Interculturalidad, arte y saberes tradicionales. Bertha Yolanda Quintero Maciel

Interculturalidad, arte y saberes tradicionales - Bertha Yolanda Quintero Maciel


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la folcloridad

      Si bien los orgullos nacionales están presentes en cada conmemoración de las comunidades, su introversión se agudiza en tiempos de crisis. Así, los grandes conflictos dan lugar a la consolidación de regionalismos como una forma de resistencia planteada frente a los acontecimientos que conllevan cambios. A pesar de seguir ideales de conjunción o totalización, los países tienden a aislarse en la protección de sus logros. Los siguientes dos ejemplos nos aclaran el panorama: las independencias nacionales en Latinoamérica en el siglo xix y las utopías marxistas del siglo xx. En el primer caso, debido a su fuerte lazo común, se buscó la convergencia de todas las colonias españolas en la constitución de una patria única. Fue entonces como ahora un “sueño bolivariano” que insistía en no desmembrar el continente sino formar un solo y poderoso país. A pesar de tener semejanzas idiomáticas, religiosas y de intenciones liberadoras, los distintos sectores de la inmensa colonia española enfrentaron fuerzas que dividieron el ideal, lo que provocó que la independencia se redujera a un país específico o hasta partes internas, separando los países mismos.

      El segundo caso desborda la unidad continental y tiene un alcance planetario. Conforme al planteamiento clásico de Marx, las formaciones económico-sociales mantienen un carácter sistemático; de ahí que la transformación histórica debe tener una eficacia mundial en la conversión del Estado capitalista al comunista. La discusión en torno a la factibilidad o no de una sola organización de trabajadores por encima de todos los orígenes nacionales fue álgida y llevó a la ruptura entre distintas tendencias de la Primera Internacional; luego se puntualizó como diferendo entre la “revolución mundial” o el “socialismo en un sólo país” con el consiguiente distanciamiento entre trotskistas y leninistas. El tema de fondo fue siempre si la utopía tenía valor aplicativo en todo el mundo o sólo en ciertos lugares.

      Ambos ejemplos de ambición totalizadora nos advierten de la resistencia histórica de los pueblos a integrarse en cuerpos sociales más amplios. Es como si en el interior de las poblaciones se percibiera una cierta tendencia centrífuga que amenazara con dispersar su identidad. Las naciones se asumen como entidades en peligro de dejar de ser al verterse en nuevas condiciones de asociación territorial, política o económica. En 2016, la Unión Europea vivió el proceso británico de separación y el presidente electo de Estados Unidos señaló entre sus prioridades revocar las condiciones de los tratados internacionales de comercio suscritos por su país.

      La cultura, sin embargo, acontece en condiciones diversas, pues su desarrollo fluctúa entre la defensa de la identidad y la apropiación de modas externas. En ese sentido, dentro de un mismo país conviven formas culturales provenientes de distintas raíces históricas, pero influenciadas por la cultura internacional dominante. El movimiento musical latinoamericano de la segunda mitad del siglo xx hizo visible ese sincretismo que busca condensar las oposiciones de las modalidades ancestrales y las novedades en la manifestación. En dicho movimiento, se recuperan expresiones musicales folclóricas, que se mezclan con una intencionalidad independentista y con una posición política socialista, además de integrar tecnologías e instrumentos de avanzada. Este último aspecto es mucho más visible en la bossa nova. Así, sobrevivencias prehispánicas se agrupan con ideales de independencia decimonónicos y con filiaciones marxistas conforme a las resoluciones de la discusión del siglo xx. Pero el énfasis está siempre en sustentar una identidad de la “gran patria” latinoamericana en su raigambre prehispánica o en la asimilación de lo hispánico en el orbe preindependiente, es decir, en el sustrato del folclor. La prueba estaría en la integración de instrumentos de cuerda que no eran usados en la etapa previa a la Conquista.

