Ventana abierta a nadie. Almudena Anés
que arden. Un sentimiento que escapa de las fronteras de las pieles que habito y que he conocido. Todo se muere cuando lo toco. Envidio al resto de personas huecas que caminan por esta avenida con eco de ausencia y siguen sonriendo cuando solo tengo ganas de llorar. Acabaría con este sufrimiento abriéndome en canal sobre la mesa de autopsia, pero me da mucha vergüenza que miradas extrañas vean la pena que porto oculta, abierta hacia todo y hacia nada más.
XII
Querer y amar son dos sentimientos distintos. Arquitecta quiere a Marido pero ama a otra mujer. Una mujer que se fue y parece que sigue aquí, bien adentro del pecho. Piensa en todas las parejas infieles que vivirán en el nuevo bloque de apartamentos, creyendo, tal vez, que existen los finales felices en la sociedad actual.
Me duelen las despedidas en esa calle cuando yo me subo al taxi y tú te quedas atrás. La última vez fue la más triste de todas. Nos abrazamos en silencio. Sonreíste y los rizos negros cayeron por su propio peso, ocultando la mirada culpable de quien siente mucho pero no lo suficiente. En aquel momento me pregunté qué pasaría cuando la nieve tiñera tu melena al despertar y el deseo solo fueran canas en el café. Intenté imaginar quién acariciaría tus ruinas, los restos de tu cuerpo al sucederse la juventud en noches con madrugadas eternas.
Te deseo lo mejor.
Aquella calle siempre fue solitaria, pero hoy hasta mi casa surge más vacía que ayer. Se retroalimenta. Coches y luces, velocidad que se rebobina en el recuerdo. Confundo las constelaciones con las farolas porque sigo siendo de la distancia y jamás aprenderé a orientarme si no persigo otros pasos distintos a los míos.
No sé qué decir ni qué hacer.
Me bato en retirada.
No paro de pensar, de acordarme de cada instante perdido, de las palabras que faltaron. Nos sobrepasaron las circunstancias. Nadie me esperará ya enfrente de la ventana y podemos continuar fingiendo que la vida va a seguir igual, pero si fuéramos tan honestas como cuando estuvimos abiertas de piernas al mundo, quizás sabríamos que no es verdad.
XIII
Arquitecta almacena ira y rabia. Quiere gritar. No puede. Del mismo modo que sabe crear ventanas, también sabe destruirlas. De hecho, prefiere destrozar a concebir. Desconoce cómo pudo tener a Hija. Ahora le piden un parque ajardinado para que jueguen los niños, para que vayan las madres felices y todas las que no lo son.
Odio todo lo que puedo. Siento odio y no lo consigo evitar; es una sensación extraña que echa raíces en mi cuerpo y reverbera con destellos de rabia e ira. No veo nada cuando tengo este sentimiento constante, el letargo de una navaja clavada en la herida.
Supongo que arrastro una infancia que todavía me duele cuando la recuerdo. Los dolores de mi cabeza no han cesado con los años. Necesito paz después de la violencia. Pinto todo con negro, incluso mi menstruación.
Reconozco mis carencias con sus dolencias y respectivas perspectivas. Tú me dices que soy buena persona, pero destrozo y se me da mejor destruir que crear. Odiaré para seguir con vida.
Una vez pensé en cortarme los miedos, cercenar las venas y coserlas con flores para disimular el error. No lo hice, pero el baño parecía tan real en mis sueños… Desabrocharse la camisa blanca, dejarla en el suelo con un sostén negro y sostener la catástrofe. El cuerpo no deja de llorar mientras las pupilas miran hacia otro lugar y los ojos están secos.
Soy cruel y me gusta jugar con los demás porque aprendí a sentir así.
XIV
Arquitecta no ama a Marido. Nunca lo hizo, en verdad. Se casó por conveniencia. Su corazón se quedó prendido de otra ventana con las persianas bajadas. Vendrán parejas jóvenes que se casarán. ¿Cuántas se divorciarán?, se pregunta ella mientras perfila el nudo de una soga que se desliza por la balaustrada de una terraza. ¿Cuánto aguantarán hasta que no puedan mirarse a la cara de la vergüenza?
