Asfixia. Álex Mírez
recayó en él.
—Comandante —le saludó el doctor Julian.Así que era él. Ese era el comandante que había mencionado en la sala de torturas. Se veía tan diferente al especialista. No inspiraba miedo, pero su presencia era imponente.
—¿Qué fue lo que sucedió? —inquirió el comandante.
Su voz era cálida pero fuerte. No sonaba amenazante, sino neutral e impecable.
—La encontraron en la sala superior de la fosa del este. Estaba inconsciente, tenía fractura de clavícula y unas heridas menores —informó el doctor Julian—. La examinamos y está sana, pero Carter la llevó a la sala de interrogatorios después y… ya sabe, estuvo haciendo su trabajo.
El hombre se abrió paso hacia mí. Se dio cuenta de que estaba despierta y muy atenta a la conversación. Se situó a un lado de la camilla y me escudriñó con la mirada. Sus ojos eran de un profundo color verde. Parecía demasiado joven para ser un comandante. Entonces, ¿era el comandante de qué?, ¿de La RAI entera o de una parte de ella?, ¿qué tan grande era el grupo?
—¿Y cuál es su nombre? —indagó sin dejar de observarme.
Yo le respondí a las miradas, muy quieta, parpadeando cuando era necesario.
—Su nombre es Drey —anunció el doctor.
—¿Y es inmune? —preguntó mientras se daba vuelta para encarar a los presentes—. ¿Es eso posible? ¿Estás completamente seguro?
—Pues, esto me tomó por sorpresa —dijo Julian al mismo tiempo que se acercaba a un estante dispuesto contra una pared. Tomó una carpeta amarilla de él y se la entregó al comandante. Él no dudó en cogerla—. Nunca escuché sobre un proyecto para desarrollar personas inmunes a ASFIXIA, pero como sabe, a nosotros no nos decían demasiado. Justo después de que se la llevaron para interrogarla por segunda vez, revisé el sistema que está conectado al antiguo sistema de archivos extraoficiales del Pentágono y encontré un informe que había sido recibido desde un organismo privado. Dice muy poco porque parece rutinario, es posible que haya sido enviado para ser almacenado en el registro, pero su nombre figura en él y no solo el suyo, sino el de diez personas más. De esas diez se menciona que tres murieron durante los procedimientos. Solo siete sobrevivieron exitosamente a los métodos utilizados. —Julian desvió una mirada condescendiente hacia mí—. En sí, el objetivo que se planteaba era crear personas inmunes a los efectos del proyecto ASFIXIA, por esa razón lo llamaron proyecto INMUNOEFICIENCIA. El término ni siquiera es correcto dentro de algún área científica, pero parece definir muy bien lo que buscaban lograr.
De todos los recuerdos que tenía de mi niñez, en ninguno figuraba haber pasado más de un día en un hospital o en algún centro en donde hubieran podido experimentar conmigo. Por tal razón, lo que escuché me sonó ilógico. Si habían hecho algo en mi cuerpo debía recordarlo, ¿no? Pero aunque lo intentara, lo que recordaba de mi vida era bastante normal e incluso muy feliz.
Nada de lo que dijo tomó lugar en mi cabeza.
—Esto es… sorprendente —murmuró el comandante. Sus ojos se deslizaron sobre las palabras escritas en el papel—. ¿Y ya le preguntaron si recuerda algo?
—En el informe se describen algunos métodos utilizados para que los individuos pudieran regresar a la vida diaria, para introducirlos de nuevo a la cotidianidad. La terapia electroconvulsiva fue una de esas técnicas —alegó Julian—. Si fue así me temo que a pesar de que se lo preguntemos ella no va a recordarlo. No por ahora.
Quise gesticular. Quise mostrar aunque fuera una mínima reacción, pero me sentí incapaz de moverme.