      Se observa, también, que una vez estructurada la fusión identitaria de lo histórico con lo contemporáneo, la manifestación resultante se pone a disposición de comunidades externas a la originante. Sucede, en el modelo musical que se señaló, un desplazamiento de los actores representativos hacia otros continentes, dando un despliegue mundial a lo que en principio era íntimo de una comunidad en busca de sus integraciones. A su vez, esa fórmula exportada se convierte en moda para otros países o regiones; la folcloridad deviene mundialización.

      Formación de las tradiciones

      Todos los componentes de la vida social tienen un origen y un contenido histórico. Algunos de ellos se distinguen por su paso efímero en el medio colectivo; otros, por el contrario, perduran y desbordan a la generación que los formó, convirtiéndose en legado que puede consolidarse en el futuro. La permanencia de objetos y actos heredados implica tanto una aceptación como un hábito respecto de los mismos. Cuando la vida de varias generaciones sociales sucede en el entorno de la aceptación y el hábito de esos objetos y actos heredados, estamos ante la formación de una tradición. Un punto de vista sensato en este sentido es considerar al menos tres a cuatro generaciones de vigencia de tales experiencias sociales para suponer que constituyen una tradición y no solamente un aprendizaje ligado a usos domésticos o circunstanciales. La socialidad y perduración caracterizan el orbe de lo tradicional, puesto que la tradición acontece mediante el traslado histórico de elementos que han sido creados en un contexto distinto al que los recibe y mantiene. Es un proceso de apropiación de lo que no se ha creado en el presente.

      En tanto es pervivencia de lo previo, la tradición es también una imposición de los ancestros, así sea de modo no deliberado o incluso inconsciente. Eso desde el punto de vista de las intenciones. Desde el lado de la estructura social, la tradición pasa a formar parte de la institucionalidad, tanto respecto de las relaciones entre personas y grupos como en las instancias mismas de gobierno y de poder. Tal sería el caso de las religiones, que implican una intención salvífica a la vez que norman las relaciones y constituyen una institucionalidad.

      Para convertirse en tradición, los componentes culturales tienen como fundamento la significación, es decir, contienen elementos que le parecen significativos en algún respecto a la generación que los crea y a las sucesivas generaciones que los mantienen vigentes, así sea por razones distintas. En todo caso, la conformación de tradiciones implica la continuidad no sólo del componente cultural en cuestión sino, además, de su significado en el orden temporal.

      Un modelo de análisis

      A la vista de la perduración de las significaciones, los diversos estratos de la vida social presentan una desigualdad importante en cuanto a la antigüedad de sus tradiciones y la extensión poblacional de las mismas. Esa diferenciación implica desplazamientos de lo tradicional en términos de tiempo y de público. Por ello, notamos que todo contenido cultural tuvo un origen en cierto momento y ha permanecido vigente a lo largo de un lapso determinado; a su vez, ese origen y permanencia se deben a un organismo social específico y a una cierta cantidad de partidarios en subsecuentes momentos.

      Antes de proceder al asunto de los desplazamientos de las significaciones, convendrá esquematizar las relaciones entre los puntos que intervienen cuando se pretende un panorama general de las condiciones en las que sucede el proceso de significar. Como caso de aplicación se hace referencia al arte, puesto que las artes se presentan como elementos culturales de alta significación y sus dinámicas son bastante ejemplares dentro del cuerpo social. En ese entendido, con vistas a su posible aplicación a todos los órdenes culturales, suponemos la manifestación artística como un proceso de significación en cuyo esquema general convergen dos esferas en tres niveles: contexto de origen/contexto de destino, creador/público y plasmación/recepción; todo eso enmarcado en coordenadas específicas entre un eje histórico o diacrónico y uno social o sincrónico.

      Solamente hay que añadir que la relación entre ambos contextos dentro de las coordenadas sociohistóricas se entiende en parámetros de tiempo y significación, pues las identificaciones de las comunidades con los signos culturales varían conforme a su proyectividad temporal. En ese entendido, la significación (s) se acumularía en una sumatoria (S) cuyos factores son los distintos tiempos (T) de pervivencia y asimilación del significado. Siendo


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