Ventana abierta a nadie. Almudena Anés

Ventana abierta a nadie - Almudena Anés


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Se turba. No sabe qué decir. Arquitecta desea de nuevo aquel cuerpo. Lleva años sin sentir un orgasmo.

      Las farolas se doblan por el calor condensado de una ciudad que se embadurna con el aceite de sus heridas, que arderá hasta volverse desierto al lado de un mar víctima de la sequía. Vuelves a huir y se incendian las calles mientras me pierdo en el asfalto que me retiene, te marchas, te esfumas, te diluyes con el humo de un amanecer teñido de fumarada.

      Te busco entre la gente que baila como loca en su última madrugada de libertad. La rutina asusta. Te encuentro en un charco de lágrimas negras, cenizas que son rastro hasta la alcoba que ya ardió una vez pero pide de nuevo el ardor de nuestras pieles tropezadas. Hay fuego y un rayo nos rompe, se consuma algo que no debió arder pero que regresa con la fuerza de un ayer que nunca murió.

      Cremación: dolor que se junta sobre nuestros cuerpos que se abrazan y se ahogan porque no hay suficiente aire en la habitación.

      Nos hemos encontrado y nuestros ojos se buscan en la penumbra de una noche que no acaba. Pero hemos caído y la noche se ha hecho eterna para nuestras pieles acostumbradas al fuego. Salamandras y dragones, cada avenida está llena de escombros y desechos de una guerra convertida en fiesta. Personas que beben y se abandonan a su suerte, los cohetes estallando y provocando sordera para no oír la llegada del mañana, fuegos artificiales y noches de fuego que siguen entre nosotras a pesar de todo el papel quemado y las fotografías rotas.

      Me cubro la mirada para no entender que nada de esto es real, que solo es fuego en mi memoria que cicatrizará en un recuerdo silencioso. Un abrazo de plexiglás reducido en una esquina de la ciudad que ardió. Ni tan bonito como el corazón de un soldadito de plomo, ni tan feo como una lata de cerveza arrojada en un rincón.

      XVII

      Arquitecta quiere empezar de cero a veces. Huir sin mirar hacia atrás. Volver al plano donde trazaba su vida y no edificios. No sabe qué fue de aquel amor de juventud, pero hoy, en su octavo aniversario de bodas, la echa de menos.

      Tu historia vino después, pero yo ya podía imaginar el pasado en los ojos de las farolas, en el eco de lo que nunca decías pero querías expresar en voz alta. No puedo, me explicabas con las manos apretadas, intentando retener un torrente de recuerdos y palabras que jamás fueron dichas pero te hubiera gustado decir.

      El mundo siempre nos resultó una cosa lejana hecha para personas distintas.

      Tocabas la guitarra demasiado bien.

      Así fue como aprendí el funcionamiento de tus dedos.

      Deseaba tocarte, pero entonces no sabía que las pieles, para comunicarse, deben tocarse. El tacto me fallaba y todo se desequilibraba de la manera más absurda.

      Fuiste una niña feliz y no has cambiado mucho. Ahora eres una mujer con el interior de una niña igual de feliz y sonriente que le cuesta a veces vivir pero que no pierde la sonrisa. Te admiro y te envidio a partes iguales porque yo no soy feliz y me gustaría serlo.

       Conmigo.

      XVIII

      Arquitecta utiliza la escuadra para romper vasos de cristal. Vienen a su mente los gritos de rabia cuando tenía quince años y le costaba demasiado vivir. Espiaba ventanas entonces y solía mirar al cielo buscando respuestas que no llegaban. Ahora Hija grita también, pero más fuerte, con menos razón. Que coja la puerta y se marche, piensa ella, pero que no me quite los tragaluces.

      Una vez me entraron ganas de morir demasiado pronto. Fue una sensación extraña que duró una hora en el baño, delante de un espejo, intentando encontrarle una respuesta al miedo, con ansias de una decisión definitiva. Mis padres se hubieran lamentado sobre qué hicimos mal, amor, pero no hubieran encontrado justificación porque la culpa no era de ellos.

      El pasado es alguien roto que llama a mi puerta otra vez preguntándome sobre cómo parar la lluvia con las manos. Charlamos largo rato entre miradas perdidas que se desvanecen entre el silencio de dos seres que se reconocen en la ausencia. Pasa el tiempo y los recuerdos de la muerte que no sucedió vienen en los períodos de duermevela. Quiero responder todas sus preguntas, devolverle el tiempo dado de nuevo cuando creía no merecerlo.

      Asumo las circunstancias de mi vida y esta tendencia a la melancolía cuando todo me invita a disfrutar. Esta tesis me asalta en ocasiones, del mismo modo que cuando estábamos el espejo, la navaja y yo. La historia ya la sabe el viento, pero he aprendido a escribir sobre la cicatriz para no olvidarla y no repetir la experiencia, para creérmela y asimilarla en la piel sana de mis muñecas.

      XIX

      Vuelven a caerse las hojas y la calle está sucia. Un día como hoy, Arquitecta entendió que el amor siempre es errado. Todavía ecos de palabras se escuchan en su mente, voces de aquella mujer y aquella historia. La lupa del presente la ayuda a lidiar con el pasado cuando este vuelve a llamar a la puerta.

      Te he fallado.

      La naturaleza ha vencido a las circunstancias y mírame ahora delante de este espejo, ¿qué fue de aquella persona que te convenció de los buenos intentos? ¿De quién son esos ojos vacíos que ya no te recuerdan a mí?

      Ya nada vale de nada, mis palabras se diluyen en el lavabo, se pierden con el sonido de la radio puesta en la sala contraria. Me llamas al teléfono, me cuentas que te fue bien, que nadie te ha hecho nunca daño excepto aquellos que ya no forman parte de ti, que mañana hemos quedado a tomar un café y que me esperas en la misma calle de siempre a las seis.

       No digo nada y espero a que alguien cuelgue por mí al otro lado.

      Me abrazas por detrás cuando bajo la guardia, me acaricias la nuca y estrellas con suavidad tu nariz en mi cuello, oliendo los restos de mi matriz primaria, dicen que ese es el último lugar del cuerpo donde perdura la inocencia de nuestras infancias. No hueles a nada, me susurras, apretándome con más fuerza, evitando la catástrofe.

      Perdóname, desconozco cuántas veces te habré escrito este verbo sin llegar a pronunciarlo en tu boca. Soy como soy, de aristas y flores, de insinuaciones perdidas y heridas que hacen de esta piel que tocas una armadura contra el frío polar.

      Soy la cara que no se gira cuando dice adiós, la que te decepciona y guarda rencor.

      La mirada adulta en el rostro de una niña.

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