Asfixia. Álex Mírez
para no vomitar por el hedor que producían los cadáveres.
Salí de la tienda. Las calles asfaltadas estaban cubiertas de musgo y en algunas aceras la hierba se expandía, amenazando con apoderarse de todo en el futuro. Los autos seguían en las mismas posiciones, algunos estrellados contra otros y unos pocos bien estacionados. La tierra sin humanos se había transformado, pero los cambios en tres años no habían sido tan drásticos. Llovía menos y el aire estaba más limpio en los pueblos. Estaría a salvo siempre y cuando no me alcanzara la contaminación nuclear.
Me coloqué los audífonos para tener algo de música que escuchar y comencé a andar rumbo a casa.
Mientras avanzaba inmersa en la letra de la canción, me encontré ante los restos de dos grandes faroles que quizás se habían caído por el deterioro de su estructura. Los rodeaba una enorme y verdosa raíz de aquellas que de forma misteriosa habían comenzado a aparecer en distintas partes de la tierra. En el piso también se veía una larga y profunda grieta que el mismo tubérculo había causado al salir.
El camino estaba bloqueado.
Evalué mis alrededores buscando alguna vía alternativa y tomé como ruta un callejón angosto que podía dar salida al otro lado de la calle. Cuando llegué al final, segura de que encontraría la carretera principal de nuevo, me sentí desorientada, como si apenas descubriera mi propio pueblo.
Había dado al inicio de una calle que parecía ser la entrada a una pequeña y reservada urbanización.
De inmediato me llamó la atención la última vivienda de la esquina. Tenía un lazo de color negro sobre la puerta de entrada, como cuando alguien moría y la familia quería encargarse de que supieran que estaban de luto.
A pesar de que temí encontrar otro cuerpo maloliente, me adentré en la casa por pura curiosidad, porque era de día y porque así cualquier cosa me asustaría menos. Vamos, era valiente, pero estaba sola en el mundo. Si escuchaba algún ruido sufriría un «infarto diarreico», término que había inventado porque ahora era la dueña de todo y porque no había nadie que pudiera corregirme, ¿qué más daba?
Abrí la puerta con confianza, tal y como entraba a todos los lugares de la ciudad. Exploré la casa. Sala, cocina, armario y jardín vacíos. Subí las escaleras y encontré a una mujer en el suelo de la habitación principal del segundo piso. El cadáver estaba en muy mal estado. Su piel hinchada y difícil de descifrar había adquirido un color negro, y sus extremidades daban la impresión de estar tiesas. En la mano, o al menos en lo que quedaba de ella, brillaba un relicario de oro.
Lo tomé para fisgonear.
Salí de la habitación, me detuve en medio del pasillo y miré el interior del relicario. Había dos fotos bastante bonitas: una mujer y un niño de unos diez años. Supuse que la mujer era la que estaba muerta, y que si seguía en aquella casa era probable que me encontrara con el cadáver del pequeño.
La imagen madre e hijo me conmovió. No podía dejar ese objeto desvanecerse en el olvido, así que lo guardé en mi mochila y me dispuse a salir de allí. Pero antes de bajar las escaleras, retrocedí.
Fue un movimiento muy extraño que no comprendí. La idea me llegó de golpe. Tan solo quise hacerlo, sin razón alguna, y me di cuenta de que me había faltado revisar una habitación. Entonces me atreví a atravesar la puerta.
Me pregunté si había sido la habitación de una chica, pero me di cuenta de que era la de un chico. Todo en ella era muy simple. Había ropa masculina en el suelo e incluso una revista playboy sobre la cama.
—Al menos se divertía —murmuré mientras miraba la portada de la revista.
No había nada interesante ahí salvo por un pequeño libro sobre un viejo escritorio de madera. Tenía una tapa de cuero negro y un raro símbolo en el lomo, como de una flor. Lo tomé, intrigada, y entonces lo abrí en la primera página:
ESTE LIBRO PERTENECE A LEVI H.
