Ventana abierta a nadie. Almudena Anés

Ventana abierta a nadie - Almudena Anés


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eternas transfiguran la vieja memoria. La juventud de una vida pasada. Arquitecta piensa en los hijos de los vecinos colindantes, en los niños adolescentes que pasarán madrugadas enteras por la ciudad, bebiendo, fumando, en esquinas insospechadas estrechando manos ajenas. Dibuja balcones conectados entre sí por barandillas infinitas, escaleras de caracol y ascensores que harán más fáciles las vueltas a casa, las resacas y las preocupaciones de los padres por los hijos que no regresan y no quieren regresar.

      Ayer vi el rostro de la historia más breve del mundo. Ojos negros, abrigo de invierno. Hoy son los Goya y anoche esperaba en la misma estación de metro la llegada de la nada. Qué vacío tan amargo me regalan las despedidas. Ella se va. Él tampoco se queda. Con el tiempo he ido entendiendo que la urbe del mañana puede ser una ciudad sorprendentemente grande y una ciudad sorprendentemente pequeña. Ahora estoy en mi habitación, escribiendo estas palabras de ausencia que no sé explicar. No sabría decir por qué siento que me falta algo cuando los trenes pasan de largo y ninguno lleva mi nombre.

      El lunes volveré a la universidad, a desperdiciar el tiempo. Tal vez por eso elegí estudiar aquello que no tiene futuro. Es extraño verse desde fuera después de haber tomado una copa de más. Al menos, hoy sigo sobria. El otro día despierta en mí recuerdos de vergüenza, pero sonrío con la mirada inmersa en las paredes rojas. Me sigo sonriendo aún más y los noctámbulos de la estación de autobuses me miran curiosos.

      ¿Cómo podría razonarles el significado de todo en un minuto?

      Finjo seguir mandando mensajes por mi teléfono. Mensajes que se caen por los resquicios de la pantalla, que no serán leídos porque tener mil contactos no significa tener mil amigos. Estoy nostálgica. Todavía saboreo los restos de un buen concierto entre los labios junto a un dolor minúsculo que se vuelve agudo dentro del calor del bus nocturno que me llevará hasta allí, mi casa, mi hogar, siempre lejos de donde se halla mi corazón.

      Estoy bien.

      Lo repito una y otra vez en mi cabeza. No tengo derecho a estar mal. Pero hoy, con hueco, compruebo la realidad de la distancia en mis propios huesos, en las líneas de metro, no sabiendo dónde estaré el año que viene, no sabiendo expresar con un abrazo la pena que me causan las partidas que no acaban en el bar.

      IX

      Las personas se van de vacaciones. Aquellas que pueden permitírselo, sí. Ella recuerda una vez muy lejos. La distancia la engaña. Hacía frío y se sintió sola. Ya ha hablado con la empresa de seguridad del edificio. No quiere que haya robos. Ni exteriores ni interiores.

      Me piden que haga de tripas corazón y luego se sorprenden cuando no me encuentro el latido en el pecho. Será por la costumbre, les digo con cara de satisfacción fingida. Por dentro me estoy muriendo. Quizás tengan razón cuando mi cara se choca y nadie corresponde. He establecido por excelencia el dolor en mi interior. Me resiento si me rozan, aunque me guste, la debilidad me traiciona.

      Soy así. Me han hecho así.

      Me rompen las paredes vasculares, me revientan las arterias y siguen esperando respuestas correctas a sus interrogantes. Preguntan demasiado sobre mis sentimientos y qué decir si solo me salen palabras feas de tanto oírlas. Deberían limpiarme la boca de la suciedad que surge de entre mi lengua y mis labios. He sufrido y eso no es una excusa porque también he hecho sufrir y la sensación me ha estremecido de placer. Cada golpe, cada nudillo aplastado, cada árbol en el que una niña ha llorado por piedad ante el matón del patio, el dolor ha crecido y se ha construido con paciencia. Ahora sabe destruir después de destruirse.

      Somos de esta manera. Pretendemos sobrevivir y casi nos sale. Me preguntan sobre el corazón y la respuesta se halla en un vaso de agua con hielo, en el café de sobremesa que todos beben mientras me ahogo pensando en todas las partes que me conforman, en los miembros muertos de no usarlos, atrofiados y mutilados de no sentir para defenderse de los disparos de la vida y no de la muerte.

