Asfixia. Álex Mírez
cosas en mi mente, no sé qué sucede conmigo. Sin duda soy lo raro dentro de la rareza.
Cuando me tranquilicé por completo, coloqué la mejor canción de Panic! At The Disco y seguí la carretera rumbo a casa.
Nunca había conducido por la noche. Estando con los demás supervivientes, confiarles el auto a los más jóvenes sucedía solo en casos de emergencia. Mi experiencia conduciendo era media, pero conduciendo a oscuras era nula. Al menos tenía las luces delanteras del auto para iluminar la carretera, pero no podía mentirme, estaba nerviosa.
Traté de sosegarme, pero fue inútil porque a mitad de camino el auto comenzó a fallar hasta que, repentinamente, se apagó.
Había olvidado llenar el tanque de gasolina.
Me sentí estúpida.
Intenté cuanto pude ponerme en marcha, girando la llave y tratando de encenderlo, pero no dio resultado.
—Creo que ni al Pato Lucas que tiene la peor suerte del mundo, le habría pasado esto —bufé al girar la llave por última vez.
Después de que me rendí, miré a través de las ventanas. Alrededor no había más que terreno vacío, algunos árboles y la continuación de una carretera solitaria.
Suspiré e intenté de nuevo encender el auto, pero no lo logré, así que me dispuse evaluar mis opciones. Podía quedarme ahí hasta que el auto encendiera —algo que probablemente no iba a suceder— o podía bajarme y caminar hasta encontrar otro para poder seguir.
Con suerte algunas veces se encontraban autos en las calles que llegaban a funcionar, lo malo era que olían muy mal porque algunos tenían cadáveres dentro, sin embargo, no todo el tiempo eran conducibles.
Lo medité por unos segundos. ¿Qué podía sucederme si caminaba por la carretera entre la noche? Pues nada, porque estaba sola. A veces era tan cobarde que tenía que recordarme a mí misma las sabias palabras que mi padre me había dicho un día:
«El mayor peligro en la tierra es el hombre, y cuando ya no exista habrá verdadera paz».
Sin humanos no había peligro. Pensar que podía sucederme algo, era ridículo. No había nada que temer, nada podía dañarme.
Guardé en la mochila todo lo que necesitaba, volví a ponerme la máscara y salí del auto cerrando la puerta tras de mí. Casi escuché un eco.
Avancé justo por el centro de la calle. Después de media hora, aún no había señales de algún otro auto. Ya había pasado por esa carretera, pero por alguna razón no recordaba en donde había visto uno por última vez.
Me detuve en donde había un árbol para poder descansar las piernas. Pensé en sentarme durante unos minutos, pero mientras estudiaba los alrededores mirando a todos los ángulos posibles, algo llamó mi atención.
En el tronco del árbol había un grabado. Cuatro letras que se cruzaban como si alguien las hubiera tallado para formar algo significativo. En cuanto alumbré con la linterna, detallé a la perfección lo que decía:
L. R. A. I.
Me pareció raro. Para mí lucía como algo simbólico. Era una «L» de… ¿Levi? No. ¿Por qué lo relacionaba todo con él? ¿Por qué no solo lo dejaba pasar? Pero y si era de Levi, entonces, ¿las demás letras qué significaban?
No, definitivamente no podía ser así. Estaba vinculando todo al tema del diario y debía dejar su recuerdo en paz. Era insano seguir creyendo que el chico estaba vivo. Sin embargo, las iniciales lucían tan intrigantes, como si a gritos pidieran ser investigadas.
Negué con la cabeza. Si había algo peor que ser cobarde, era ser un cobarde con un gran instinto curioso. Temía enfrentarme a algunas situaciones, pero me gustaba la sensación de llegar hasta la situación. Siempre experimentaba ese: «quiero hacerlo, pero a la vez no». Era curiosa pero no arriesgada. Me gustaba el misterio, pero era asustadiza, así que entraba en batallas épicas contra mí misma para saber qué debía hacer. Pero en ese momento no había batalla que librar, lo único que tenía que hacer era ignorar la marca, ignorar el diario, cohibir mis impulsos y regresar a casa.
