Asfixia. Álex Mírez
porque eres una maldita escoria entrenada para hacerlo! ¡Di la verdad! ¿En dónde está Gregori? ¡Habla de una vez por todas!
Cerré los ojos e inhalé con fuerza, llenando mis pulmones. ¿Qué caso tenía decir la verdad si no me creía? ¿Valía la pena seguir intentándolo? ¿Y si era mejor rendirme y pedir que no le diera más larga?
Durante dos años había pensado que mi destino era morir sola en un planeta lleno de cadáveres, pero en ese instante pensé que el rumbo de mi vida podía haber cambiado para peor. Morir con la boca empapada de la verdad, con las esperanzas hechas añicos, con las ilusiones pisoteadas, era un destino lamentable.
—No… no sé de qué me está hablando —fue lo que pude decir en un último intento de que me creyera—. Sobreviví. Respiré el gas. Sobreviví a ASFIXIA.
Carter formó una fina línea con los labios. Un segundo después, el gesto se convirtió en un falso mohín de pena.
—Es una lástima, Drey.
Listo. Me quedaba esperar a que él se divirtiera lastimándome, y luego que mi cuerpo no resistiera más. Tampoco es que fuera a ser mucho. Yo era débil. Había sobrevivido y aun así era tan débil como para desmoronarme a los pocos golpes. Y sentí rabia por ello. Rabia hacia mí misma por permitirme morir a manos de aquel hombre.
—¡Dice la verdad! ¡Dice la verdad! —gritó alguien.
Levanté la cabeza al oír la voz. La puerta se abrió de par en par y el doctor Julian se acercó corriendo, agitado.
El especialista se quedó quieto con el entrecejo hundido. Julian se detuvo sacudiendo una carpeta amarilla. Sus pequeños ojos enfocaron con horror el estado en el que me encontraba, pero luego volvieron hacia Carter.
—Hay un registro del año dos mil nueve en el que se refleja que diez personas fueron reclutadas para formar parte del proyecto INMUNOEFICIENCIA —comenzó a decir—. El objetivo era producir humanos inmunes a los efectos del proyecto ASFIXIA. Tres personas murieron durante las pruebas y solo siete sobrevivieron. —El doctor Julian extendió la carpeta hacia el especialista—. Drey es una de ellas. Dice la verdad, viene de la superficie y es inmune al gas. No puedes matarla.
El especialista no podía creérselo, ni yo tampoco. A ambos nos tomaron por sorpresa. La confusión y el desconcierto en sus ojos acabaron inminentemente con toda la malicia que había en ellos.
No podía hacerme daño.
¡No podía matarme!
—¿Qué? —soltó con un ápice de desagrado.
—Tampoco lo creía, pero ahí está. Revisé los archivos que se extrajeron de las instalaciones locales. Es un pequeño informe, no detalla demasiado pero su nombre aparece en él. Está sellado y firmado por el antiguo director, significa que está validado y es real —le explicó Julian sin detenerse a respirar.
Carter observó con desdén la carpeta, sin siquiera demostrar intenciones de revisarla. Fueron segundos los que pasaron entre una acción y la otra, pero me pareció un largo y lento minuto. ¿Estaría a salvo o no? ¿Era real el documento o no?
Para mi sorpresa, Carter relajó la expresión. Luego, sin decir palabra alguna salió de la sala de torturas y se alejó llevándose consigo la presencia de la muerte.
Solté una exhalación. Sentía el corazón latirme hasta en los oídos. El doctor Julian me dedicó una mirada afable, casi como queriendo decir que todo estaría bien, que había terminado. Después se dio vuelta para mirar al hombre que aún sostenía la bandeja plateada con las herramientas y se dirigió a él sin mucha amabilidad:
—¿Qué esperas? ¡Suelta eso y desátala! —exclamó—. Y luego irás a buscar al comandante Homs de inmediato.
El hombre alzó las cejas y luego asintió con rapidez. Giró la cabeza hacia ambos lados, y al no ver ninguna mesa se inclinó para dejar la bandeja sobre el suelo.
