados, amores reventados en accidentes de coche que alcanzaron cifras históricas en los telediarios. Época de libertad en la que beber y conducir conducía a la muerte. Todavía no vivíamos en el siglo dorado, seguíamos soñando con que el planeta era nuestro y las alarmas ya nos avisaban de que no era así. Ahora nos cuesta aceptar el calentamiento global, el cambio climático.
Mi nacimiento casi supuso la muerte a mi madre y quizás eso es la maternidad, entregarle hasta la vida a tu hijo, aunque no la haya pedido.
Recuerda que nadie te quiere hacer daño.
Aquel año murieron soldados por guerras absurdas, pero esta paradoja lleva sucediendo durante toda la historia. No sorprende a la ventana rota por el hombre que se ha tirado por ella. Britney Spears sacó la canción más comercial posible y el resto le hicieron los coros mientras los políticos seguían robando y el dinero iba de mano en mano, desde aquí hasta el más allá, pasando por allí, de paraíso fiscal a artificial, de engaño en engaño, corrupción que continúa supurando en la memoria de antaño y en la del paro. Aquel año fue una fracción de segundo en el universo.
VI
Ha vuelto aquella época sinuosa de heridas. Perduran esquirlas en la piel, cicatrices en las muñecas. Arquitecta quiere diseñar ventanas por las que la gente mire hacia el futuro. Sin embargo, se sigue encontrando con el mismo vacío de siempre. Hoy abismo y ella se han saludado.
Tengo todo el vacío del mundo. Puedo morir. La mortalidad de mi cuerpo que mira a través de la ventana de este décimo piso y sabe que la caída sería fatal. Poder también es conocer los límites de tu propia vida. Tomar la decisión o esperar a un reloj de arena más. No espero nada de las nubes que pasan. El sol es otro astro de un firmamento del que no puedo comprobar su veracidad. Sé que está lloviendo dentro y fuera, pero jamás he sabido apreciar la diferencia entre el agua de lluvia y el de una manguera.
Me siento aquí, en esta esquina en el último lugar de la tierra y observo en silencio. Me gusta escuchar y no oír. El ruido me molesta muchas veces y llego a la soledad para consolarme con la velocidad. Así entendí cómo funcionaba el tiempo. Han sido tantas tardes en este rincón abandonado; no sé si estoy esperando a que suceda algo que cambie la dirección del movimiento que toma la gente cuando sale a la calle. Miro a las personas yendo hacia los mismos lados siempre y me pregunto sobre los instintos animales y la costumbre. No comprendo el mecanismo interno de la comodidad, de las burbujas de cristal. He vivido en ciudadelas y fortalezas, muros sin fin que han construido el espíritu que soy y me convierten en humana, pero jamás viví con tanta hipocresía, con tantas mentiras y falsas cúpulas que sustituyen el cielo.
¿Qué sentido tiene vivir si no se puede mirar al cielo?
Quizás me equivoco y el espacio es lo único importante. Pocos piensan ya en alcanzar una estrella, casi los mismos soñadores que conservan un copo de nieve en una placa de cristal. Vamos a la caza de lo efímero y qué mejor propósito de vida que dedicarse a perseguir aquello que no se puede alcanzar.
Por eso yo prefiero tener todo el vacío del mundo como pertenencia, inalcanzable y libre.
Un vacío que solo vive y existe para mí.
VII
Las vidrieras de este piso son eso, solamente vitrales con colores. Óculos por los que traspasa la luz, dejando la oscuridad dentro. Pasa las tardes dibujando y desdibujando líneas y círculos que la acompañan en las horas muertas del reloj. Arquitecta se prepara café, espera a que Marido vuelva, a que Hija regrese. Se queda sola, esperando tiempo y sombras.
Mírame a los ojos y dime qué ves.
Un vacío enorme ocupa mi globo ocular.
Ojos de cristal sustituyen mi antiguo modo de mirar. Ahora veo limpio y mi mirada es cristalina. Mi piel se halla en un castillo de arena que la corriente arrolla. Espero a solas a que suceda algo que me caliente el alma. Tengo frío en el pecho y no consigo ver un mundo mejor cada vez que abro los ojos para enfrentarme a otros. Me encantaría cartografiar a la soledad y así encontrar algunas respuestas en el fondo del abismo, que me mira tanto y me llama con silencio nefasto, pero nunca hallamos la ocasión para encararnos. Serán los monstruos de antaño y las estrellas del cielo que me retienen en este lado del charco cuando océanos de tiempo me distancian.
Aislamiento buscado entre árboles y polvo blanco, abandono del cuerpo y del espíritu para vaciarme en un vaso de lluvia que dejo en una choza en cualquier isla desierta. Me tumbo y miro sin mirar. Recordarme que fui feliz y olvidarme de ello para sobrevivir.
A la soledad solamente le hago una petición, que me entierre entre las olas y el salitre, que me arranquen los ojos las gaviotas. Una llaga abierta que supura verdad y dolor al no admitir la cura volviendo atrás, al punto exacto donde la separación se hizo realidad y vino la soledad a ocupar espacio en el centro de mi triángulo de latidos.
Mírame aunque no esté delante como en las fotografías a través del espejo, intentando cazar el reflejo de aquella mirada con la mía y vencer por fin a la soledad más triste e infinita de un náufrago en mitad de su deriva.