Interculturalidad, arte y saberes tradicionales. Bertha Yolanda Quintero Maciel
sólo si, se da la proposición se da el hecho argumentativo. Por lo que podría llegar a afirmarse que cualquier acto de habla es, de algún modo, una argumentación, funciona como una argumentación”,27 y además añade que toda cadena hablada se inserta en un contexto de acción único pero semánticamente variable y obliga a los actos de habla a una forma de aparición que, desde el análisis semántico, cabría describir con la siguientes expresiones: no existirá para ellos univocidad, sino fluctuación y contrariedad.28
Una vez resuelta la peliaguda cuestión de si la comunicación oral es válida para la argumentación y si el lenguaje informal puede dar significado profundo a lo expresado, se plantea ahora la no menos importante pregunta sobre la abstracción, la despersonalización de la historia y su afán de poder. Respecto a ello, el filósofo Fernando Savater aclara que “la historia trama un pacto con el dominio abstracto desde su origen mismo. Como ha mostrado bien François Châtelet en su ‘Naissance de l´Histoire’, la historia aparece cuando la Polis se reifica en Ciudad-Estado. Antes eran los poderosos individuales quienes pagaban a los logógrafos para que estableciesen la genealogía más o menos mítica de su estirpe y legitimasen de ese modo sus aspiraciones al dominio. Cuando el dominio se despersonalizó, nació la historia para narrar el pasado de los Estados y justificar de ese modo su dominio fáctico”.
El texto anterior me parece muy interesante, en la medida que puede posibilitar modos de acceso al pasado, mejor dicho, a su interpretación a partir de sus restos nemónicos llegando a la generación por inducción y resguardando la personalización de la historia. De ello puede estimarse razonable la genealogía como modo de estructuración del relato “a través” y “con” las personas, los lugares de la memoria y las cosas “sagradas” en su contingencia.29
Pensar el mundo a través de las personas, de lo biográfico y genealógico, no es estar determinado y mucho menos condenado a lo que Bourdieu expresó como la “diversidad monótona de sensaciones sin sentido”,30 pues en el relato etnogenealógico circula una amplia visión de sentido del mundo.
Ciertamente, el relato estructurado a través de la genealogía extensa no habla “en” ni “de” tierra extraña, pero no es tan endogámica como pudiera parecer a primera vista, sino que a partir de los nombres de personas, lugares y cosas definen el mundo y extienden ideas. El relato genealógico supone también transmisión e intensidad dialógica cotidiana que contribuyen a dar forma a un ethos social, que es el verdadero soporte inmaterial generador de significado y sentido.
Sin embargo, este macrocosmos que traza el transcurso de unas vidas y su recuerdo y desvela encuentros y desencuentros, va más allá de sus capas más externas, si bien manteniendo el estilo narrativo oral generacional. Al penetrar en su interior no solamente se reconoce el relato genealógico como saber específico o como forma estructurante de la narración, sino que también ordena el tiempo a través de los acontecimientos biográficos naturales más importantes de la vida: el nacimiento, la boda, el nacimiento de los hijos, la muerte de los padres…, como se puede observar en los siguientes testimonios:
Éramos ocho hermanos y yo me crié con mi abuelo hasta que se murió, es decir, nueve años. Por mi padre, que en gloria esté, que yo le salí un hijo bueno, no parecíamos padre e hijo,31 sino dos socios. Además, yo desarrollé muy bien y a mi padre le daba vergüenza reprenderme.32
Se hacía así, si salía, mi madre nos dejaba las puertas abiertas para si venía alguna tarde entrara corriendo, no se podía salir o venir como ahora, por la noche. Éramos cinco hermanos y los padres, las relaciones eran buenas, aunque el padre era un poco, ya sabes… como eran antes los hombres, digámoslo así, dictadores, pero bueno, de lo demás bien.33
Cuando llevábamos un tiempo saliendo, para ir a recogerte a casa o para llevarte a casa, antes, la costumbre era que tenías que pedirle permiso al padre. Yo me quedé fuera y él entró. Estuvieron hablando un tiempo que yo decía que ¿qué estarán hablando?, ¿qué pasará? Era verano y estaba en la calle al fresco y mi padre supongo que diría: “¿qué futuro le vas a dar?” o “¿qué le ofreces?”. Pero vamos mi padre el pobre le dijo que sí.34
Como vemos, las pequeñas narraciones anteriores están dotadas de un sentido, que le otorga el narrador. Sin duda, son fragmentos de memoria, pero son algo más que relatos de sucesos,35 son explicaciones del mundo, y eso es lo que nos interesa estudiar: cómo van apareciendo las personas en el relato conversacional. Su introducción en un momento determinado de la situación comunicativa es un elemento que refuerza el argumento, por ello, percibo a las personas que nombran con identidad pretextual. Esta identidad sustituye a los conceptos, pero en ningún momento se abandona la semiósfera donde esa comunicación se produce.