—Veamos qué escribías, Levi H —dije en voz alta sin apartar la mirada del libro.
La primera hoja estaba en blanco. Pasé a la segunda y vi que algunas páginas habían sido arrancadas. Avancé un poco más hasta encontrar algo y comencé a leer desde donde se podía:
Primera anotación de Levi:
Algo muy malo va a ocurrir.
Lo sé porque el abuelo no deja de repetir: «tienes que estar preparado». Me gustaría preguntarle que para qué debo prepararme, pero sería perder el tiempo. Desde que le diagnosticaron Alzheimer lo tachan de viejo loco, y yo sé muy bien que él siempre estuvo cuerdo. A veces pienso que también sufro de Alzheimer, pero sé que no es así, que eso es imposible al ser tan joven. Hay cosas que no puedo recordar, como si mi mente estuviese en blanco o no tuviera un pasado. Me alegra haberme dado cuenta de ello. Por ahora mis dudas son demasiadas, pero poco a poco me iré aclarando. Espero que mamá no descubra que robé este libro de la biblioteca del abuelo, porque si no me mataría.
Hubo algo entre lo escrito que me intrigó y me atrajo de forma inmediata. Fue como si de pronto estuviera muy segura de que quería leerlo hasta final, y admití que después de tres años era la primera vez que mi interés y mis dudas se despertaban con tanta intensidad.«Algo muy malo va a ocurrir», decía, y realmente había ocurrido. ¿Lo había predicho Levi H? Y si era así, ¿en dónde estaba?, ¿en dónde se encontraba su cuerpo?
Guardé el libro en la mochila apelando a la idea de que no podía dejarlo. Luego inspeccioné cada habitación con la intención de encontrar el cadáver del chico, pero en ningún momento lo hallé. El único cuerpo que había en toda la casa era el de la mujer.
Lo leído <me dejó a la expectativa. Lo cierto era que ya no me detenía a pensar cómo era que todos habían muerto tan de repente. No me interesaba demasiado por el tema pues solo me concentraba en sobrevivir, pero en ese instante me atacaron muchas más dudas que las que Levi H había escrito.
Qué no podía recordar? ¿Por qué su primera línea advertía que algo malo ocurriría?
Había más hojas por leer, así que salí de ahí y fui a casa sin hacer paradas.
Quizás era momento de comenzar a buscar la verdad.
2
Segunda anotación de Levi:
Me desespero cuando mamá le dice al abuelo que se calle, a mí me gusta escuchar sus historias. Siempre habla sobre que algo malo nos espera, pero ella piensa que él está desvariando. Ja, si alguno de mis amigos supiera que escribo en un libro de seguro me dirían gay, pero es que no sé a quién contarle esto que me está atormentando. Anoche tuve un sueño muy extraño, vi intensas luces y una habitación muy blanca, solo eso. A veces sueño esas cosas, como que estoy atrapado en algún lugar, pero entonces no recuerdo nada más. Es tan extraño.
Intentaré hacer que el abuelo me hable de lo que cree que sucederá.
Me quedé mirando con detenimiento la caligrafía. Era torpe, separada, pero bien trazada como la de cualquier adulto. Entonces me pregunté cuántos años habría tenido Levi H al escribir aquello. No había fecha ni referencias; nada que pudiera considerarse una pista.
Cerré el libro y lo dejé reposar sobre mi pecho. Recostada sobre mi cama, lo único que veía era el techo de cristal. Tenía un techo precioso con vista a las estrellas porque había decidido alojarme en una de las mejores casas del pueblo. La sensación que producía el espacio abierto y la vista al cielo me ayudaba a conciliar el sueño durante las noches de insomnio.
Volví a abrir el libro en la siguiente página:
Tercera anotación de Levi:
Nada. Eso es lo que obtengo del abuelo, nada. Sé que debería preocuparme por estudiar, pero es imposible si toda mi mente es un revuelo. No dejo de pensar