Interculturalidad, arte y saberes tradicionales. Bertha Yolanda Quintero Maciel
al rango actual de significación del correspondiente aspecto cultural. La formulación de esta relación puede ser útil, pues la significación del componente tradicional se consideraría como la sumatoria de las variaciones temporales acumuladas en el desplazamiento del contexto de origen hacia el de destino así:
σ = Σ T0 ... Tn
Un sencillo diagrama lo presentaría en conjunto del siguiente modo:
Gráfico 1. Esquema general del proceso del arte.
Como se dijo previamente, el arte sería un caso óptimo para la aplicación del esquema precedente. Tomemos como ejemplo la novela clásica de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. El tiempo cero es el de la creación de la obra, o si se quiere mayor objetividad, el momento de la primera edición. Esto es claro porque las sucesivas ediciones o correcciones se plantean de frente a aquella inicial. La ubicación del contexto en que se constituye la obra nos brinda la precisión de las condiciones más generales en que es posible su surgimiento. En este punto se consideran cosas como el humanismo, el barroco, la Contrarreforma y la lucha por la hegemonía católica ante el islam, la geopolítica y su flanco militar, entre otras que sobredeterminan al autor.
El segundo nivel corresponde al proceso vital del creador de la obra, Miguel de Cervantes, conformado a partir de su biografía, sus aspiraciones literarias y laborales, su tiempo en las prisiones, su pertenencia al ejército, etcétera.
El nivel más básico es el de la plasmación de la novela como acto y como objeto, pues tuvo que ser escrita para darle sitio entre las manifestaciones de la cultura. Además, dicha escritura sucedió conforme a una técnica que es apreciable en el estado de cosa de la novela.
En correspondencia, la otra esfera muestra el contexto de destino, el cual puede ser, digamos, nuestro tiempo. En la actualidad habría que considerar elementos como la cultura digital y los dispositivos informáticos, la hegemonía de la sociedad democrática, el lugar del arte ante el capitalismo trasnacional, entre otros componentes que sobredeterminan a quienes leen actualmente El Quijote. Quienes leen esa novela hoy constituyen su público y son, dentro del cuerpo social, depositarios de una tradición de siglos. Por eso mismo, en la base de la segunda esfera se deberá comprender todo aquello relativo a la recepción de la novela: su disponibilidad en la circulación cultural, el conocimiento del idioma, la persistencia en el universo imaginario propio del relato que presenta, y así sucesivamente.
Dado que las coordenadas de lo histórico y lo social enmarcan la diacronía y sincronía del acontecimiento en cuestión, vemos la relevancia de la acumulación temporal de sus variaciones de significación. En el caso de la novela que mencionamos, el tiempo cero, en tanto corte vertical de su contexto, su creador y su plasmación técnica, corresponde a un momento en que la novela, antes inexistente, surge en la disponibilidad social de significaciones estéticas. El autor es un soldado con ciertas vinculaciones en el medio literario. La obra es una novela bufa en torno a la ubicación real de un personaje que quiere ser análogo a los increíbles caballeros andantes. Los sucesivos tiempos de lectura consignados en subsecuentes ediciones, estudios, ensayos o traducciones nos demuestran un ascenso social e histórico de la significación de la novela respecto del contexto original: la mofa escrita por un soldado se ha convertido en la obra maestra creada por el genio de Cervantes, es decir, si se lee esa novela en nuestro tiempo es porque ha ganado valor de significación cultural como un texto clásico, y no, desde luego, sólo por ser una historia cómica inventada por un soldado de otro siglo. Lo que representa en términos culturales esa novela se explica por la sumatoria de las muchas variaciones que la sucesiva recepción ha incorporado, de tal modo que el valor que tenía en su tiempo de origen ha quedado imbuido en el actual tiempo enésimo en el que leemos la novela como un corpus complejamente imbricado, a pesar de que la configuren exactamente las mismas palabras que en el instante de su escritura.