—Pero doctor, el comandante dejó dicho que no quiere interrupciones mientras está en reunión —comentó el hombre.
—Pues lo interrumpirás. Esto es más que importante.
6
Cuando desperté por tercera vez, la habitación era más grande y no me encontraba sola en ella.
Incluso con la vista borrosa, reconocí al doctor Julian situado cerca de la puerta. Parecía estar teniendo una charla con otras dos personas: una mujer de espesos y rizados cabellos rojizos; y un hombre alto, fornido, de cabello castaño y postura recta. Ambos vestían pantalones verdes y camisas negras cuyo estampado en el pecho mostraba las iniciales que ya sabía que representaban a La RAI.
No tuve intenciones de moverme para avisar que había despertado, así que solo parpadeé esperando que mi vista se esclareciera por completo. A pesar de eso, ellos no notaron que ya estaba consciente y continuaron su charla:
—¿Y Carter cómo reaccionó? —escuché.
Mis sentidos despertaron apenas escuché ese nombre, y dirigí mi atención a la conversación que se llevaba a cabo.—No dijo nada, solo se fue —respondió Julian negando con la cabeza—. Cuando lo supo no tuvo más que marcharse.
—Su reacción no es para menos —intervino el hombre de cabello castaño. Tenía los brazos cruzados—. Él está encargado de interrogar a cualquier prisionero, y más aún a cualquiera que se le descubra infiltrándose en la ciudad. Solo hacía su trabajo.
—¿Ustedes en verdad creen que El Imperio enviaría a alguien a infiltrarse de esa forma tan obvia? No lo subestimen —repuso el doctor, utilizando un tono más bajo.
El hombre de torso fornido sonrió.
—Pues en eso tiene razón. Creo que a Carter le faltó usar más la lógica. Desde que estamos aquí ha querido torturar a alguien y no ha podido. No es que nos llegan infiltrados muy a menudo.
La mujer de los rizos le dedicó una mirada fulminante a su compañero de uniforme. No le habían agradado sus palabras.
—Los métodos de Carter son brutales, muy efectivos si somos conscientes. Pero como dice Julian, al ser la primera persona que se encuentra queriendo infiltrarse, debió haber llamado al comandante sin perder tiempo —puntualizó ella.
—¡Pudo haberla matado! —exclamó el doctor con cierta indignación—. ¿Se imaginan? La primera persona inmune y… Carter pudo haberla asesinado. —Suspiró con algo de culpa—. Lo peor es que ella suplicó que le creyeran. Me siento culpable en cierto modo, yo dejé que se la llevaran por segunda vez. Tampoco le creí en un principio.
—Nadie le habría creído en un principio, y si no actúas rápido nadie le habría creído nunca. Habría pasado como infiltrada y de seguro terminaríamos por eliminarla —dijo la pelirroja. Sonaba severa—. No tienes que sentirte culpable, porque si lo pensamos bien suena absurdo, ¿un inmune a ASFIXIA? Parece muy irreal.
Julian miró al suelo.
—En tres años no hice esta búsqueda. Nunca escuché de tal proyecto, ni de un grupo de personas sometidas a experimentos contra ASFIXIA, pero al buscar en el sistema fue como… como si mi mente me dijera qué era lo que tenía que encontrar —confesó, pensativo. Luego alzó la cabeza y mostró una sonrisa triunfal—. ¿Lo ven? Fue una magnífica idea reactivar el sistema de archivos extraoficiales.
—No lo dudamos, doctor —asintió el hombre fornido.
La puerta de la habitación se abrió de golpe y un hombre entró al lugar. Por un pequeño instante pude jurar que el brillo en sus ojos se me hacía familiar, pero tenía la mente tan revuelta y los pensamientos tan confusos que no quise detenerme a saber la razón de la familiaridad que me inspiró.
Llevaba el mismo uniforme que los demás, pero sobre su mata de cabello negro reposaba una