Asfixia. Álex Mírez

Asfixia - Álex Mírez


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sacudiendo la cabeza de un lado a otro.

      Carter se quedó en silencio. Mis gimoteos de desesperación era lo único que se escuchaba en la habitación. Mi respiración parecía el siniestro estertor de la agonía, y las gotas de sudor que resbalaban por mi frente hacían un recorrido hasta caerme por el cuello, causando un sutil cosquilleo que aumentaba la inquietud y desesperación.

      Volví a escuchar los pasos un minuto después, pero esa vez acercándose más. Trepidé cual cachorro asustado y cuando sentí el peso de una mano sobre mi hombro, me sobresalté, atemorizada.

      El corazón me sacudió el pecho con fuerza.

      —¿Qué te pasó en el brazo? ¿Te fracturaste cuando caíste dentro de la fosa? Qué torpe, qué inútil. Bien, ¿sabes qué? Vamos a probar algo distinto, algo que te refrescará la memoria.

      Oí un chasquido y más pasos. Alguien me sostuvo por el cuello mientras que otra persona desataba los nudos. Aproveché ese momento para forcejear e intentar huir, pero de nuevo fue imposible. Siendo más débil y más delgada, mis posibilidades eran diminutas.

      Y entendí que nada, nunca, me preparó para lo que vendría después.

      Primero me forzaron a levantarme de la silla. Sin piedad ni compasión, elevaron mis brazos, juntaron mis manos y las ataron a una cuerda que supuse que colgaba del techo. El dolor que sentí cuando el hombro articuló hacia arriba, fue indescriptible. El grito salió de mi boca sin que pudiera evitarlo. Lo sentí punzante e incómodo. Se extendió por mi brazo, por el pecho y hasta la nuca. Para finalizar, me dejaron colgando de la soga con tan solo las puntas de los pies tocando el suelo.

      —Te dije que iba a ponerse feo —le escuché decir—. Ahora, repetiré las preguntas y espero que tu mente se haya aclarado. ¿Qué venías a buscar aquí? ¿Te ordenaron hacer algo?

      —No venía a buscar nada —respondí después de un minuto de silencio, cuando pude aminorar mis sollozos de dolor.

      —Estás muy bien entrenada. —El sonido de sus palmas juntándose como aplausos, me intimidó—. Pero siempre se llega a un límite.

      Tan pronto se quedó en silencio, sentí un potente golpe en el hombro izquierdo que agudizó aún más el dolor de la fractura. Solté otro grito que me escoció la garganta. Todos mis músculos se tensaron, mi cuerpo se sacudió, retorciéndose, haciendo que deslizara las puntas de los dedos sobre la dureza del piso.

      —¡Le digo la verdad! —sollocé con fuerza.

      —¿Y crees que soy idiota? —rugió.

      El golpe esa vez fue en la boca del estómago, lo suficientemente intenso como para dejarme sin aire. Me tragué el quejido y me retorcí. Las muñecas me ardieron por la fricción que causaba la cuerda.

      —¡Habla, maldita rata! ¡Habla! —gritó el especialista.

      —Yo… —musité con dificultad, incapaz de completar la frase.

      —¿Con qué objetivo te ha enviado El Imperio?

      —No… yo… no sé… —pronuncié lo que apenas pude.

      —¡Mientes!

      La piel se me erizó cuando sentí una carga de agua helada caer sobre mi cabeza, pero la desesperación se apoderó de mí cuando el líquido hizo que la bolsa se adhiriera a mi rostro. La incapacidad para respirar con normalidad me obligó a estremecerme, a forcejear y a moverme con insistencia, produciendo más dolor en el hombro. Abrí la boca queriendo gritar, intentando pedir ayuda, piedad, pero el plástico lo impidió. Lo único que podía hacer era moverme de un lado a otro como pez fuera del agua.

      —¡Di la verdad! —exigió Carter.

