Interculturalidad, arte y saberes tradicionales. Bertha Yolanda Quintero Maciel
los espacios de la sociabilidad,51 y uno de ellos era el camino a la escuela en el caso de los niños y al trabajo en el de los más crecidos.
Pilar Díaz Sánchez presenta en un episodio cómo fue la incorporación de la bicicleta para ir hasta los campos de labranza, que no deja de ser un elemento vertebrador de lo comunal por el tiempo compartido: “Antonio acostumbraba a ir de pareja con su primo, Antonio Sánchez Partera, al que llamaban ‘el Cojolocho’.52 Saltan por la mañana temprano, solían ir en bicicleta y volvían por la noche. Los desplazamientos hasta el lugar de trabajo se hacían en bicicleta o a pie con lo que la jornada se ampliaba un tiempo”.
El espacio y el tiempo compartidos hacen que la comunidad conviva de tal forma que al conocerse en el trabajo y en el descanso, al compartir las vías de transmisión, comunicación y expresión de los enfados, los anhelos y vivencias, se estrechan los lazos de unión comunitarios, no tanto por la identidad común como por el afecto mutuo.
La identidad puede ser efímera, de hecho, es cambiante y múltiple. Es un elemento de referencia, mil veces empleado, para explicar los nexos de unión de una comunidad vecinal, pero lo identitario es más frágil que lo afectivo. En los vecindarios de la posguerra española, urbanos industriales periféricos, rurales concentrados o de aldea, la identidad y la costumbre si bien no dejan de ser importantes, parece ser la gran carga emocional y afectiva de las redes sociales físicas la que osamenta la comunidad.
Esta fuerza del afecto spinoziano lleva a la acción y a la convivencia, incluso cuando miembros duraderos o recientes de la comunidad optan por la heterodoxia. El lenguaje recoge todo esto en su estructura profunda y en sus expresiones periféricas “hablamos la misma lengua”, la lengua biográfica que instaura, restaura y cofunda la comunidad inmaterial, su verdadero corazón.
Más allá del calor vecinal se extendía un páramo de agresiones sin fin. El ethos de la comunidad de los vencidos perduró, y para ello no hace falta locuacidad, ni doctrina republicana, ni activismo político. La capacidad de no ser transformada por un sistema autoritario fascista y su enorme aparato genocida, reside en la perpetuación de la memoria como resistencia “antropológica” o la negación a que se roben los recuerdos, el mantenimiento de un ethos como orientador de significado que damos al mundo, la enorme calidez afectiva entre sus miembros y la posesión de “una misma lengua”.
El estudio de esta “lengua” confirma el gran poder de relato de las biografías ordenadas en genealogías. En estos relatos circula todo el sentido de lo humano e inhumano, de lo social y de lo político, pero siempre a partir del relato a través de la mención de las personas, sus procedencias, características y hechos, ordenando “en” y “con” estos relatos el tiempo (tiempo biográfico), el espacio (espacio biográfico) y la acción (acción biográfica).
Para acabar, se recurrirá a las tantas veces vistas cajas de fotos de esta generación. No necesitan álbum de fotos porque el álbum obedece a un ordenamiento del tiempo cronológico. Ellos usan la caja de latón, donde una multitud de fotos revueltas llenan la caja hasta la tapa. Sacas una y te cuenta, te narra, te relata la vida de esas personas, quiénes son, dónde vivían, qué pasó el día de la foto…, sin ninguna referencia estrictamente cronológica.53 Cuando “narran la foto” penetran en el pasado y cuentan la historia, y se relatan la historia porque cada foto es un trozo de su propia historia. No hay otro orden posible para la comunidad, la polis, ni diálogo más cálido que el genealógico y los criterios de valor y de conocimiento expresados en éste.
Saber escuchar estas microhistorias dentro del relato más general es un elemento central para interpretar estas producciones orales y adentrarnos en el sentido que dieron al ser, al sentir y al actuar en el mundo.
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