      Abandonándose en una elipse de frío que no cesa y nos mantiene alerta de cualquier aviso, de lo que resta en la retaguardia. Desconozco si eso es vivir, pero me pidieron que me hiciera fuerte y cogí las vísceras para arrancarme el corazón.

      X

      Arquitecta ahora hace feliz a la gente. En otros tiempos no fue así. Una vez tuvo una compañera. Era deforme. Sus manos, ella era sus muñones cercenados, sus bultos rotos sobre el papel. Arquitecta se reía de su malformidad, los demás niños le hacían los coros. La empresa constructora del edificio le ha pedido que haya accesos para personas inválidas, para discapacitados, para el resto. ¿Cómo se dibuja un pomo para quien no tiene mano para usarlo?

      He perdido la vieja bala de plata. Quizás me la robaron los reyes de la baraja o el tablero de damas. El monstruo de papel se está quitando la piel a rajas y solo quedan los trazos de una vida quemada. Me doy tiempo para sanar las heridas de un corazón que se hizo tripas para evitar el dolor. No perdono a los gigantes del paredón ni a las figuras de cera. Seré engendro o me transformaré desde la forma primitiva de la oruga hacia unas alas de barro que se deshacen entre unas manos enormes que no saben a nada.

      Es este vacío inquebrantable entre el eco y la calle por donde caminan los cabezudos del barrio, temporada de fiestas, una lucha que no se gana contra los titanes. El monstruo hecho de aviones me lleva lejos en su cabina de olvido hacia ningún lugar. Somos las dos caras de la misma moneda, un ambiente raro donde surgió una flor que hoy se marchita. No voy a intentar reconstruir el pasado mediante cimientos devastados, así mis ventrículos y sus aurículas. El monstruo porta una pistola que le cruza la boca. Brotarán ideas que caerán después. Espero un disparo liberador y la huella extinta de los héroes borrachos, sus existencias fugitivas. La verdad es que soy minúscula entre tanta gente y que el aire me confunde. No hay rumbo posible cuando ellos tienen el control y mi pecho chilla desconsolado. Pero cómo decir con palabras lo que se concibió para las alturas y ahora levanta humareda entre sus cenizas.

      Repito: el problema es este vacío inconmensurable que me define y escribe esta historia que el monstruo del armario censura y camufla como si fuera suya y no mía. Este espacio que duerme entre mis dedos y se desploma, aunque intente atraparlo y cuidarlo con toda la paciencia del mundo porque, en el fondo, sé que en ese hueco indefinido se encuentra mi última oportunidad de hallarme en algo real, en alguien que me ampare y recoja estos restos de hojas sobre las palmas manchadas de tinta. Manos enormes para protegerme, para salvarme y taparme de lo que haya delante. Sigo siendo demasiado cobarde.

      XI

      Cometió pecado. Arquitecta lo sabe. Suspira y bebe más café. Fuma. Hija escucha música. Arquitecta se pregunta por el sentido de los lavabos por los que se derrama la sangre de la nariz, por los baños y los vómitos, los pelos en la ducha. Duda sobre la sinceridad.

      Los insectos abren sus alas y vuelan lejos de este suelo que quema. Los humanos cazan sus sueños al volar y los diseccionan. Todavía impresiona observar cómo disponemos de lo ajeno como si fuera lo propio. Así nuestras ilusiones son pájaros negros que se suicidan, el espíritu de la muerte que pervierte el corazón y el resto de los órganos interiores. La corrupción viene de fuera hasta quedarse dentro como el anclaje de una pesadilla que dura demasiado. Nos cerramos y tiramos la llave por el puente, mutilamos las posibilidades de ser felices. Nos atamos a camas con correas para huir tras el arrepentimiento. La sangre se convierte en metal fundido que se congela en el interior de nuestras venas, como cristales.

      La médula ósea se cicatriza, perdemos la sensibilidad del viento que roza una flor y expande su polen. Dedos endurecidos, mujeres que se abren de piernas y de corazón para que las rompan, son valientes y fuertes y siguen sufriendo por ello. Nos gritarán, nos mirarán por encima del hombro y habrá tanta gente en la calle que pensaremos que somos las protagonistas de la afrenta. Se reirán y nos quebrarán con sus sonrisas nocivas; la herida desatará la carne cosida para volver a sangrar y así sentirse viva otra vez.

      Imagino las manos de un taxidermista operando con nuestras vísceras, dilucidando sobre lo vivido mientras mira nuestras cuencas vacías y las rellena con otro sustitutivo.


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