El nombrar es intencional y puede parecer solamente una cuestión nominal, poco intelectual, pero no es más que otra forma de discurso argumentativo. Además, hay dos situaciones sociales de encuentro que son paradigmáticas de lo que intentamos decir: una es el “chiquiteo” de los hombres, la otra el encuentro en el mercado, la calle o la “degustación de café” de las mujeres.36
El mundo conversacional en estos espacios es el mayor exponente de ese espacio minúsculo que ocupa un solo ser humano, pero que a la vez es parte del espacio de otros seres humanos. De esta forma las personas no solamente completan redes sociales físicas de diversa densidad, longitud e intensidad relacional, sino que se despliegan en amplios espacios inmateriales, de pensamiento y significación, inabarcables e inconmensurables. Es la materia que circula por el lenguaje: nombres comunes y propios.
Si entendemos esa semiósfera dinámica e inestable, pero portadora de un ethos, que no es otra cosa que los valores morales, sociales y espirituales que comparte un grupo humano, podemos pasar a preguntarnos si ese ethos es político, y en caso de serlo qué poder puede ejercer ante la censura, la opresión y la memoria impuesta por el régimen fascista del general Franco.
Primeramente, se constata la enorme amnesia que se cernió sobre la generación niña y joven de la primera posguerra, que vienen a ser las cohortes nacidas entre 1930 y 1945. Al acabar la Guerra Civil se hizo tabla rasa de toda la legalidad histórica anterior y se impuso una memoria institucional, que no por ser parcial y agresiva para con el bando perdedor dejó de influir en los nombres del mundo,37 entre otras cosas. Se operó entonces una aculturación que arrasó la toponimia onomástica y hasta el nombre de las Vírgenes. Y esto no es una cuestión baladí, porque detrás de los nombres hay significados, derivados no de su lógica interna, sino del conocimiento construido en torno a los nombres. Pero al mismo tiempo observamos en la narrativa oral, conversacional o testimonial las inercias de los viejos nombres de personas, lugares y cosas. Puede tratarse, en ocasiones, de un gesto atávico, pero puede incrustarse en el nombre su defensa férrea, porque conlleva identidad y dignidad de ser. En ello ya hay ideología, resurge en su forma más primaria, y por ello quizás más profunda la política.
La estructura social de las capas populares, que son las generadoras de narrativas basadas en lo genealógico y biográfico, a primera vista diríamos que es la red familiar, pero el espacio más extenso de la experiencia, que da sentido a lo vivido y narrado, es el vecindario. Pedro Ibarra al hablar del sentido de vivir en un barrio (él se refiere a los años sesenta del siglo xx) lo define como “estar preocupado y concernido por las condiciones de vida colectivas de ese barrio por hacer algo por su transformación”, y añade que “participaban de una identidad vecinal aquellos que con mayor o menor intensidad estaban en actividades dirigidas a mejorar o transformar el barrio”.38
No le falta razón al autor, pero la conciencia vecinal del movimiento urbano, adquirida por la generación posterior a la estudiada para este trabajo y que podemos tachar de “sesentista”39 en toda regla, se basa ya en un entramado de asociaciones de barrio, que de alguna manera institucionaliza el sentido de pertenencia primaria, convirtiéndolo en grupo de pertenencia secundaria, con todo lo que esto significa, a nivel social y su correspondiente narrativa. En esta distinción, sin embargo, no hallamos la respuesta a si ha habido un cambio de sentido o simplemente un nuevo marco de actuación.
Para George Steiner, “los modos de la inteligibilidad