Interculturalidad, arte y saberes tradicionales. Bertha Yolanda Quintero Maciel
folclor, pues ésta lo absorbe todo para convertirlo en algo mediado y, por último, descartable. La cualidad desechable de la cultura de masas opera en contra del folclor, el cual se fundamenta precisamente en lo opuesto: la perduración. Por otra parte, para la alta cultura, el folclor es un objeto valioso que, como todo lo sobreviviente en la historia, cuenta con posibilidades de devenir exquisito. Además, la investigación académica, consciente del peligro de desaparición que enfrenta esa forma comunitaria y tradicional, asume la labor de registrar y analizar con vistas a su rescate. Sin embargo, la captura de las formas folclóricas por la alta cultura —y su brazo crestomático, la academia— no abona a aumentar la continuidad histórica de éstas, pues procede en modo análogo al de la cultura de masas, separando comunidad y expresión. La cultura de masas mina la identidad de los grupos y los separa de sus tradiciones, la alta cultura extrae las tradiciones y las conserva en una latencia ajena a la comunidad originaria. En ambos casos el resultado es una tradición sin comunidad que la viva como propia.
Así, el folclor padece un doble socavamiento y erosión de su base comunitaria, tanto por la cultura de masas, que deshace los vínculos históricos y los actualiza en moda, como por la apropiación por parte de la alta cultura, que lo obliga a sobrevivirse a sí mismo cuando ya no tiene cimentación poblacional. En ambos casos sucede la creación de comunidades artificiales, ya sea para diluir el significado de la tradición o para hacerlo residir fuera de la vivencia de origen. Tanto en un caso como en el otro la significación auténtica es improbable porque ya no está dirigida a consolidar el lazo social.
El rescate del folclor, incluso cuando se dé por intervención del estado en favor de la comunidad en cuestión, está destinado a provocar un efecto contrario al que se busca, pues es visto como un motivo de renovación. Renovar implica desplazar los significados culturales, ya sea porque la propia comunidad adquirió nuevos hábitos expresivos (impuestos por la cultura de masas) contra los que se dirige ese reimplante de folclor, o bien porque la comunidad ya no cuenta con la base social para mantener vivo su capital cultural y se le confiere vida artificial mediante un “préstamo cultural” de sus propias significaciones (impuesto por la alta cultura).
El rescate pretende mantener con oxigenación foránea algo que ya no considera mantenible la base social hacia la que se orienta el esfuerzo, y propone fijar las condiciones expresivas de una comunidad que ya no las usa para manifestar lo suyo. En ese sentido, el rescate del folclor resulta en una renovación estudiada que dicta cuáles componentes deben ser los que caracterizan a un grupo. Sin embargo, el folclor es tendencialmente inalterable, mientras el rescate lo convierte en un decidir su modificación, asimilándolo al arte culto en la medida en que se le da existencia como un registro ascendente de variaciones, con miras a ser integrado en el conjunto cultural de valor histórico creciente, que es propio de la academia y la alta cultura.
Atahualpa Yupanqui en su relato por milonga de 1965, El payador perseguido, trata en cierto momento el asunto del folclor y su asimilación culta. Convendrá notar aquí su visión, que es clara y fructífera. En primer lugar, coloca el entorno, ubicándolo en el orbe de lo mítico: “en esos tiempos pasaban / cosas que no pasan ya”, “los peones formaban versos / con sus antiguos dolores”. Puesto el tema en perspectiva de esa antigüedad resistente, enfatiza el carácter anónimo y la vivencia comunitaria: “mas no eran cantos ajenos, / aunque marca no tenían, / y todos se entretenían / guitarreando hasta el desvelo”. Finalmente, la academia entra en contacto con el folclor, escindiendo expresión y comunidad: “por áhi se allegaba un máistro / de esos puebleros letraos, / juntaba tropa ’e versiaos / que iban después a un libraco / y el hombre forraba el saco / con lo que otros han pensao”.