Me levanté de la base del árbol para seguir mi camino y entonces observé algo más.
Había una flecha tallada justo por debajo de las letras, y señalaba el camino de tierra que se formaba más allá de la carretera. Estaba muy oscuro en esa dirección porque no había concreto, ni una orientación específica, pero después de haber visto la flecha casi como una indicación, la curiosidad y la intriga me latieron por todo el cuerpo.
«No debes ir».
«Sí debes ir».
«No debes».
«Sí debes».
«De seguro es solo el escondite que usaban dos personas para sus encuentros sexuales».
«O podría ser el camino a algún lugar secreto».
«Eso es tan absurdo».
«Pero posible… ¿tienes algo mejor que hacer? Ah, sí, hundirte en los libros y lamentarte día a día. Maravilloso».
La discusión mental conmigo misma me aturdió un poco. Mis «yo» interiores tenían razón, pero lo cierto era que no había peligro alguno en ese mundo y que no podía decepcionarme más de lo que ya me había decepcionado no encontrar a Levi. ¿Qué más daba? Aunque no tenía que hacerlo y aunque no hallara nada, lo hice.
Segundos después me encontré avanzando a través del camino de tierra, y para cuando me di cuenta, ya había dejado la carretera atrás.
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Todo estaba más oscuro ahí.
Todavía con la linterna en mano y sabiendo que le quedaba bastante batería, caminé sin prisa y con cuidado. Podía escuchar el sonido de mis zapatos contra la tierra y mi respiración contra la máscara. No había demasiado que ver por esos lares, todo lucía desolado y no abundaba la flora.
Llegué a pensar que había hecho algo poco inteligente y que lo más sensato era regresar, pero antes de poder rendirme vi otro árbol a pocos metros y corrí hacia él.
En el tronco se veía la misma marca, pero esa vez la flecha que señalaba hacia la izquierda se encontraba más escondida. Me tomó un minuto hallarla cerca de las raíces. Seguí entonces por ese lado, iluminando el camino con la linterna y manteniendo los ojos bien abiertos, atenta a cualquier eventualidad, aunque las probabilidades de que algo sucediera fueran casi nulas.
Encontré un tercer árbol diez minutos después y me tomó más de dos minutos hallar la flecha cerca de las ramas.
Un cuarto árbol se hizo visible luego de quince minutos. Cuando llegué a él decidí sentarme por un momento para descansar. Busqué en la mochila y saqué la botella de agua que había guardado. Ya no estaba fría, pero era líquido y eso era lo único que necesitaba. Apoyé mi espalda en el tronco, me quité la máscara y tomé varios sorbos.
Cinco minutos después, cuando casi vacié la botella de agua, volví a colocarme la máscara y procedí a seguir. Ya no importaba qué cosa encontrara en el lugar de destino, lo tomaría con calma, respiraría profundo, luego regresaría a casa por el mismo camino y esa sería la última vez que me dejaría llevar por la curiosidad.
El último árbol lo hallé en poco tiempo y señalaba una formación rocosa que se levantaba entre la nada. Caminé hasta acercarme a ella. De lejos se veía como una cueva, pero cuando estuve más cerca supe que no era un nido de sexo y que lo único que había era una grieta bastante grande en el suelo, cubierta por una rejilla y rodeada por grandes rocas.
¿Era una entrada? ¿Una fosa? ¿Un simple agujero?
Con sumo cuidado me acerqué y me incliné hacia adelante para mirar mejor. Me atreví a apartar la rejilla, pero solo vi negrura y unas escaleras colgantes de madera muy maltratadas a las que incluso le faltaban algunos escalones. Apunté la luz