Estamos a solas en este cuarto en tierra firme. Entra el sol por la ventana y la cama está deshecha, pero nadie la ocupa excepto una sombra. Mi cuerpo ha decidido quedarse esperando. Observa el camino y utiliza mis ojos sobre la mano izquierda para comprobar con tristeza que nadie acude a la llamada silenciosa del eco. Vuelve a calzarse la mirada y se atusa las lágrimas en el espejo. Se ve por primera vez en este día que empieza y se analiza con curiosidad todos los detalles imperfectos que conforman su cara. Se quita la máscara y me saluda desde fuera porque sabe que vivo en una jaula. Le devuelvo una sonrisa que no me sale natural y se despide de mí hasta la próxima ocasión en la que coincida su rostro contra mi verdad.
Se peina, se limpia los párpados de legañas y se pinta los labios de un rojo sangre tan intenso que el líquido que desagua por mi nariz solo puede ser agua. No hay más opciones. Se perfuma y se viste con el uniforme habitual: ropa negra que confunde a mi propia oscuridad porque ya no sabe en qué lugar ponerse para pasar desapercibida. Yo le pido que juegue conmigo a las cartas porque estoy demasiado harta de echarle solitarios a la nada. Nadie suele venir a visitarme. Se quedan con la fachada. Sale a la calle para hacer su paseo habitual, le da un beso a su madre, acaricia las canas a su padre, que todavía está leyendo el periódico y tomando café mientras mira hacia un fondo ficticio, hacia un punto inexacto en el paisaje. Tiene cincuenta años y está en paro, quizás su mirada perdida se dirige hacia el futuro que se escapa. Las dos piernas avanzan por el descampado y dentro todo retumba. Es un día soleado y en mi cabeza no hay pensamientos.
Mi cuerpo ha quedado con alguien que no recuerdo, sé que me ha dicho su nombre, pero aquí siempre vuela el tiempo y recordar es más cansado que el olvido. Me siento voyeur de mi propia vida. Pero mi cuerpo es feliz y supongo que yo también soy feliz así, aunque no es fácil decirlo, aunque no sepa nada del otro cuerpo que nos alberga a ambos entre sus senos, aunque este espacio nuevo no sea una solución para este duelo. Para ninguno de nosotros, para nadie en concreto.
XV
Una placa conmemorativa será su firma en el edificio. Bloque de Apartamentos de Arquitecta, metro sesenta de altura, cincuenta kilos de inseguridades e ira. No habrá más rastro que el bronce de la plancha. Ella, máxima creadora de las casas, no será más que polvo en el rellano.
Nunca he querido detener el curso natural de los acontecimientos. Y he sangrado por sacrificar mi propia felicidad por garantizar la de otros. No soy el hombre del libro que no podía caminar porque no necesito a un profeta que me salve de mis errores.
Si muero, será porque tenga que ser así.
He dolido a gente que me importaba. He conseguido camuflar la oscuridad con el negro de unos ojos grandes, profundos como pozos y agujeros de gusano. Lo he perdido todo y cada derrota me ha destrozado un poco más. El dolor humano sorprende porque no tiene límites. Me han hecho daño y echo de menos el sufrimiento agradable de aquellos que solían quererme. Pero nadie quiere ya verdaderamente y ahora el amor se pierde.
El cuarto está repleto de bioluminiscencias de los que han pasado por mi vida, y en cada ventana de este último piso a ninguna parte se suicida otro nombre hacia el olvido. Los cristales pertenecen a la memoria oxidada y el corazón lo he abandonado en una nevera de un restaurante chino en el que acostumbro a comer sola. No ansío volver hacia atrás porque no tiene sentido. Considero esto una debilidad que no le hace honores al presente que se escapa entre rostros y apellidos de una lista interminable que han tejido los años del mundo sobre mí.
Me gustaría poder pensar de otro modo, pero lo único que puedo afirmar es que a veces siento que no siento nada. Entonces subo al rascacielos de la conciencia y me quedo en mi área particular de miseria en el cielo y me pierdo bajo el peso de las circunstancias.
XVI
Arquitecta queda con Capataz para tomar