Debe destacarse que el detrimento del folclor no es necesariamente un propósito de quienes actúan en ese ambiente. A nuestro ver, la dificultad no estriba en las intencionalidades sino en las condiciones de producción de significados culturales dentro de las comunidades tradicionales. Como se señaló, la cultura de masas provoca la disolución del capital cultural folclórico; por su cuenta, la alta cultura lo que hace es una apropiación del capital cultural folclórico. Disolver la identidad de la base poblacional o arrogarse sus significados mediante el “rescate” es igualmente demoledor, aunque con diferente conclusión: la cultura de masas pervierte el folclor, lo mediatiza y lo descarta; la alta cultura también lo pervierte, pero mediante la apropiación y la consiguiente integración en un sistema de conservaduría. Así, el folclor deja de ser riqueza de sus comunidades, ya sea porque la comunidad misma deja de tener en él su identificación al aplanarse en las formas trasnacionales de expresión o porque sus significados se exportan a un sistema que conserva los productos, pero margina a los productores.
Destrucción del patrimonio y muerte del folclor
En el panorama del capital cultural folclórico no parece haber soluciones, puesto que todo esfuerzo que provenga de afuera de las comunidades será en dirección divergente a la consolidación de las mismas. La realidad apunta a que la tradición autóctona sea invadida por las fórmulas transnacionales. Basta con mirar la Navidad sudamericana con Santa Claus ataviado para la nieve en el inicio del verano. Aunque el Estado lo prohíba, la cultura transnacional impone sus absurdos paulatinamente. Claro que, a su vez, la celebración navideña desde el catolicismo español fue una imposición transnacional sobre las tradiciones prehispánicas. Así que no se quita la posibilidad de que la actualidad resulte en una tradición, excepto que el funcionamiento de la sustitución de valores en la cultura de masas se da en forma opuesta a la del folclor.
En el fondo, lo que está en juego es la pérdida del patrimonio de las comunidades tradicionales. La pauperización cultural tiene efectos nocivos en el orbe del lazo social, pero también en el plano ontológico, puesto que a las comunidades las distancia de ser lo que eran y les exige una redefinición de su lugar en el mundo o, alternativamente, su desaparición como tales.
Al defender su integridad identitaria, las comunidades se enfrentan a tres posibilidades: fortalecer lo propio, sucumbir ante las modas o aceptar la museización de sus formas. Sólo la primera opción permite la subsistencia digna de la actividad cultural que ha distinguido al grupo durante generaciones. No obstante, en la medida en que la expresión folclórica es anónima y colectiva no mantiene un compromiso individual con los miembros del grupo, por lo cual la convicción de la pertenencia es frágil y proclive a desaparecer, sobre todo ante el individualismo y egoísmo de consumo que permea la cultura de masas o, alternativamente, al elitismo que cifra a la alta cultura.
Desde luego que existen puntos de vista teóricos diferentes al que aquí mantenemos, que hacen consistir el folclor en la sucesiva asimilación comunitaria de la cultura de masas y su adaptación local de los modelos transnacionales.56 No se discutirán aquí asuntos de teoría, basta con señalar que las características de significación aducidas en el modelo que aquí se han presentado son plausibles para la comprensión de lo que el patrimonio folclórico representa en la dinámica social e histórica. Con nuestra perspectiva, la asimilación de las actualidades implica una destrucción del patrimonio folclórico; desde luego que las comunidades tradicionales sobrevivientes continuarán expresándose, pero tal vez a costa de dejar de ser comunidades tradicionales y, por lo tanto, dejando de ser depositarias de la expresión folclórica.
Generaciones sin tradición
Como un breve punto a tratar, derivado de lo anterior, es que la cultura de masas no solamente aplana los relieves distintivos de las diversas tradiciones en el mundo, sino que produce individuos sin vínculos reales con el pasado de sus propios grupos de origen. Dicho en resumen, se trata una generación que nace en el seno de cierta comunidad pero que, en el transcurso mismo de sus años, se separa. Ahora bien, se separa para integrarse a otra comunidad, que bien puede ser, incluso, una comunidad virtual que tenga base en la cultura que se va formando con elementos informáticos.
Estas comunidades virtuales ya no responden con precisión a los parámetros delimitadores que eran válidos para la realidad física. En ese entendido, y en tanto se tratan de tendencias todavía en curso de configuración, no podemos confirmar a plenitud los comportamientos de esos grupos. Lo que sí notamos es un creciente aplanamiento, una reiteración codificada y una dependencia de