Pues bien, esas coordenadas y esferas nos conducen a tres órdenes de significación, que es lo que nos interesa al final. Continuando la aplicación a las artes, diríamos que el primero de ellos se compone de actos y objetos cuyo significado pervive dentro de la comunidad, y en ella se reproduce y mantiene en un tiempo de larga duración. Por lo mismo, su origen es difuso y tiende a conservarse anónimo en cada instancia que lo actualiza. Su significación persiste en procura de cambiar lo menos posible. Las artes folclóricas son representantes adecuadas de este tipo de significación cultural: las coreografías autóctonas, por ejemplo, siguen presentándose en festividades religiosas o conmemorativas con las mismas figuras y grupos con que lo hicieron hace muchas décadas o incluso siglos, transmitidos de una generación a otra, sin que alguien en particular se arrogue el mérito de esa creación.
El segundo orden, en cambio, tiene un origen definido y cercano. Lejos de ser anónimo, insiste en vincular esa creación a un autor específico. Aunque no es producido en el seno de la comunidad, sí es consumida ampliamente por ésta. De ahí que la significación cultural de esos actos u objetos aumente de forma drástica en un lapso breve. Sin embargo, debido a la ausencia de arraigo en la comunidad –a la que ha llegado como formulación externa– esa significación desciende igualmente rápido, de modo que en poco tiempo llega a minimizarse o desaparecer. Ejemplo de esto podría ser la música popular, que se escucha en diversos medios con un posicionamiento creciente hasta verterse en una moda o, al menos, en una referencia social amplia. Así, las canciones de un cierto compositor popular se ven aumentadas en su significado cultural, potenciado por los medios, escuchadas y reiteradas en vastos grupos sociales; pero aun antes de morir la persona, el significado de aquellas composiciones deja de subsistir en la masa que le había dado rango y expansión. De allí que la canción folclórica “Las mañanitas” se siga cantando en cada cumpleaños, mientras las canciones de Agustín Lara, que fueron imprescindibles en la sentimentalidad social de su momento, disminuyen en su frecuencia presencial con tendencia a desaparecer.
El tercer orden de significación compete a aquellos actos y objetos que son apropiados por una élite ilustrada para el cultivo de su propio estatus. Allí se encuentran las invenciones más vanguardistas de cada época a la par que las supervivencias más exóticas de las culturas del pasado. En su ámbito permite la inserción de cosas tanto anónimas como nominales, o bien procedentes de la tradición ancestral o de la moda más presente. Lo importante en este tercer orden es que la élite se vea reflejada en su propia elección de lo distintivo, de lo que se sustrae a la creación originada por las comunidades o al consumo masivo de lo efímero. Ese distintivo adquiere un carácter de perdurabilidad muy distinto del folclórico, puesto que la significación no tiende a permanecer sino a incrementarse. El ejemplo de ello serían las bellas artes –que se denominan también arte culto–, pues en ellas a los objetos de la invención se añaden invenciones interpretativas de nuevo sentido. En este caso, una composición musical del Barroco o un jarrón Ming mantienen para esa élite un significado cultural muy superior al del contexto en el cual se originaron dichas obras, puesto que al acontecimiento creador del sentido se le dispone un aparato de agregaciones que lo fortalece y amplifica, aunque para un grupo socialmente reducido de receptores.
La esquematización y el apretado ejemplo novelesco que hemos ofrecido, así como la consideración de los órdenes de la significación, serían útiles para entender la formación de las tradiciones y, para lo que nos ocupa aquí, el lugar de los significados culturales que denominamos bajo el término de folclor.
Lo que es el folclor
El folclor, desde luego, es la parte más honda de la tradición, sólo superada por las tendencias pesadas de carácter civilizatorio, las cuales provienen de milenios y son, en el sentido más puntual, el limo que alimenta al folclor. Se podría aducir que el folclor es el sustrato de la cultura y la manifestación particular de la absorción comunitaria de los ejes de la civilización.
Pongamos por caso, entre los elementos de larga duración que fundan la formulación civilizada, el lenguaje: la expresión y la comunicación idiomáticas se encuentran desarrolladas en todos los sitios y épocas en que se asienta la humanidad, y así como la lengua se extiende y universaliza,