      Sentí que mis pulmones comenzaban a doler. Traté de respirar, pero la bolsa continuó adhiriéndose a mi cara. Pensé que mi cuerpo no aguantaría aquel trato, que mis miembros no soportarían esa tortura y que todo mi organismo colapsaría, pero en un intento desesperado por hallar alguna forma de obtener oxígeno, exhalé enérgicamente logrando que el plástico se alejara de mi piel.

      El aire entró por mis fosas nasales devolviéndome lo que había perdido, otorgándome un respiro de vida.

      —¿Por qué me hace esto? —clamé después de un gran suspiro.

      —¿Por qué no respondes a mis preguntas? —inquirió él como respuesta—. Todo sería más fácil si lo hicieras, ya que te estoy dando una gran oportunidad.

      Se le escuchaba molesto, implacable.

      —¡Le digo la verdad, créame! ¡¿Qué tengo que hacer para que me crea?!

      Una bofetada en la mejilla me tomó por sorpresa. Fue como si mi cara impactara contra una piedra. Entonces la sangre impregnó mi boca. Y recibí otro golpe en el pómulo contrario me removió los sentidos. Y luego otro, y otro, y otro tan fuerte que el mundo pareció apagarse durante un momento y luego volver a encenderse.

      Me empapé de lágrimas, sangre y de todos aquellos fluidos que podían brotar de mí.

      —¿No vas a hablar? —preguntó Carter con frialdad y desprecio—. ¿Tan leal eres a esos canallas?

      —Por favor... —imploré.

      Pensando que aquel hombre acabaría conmigo, y arrepentida de haber puesto un pie fuera de la ciudad a causa de mis impulsos, me rendí. Dejé de forcejear y permití a mi cuerpo reposar lánguidamente colgado de la cuerda.

      Era como tener el infierno en la piel. El calor me quemaba. Todo se escuchaba más lejano. Y la cruda verdad era que no podía contra él, ni contra el miedo, ni contra los dolores que presionaban mis músculos.

      Esperando el golpe de gracia que me dejara inconsciente, una segunda voz masculina resonó en el recinto.

      —Basta, la vas a matar.

      Era otro tono de voz, uno más sereno.

      —¿Y crees que me importa matar a una rata como esta? —replicó con furia el especialista.—No puedes matarla sin permiso del comandante —objetó el otro hombre.

      —No te metas en esto, Julian, estoy haciendo mi trabajo.

      —Antes de proceder en tu trabajo —habló aquel que debía llamarse Julian—, debes proporcionarle información sobre él al comandante, y me parece que no sabe lo que está sucediendo aquí, ¿no es así?

      —Quería infiltrarse —señaló el especialista después de un corto silencio, con exasperación en el tono de voz—. De no ser por Pantera, jamás lo habríamos sabido. No se están resguardando del todo bien las entradas, pero qué suerte que fue muy tonta, porque quiso entrar atravesando la fosa del Este. Ni siquiera merece vivir.

      A Carter se le oía frívolo, nada compasivo, justo como un verdugo debía ser.

      —Entonces será el comandante quién decida su destino, no tú —alegó el hombre.

      ¿Había un destino peor que ese? ¿Mi vida tenía que pasar por diferentes manos para poderse dictar un final? Porque prefería que las cosas sucedieran rápido.

      —De acuerdo, pero antes tendré que cumplir con mi protocolo. No ha dicho nada, solo lo niega, y sabemos que es imposible que no sea lo que creemos que es o que no venga de donde creemos que viene. —El especialista hizo una pequeña pausa, y luego se dirigió a mi—: Tendremos otra cita, Drey, y espero que para ese entonces estés dispuesta a confesar. La piedad no es lo mío.

      Los pasos se alejaron poco a poco. Supuse que me dejarían colgando porque no escuché nada más. Asumí entonces que todos se habían ido y que tendría que mantenerme en aquella posición dolorosa e incómoda durante el tiempo que les tomara traer al supuesto comandante.

      —Ayúdenme a bajarla —oí de pronto.

      Alcé la cabeza que había tenido gacha y respiré agitada, confundida. Aquel llamado Julian se había quedado ahí durante


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