—Permítame decir que esto es importante, ella es importante —añadió Julian después de un minuto de silencio que el comandante usó para examinar el informe—. Me gustaría tratarla y realizarle algunos análisis. Va a quedarse, ¿no es así?
—Por supuesto que va a quedarse —afirmó.
El comandante volvió a entregarle la carpeta al doctor y entonces posó su mirada sobre mí otra vez, como si necesitara observarme por más tiempo para asegurarse de que era real.
De nuevo, el brillo de familiaridad me inquietó.
—¿Ya estaba así o eso fue obra de Carter? —indagó él, hundiendo el entrecejo—. Tiene moretones por todos lados.
Vi como el doctor bajó la cabeza, casi apenado.
—Fue Carter —confesó.
—¿La golpeó de esa manera sabiendo quién era? —soltó el comandante con un dejo molestia en la voz.
Julian no pudo encararlo, mientras que las otras dos personas presentes en la habitación solo se dedicaban a escuchar en silencio.
—No, él no lo sabía —explicó el doctor—. Asumió que ella intentaba infiltrarse y la trató como a un enemigo.
La mandíbula del comandante se tensó y las venas de su cuello brotaron salvajemente.
—¿Y ella dijo quién era? ¿Dijo que era inmune? —inquirió casi intentando no perder la paciencia.
—Dijo que venía de la ciudad, que no sabía nada de lo que le preguntábamos. Ella ni siquiera sabía sobre ASFIXIA. Se ha enterado hace poco, no tenía consciencia de que era inmune.
El comandante asintió lento con la cabeza. Estaba molesto, cualquiera podía notarlo. Se giró sobre sus pies y enfrentó a cada uno con una expresión acusatoria.
—Me gustaría saber, ¿quién es Carter para tomarse atribuciones que no le corresponden? Se supone que todo lo que sucede debo saberlo primero, ¿no es así? Y más si es algo tan importante como esto. —El comandante señaló al hombre que estaba al lado de la pelirroja—. Ligre, déjale dicho a Carter que quiero verlo en la oficina —le ordenó.
El hombre al que se había referido como Ligre, asintió, y sin perder tiempo u objetar algo se marchó para ir a cumplir la encomienda.
—No teníamos ni idea… —añadió el doctor Julian, cabizbajo.
—Aunque no la tuvieran, esto no era necesario —vociferó el comandante, señalándome con el dedo—. Tenían que haberme llamado, o siquiera haberla escuchado.
La mujer de los abundantes rizos rojizos dio un paso adelante con la intención de hablar.
—No podemos ser condescendientes con cualquier desconocido, recuerda que estamos en tiempos difíciles —intervino ella, para luego dedicarme una mirada cargada de desconfianza.
—No ser condescendientes y aplicar este tipo de salvajismo son dos cosas muy distintas. La podían haber dejado en una celda hasta que yo me ocupara, pero parece que a veces se les olvida quién está al mando —bufó el comandante. Su actitud era imponente y ellos parecían respetar eso, entonces comprendí que era el comandante de todo, incluso luciendo tan joven—. Nosotros no lastimamos a inocentes.
—Todos juran ser inocentes —comentó la mujer en tono desafiante.
El comandante hundió más las cejas.
—Aunque no lo parezca, aún quedan inocentes en este mundo. Además, ¿cómo van a creer que El Imperio lanzaría a un infiltrado de esta forma? —continuó hablando en voz alta, reprendiendo—. ¿Creen que este grupo se levantó para que fuéramos unos mercenarios como ellos?
—¡Carter solo hacía el trabajo que tú le concediste! —exclamó la pelirroja, molesta, irritada.
—¡Un trabajo que debe hacer después de comprobar que no tratamos con un inocente! ¿O no son esas mis reglas? ¿No son esas las malditas reglas que impuse? —reprochó el comandante, ganando la discusión ante el silencio que envolvió la estancia.
—Levi, no estoy de acuerdo con tu reacción —repuso la mujer.
Un momento.
¿Levi?
Todo mi