Asfixia. Álex Mírez
Publicado por:
© 2015, Alex Mírez
© 2018, de esta edición: Nova Casa Editorial
Editor
Joan Adell i Lavé
Coordinación
Claudia Márquez
Daniel García
Portada
Angel Blue
Ilustradora
Rosselin Gil
Maquetación
María Alejandra Domínguez
Revisión
Claudia Márquez
Daniel García P.
Primera edición: noviembre 2016
Segunda edición: mayo 2018
ISBN: 978-84-16942-47-3
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
Agradecimientos
A Leif y Ana María por amarme.
A Digna y Angie por desesperarme sin medida.
A Gerardo y a Dilia por creer en mí.
A Neidymar por siempre estar ahí para leer todo lo que escribo o dejo de escribir.
A aquellos en la plataforma naranja que leyeron y comentaron esta historia antes de que fuera publicada.
Y a mí, porque, aunque pareció imposible muchas veces, lo hice.
Índice
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
EN ALGÚN LUGAR
ARCHIVOS EXTRAOFICIALES DE LA RAI
Porque ante todo somos humanos.
Y el ser humano es miedo y soledad,
pero también valor y compañía.
1
Muchas cosas pasaron después del primero de septiembre:
La electricidad cesó.
Los relojes de cuerda se detuvieron.
El musgo comenzó a crecer por todas partes.
El silencio se apoderó del mundo.
Los satélites cayeron como lluvia.
Y la historia del hombre quedó en el pasado.
Pero, ¿qué sucedió ese día? Nadie lo supo.
Nunca hubo una alerta. Nadie dijo: «Los humanos se extinguirán hoy», así que solo pasó como sucede cualquier cosa. ¿Que si lo esperamos? Jamás. Despertamos pensando que sería un día normal, y para cuando dio la tarde ya todos se habían asfixiado sin razón aparente.
Sí, como si de repente todo el oxígeno del mundo desapareciera.
Pero el oxígeno estaba allí. No había desaparecido. Se trató de que «algo» ocasionó que los habitantes de la ciudad presentaran severos problemas para respirar. Causó desesperación e histeria. Miedo y agonía. Así, después de tan solo unos segundos todos parecían gusanos que se retorcían en el suelo.
Ese día del incidente —como suelo llamarle— me salvé gracias a mi padre. Tengo vagos recuerdos sobre esto, pero sé que con sus últimas fuerzas logró encerrarme en el sótano de nuestra casa, en donde me desmayé por el miedo. Al despertar tenía puesta una máscara de gas y la cabeza hinchada de dudas.
En cuanto salí en busca de mi familia solo encontré cadáveres en las calles, en los establecimientos y en cada rincón de la ciudad.
Todos habían muerto.
No entendí cómo era que había sucedido. En verdad creí que no quedaba nadie más que yo, hasta que encontré a los Seis.
Fue tres semanas después del incidente al abandonar mi ciudad natal porque se había quedado sin luz eléctrica. Los Seis eran un grupo de sobrevivientes. El grupo estaba conformado por personas de diferentes ciudades que al igual que yo no le hallaban explicación a la muerte de la humanidad.
Terminé viviendo con ellos. Para ese entonces era una niña asustada, débil y desesperada; una persona incapaz de sobrevivir por sí sola. Y aunque no conocía del todo a esas personas e incluso desconfiábamos los unos de los otros, intentamos iniciar una nueva vida.
Claro, si era que a eso se le podía llamar «vida».
Hicimos muchas cosas durante el primer año. Encendíamos la televisión esperando encontrar señales de vida en otras ciudades o países, pero no había programación, tampoco radio, ni mensajes, ni señales, nada. Lo único que había eran millones de cuerpos descomponiéndose, millones de malditos cadáveres emanando olores nauseabundos.
También viajamos a otras ciudades, pero en todas encontramos lo mismo: cadáveres. Cuerpos que después de seis meses reposando al aire libre, aún se mantenían en un casi perfecto estado.
Al terminar los viajes estuvimos seguros de que éramos los únicos sobrevivientes.
Con el pasar del tiempo lo confirmamos pues no llegó nadie más.
Éramos siete personas en el país, siete personas que de día intentaban