Asfixia. Álex Mírez
—¿Levi? —pronuncié con voz temblorosa.
—Sí, Drey, soy el comandante Levi Homs —habló en tono calmoso mientras se acercaba de nuevo a la camilla.
—Levi —susurré.
Los recuerdos del libro atiborraron mi mente: sus palabras, los escritos que me habían hecho compañía y la intriga que había despertado en mí. ¿Realmente era el Levi que había conocido a través del diario? Porque antes de caer en la grieta me quedó muy en claro que él había muerto.
Pero ahí estaba.
Levi H.
Levi Homs.
Y teniéndolo ante mí, además de la sorpresa, la confusión se unió a la pila de emociones que estaba experimentando.
Vivo, él estaba vivo.
—Yo te buscaba… —confesé— estás aquí.
Volvió a hundir el entrecejo, demostrando desconcierto. Por supuesto, él no lo entendía. No sabía que había salido de casa para buscarlo y que en cierta parte por esa razón había terminado allí. Quise decírselo, contarle lo que había sucedido, pero a pesar de que mis labios se entreabrieron para emitir palabra, de nuevo no pude pronunciarlas. La imagen de Carter sustituyó todo lo demás y la sensación de dolor me abordó.
Recordé cada insulto, cada risa fingida y cada golpe.
Caí en la realidad tan rápido como había descendido por la grieta. Las personas que tenía ante mí eran crueles y nada podía asegurarme que en cualquier momento no empezarían a tratarme como lo había hecho el especialista.
Vi a alguien acercarse del mismo modo que lo había hecho Levi, y aunque sabía que era el doctor Julian, mi mente jugó contra mí, confundiéndome. Por un instante vi una silueta distinta, muy oscura y amenazante. Negué con la cabeza a medida que se aproximaba, el temor casi oprimió mis pulmones y como si de nuevo me hubieran cubierto con la bolsa plástica, sentí que me ahogaba, que me quedaba sin aire.
—Drey, ¿estás bien? —escuché decir, aunque no logré reconocer a quién emitió las palabras.
Me aferré a las sábanas para poder moverme hacia atrás. Sentí la tela haciendo fricción sobre mis piernas desnudas, y luego el borde de la camilla más cerca.
—Aléjese… —pude decir. La silueta se aproximó mucho más y un grito salió de mi boca—: ¡No! ¡Digo la verdad! ¡Le digo la verdad! ¡No sé de qué habla!
—Drey, lo sabemos, te creemos, tranquila —escuché.
Cerré los ojos con fuerza. Cuando los abrí, las cosas se habían puesto peor. Tantas manchas, tantas imágenes difusas e indescifrables. Tantas voces y amenazas. El mundo era oscuro y abstracto…
—¡No! ¡No quiero ir! ¡No quiero ir con él! ¡Quiero ir a casa! ¡No me golpeen! ¡Digo la verdad, lo juro! ¡No, por favor! —repetí sin cesar.
En mi mente solo palpitaba una idea: ellos venían para atraparme y llevarme de nuevo a la sala de torturas. Y estaba desesperada. Mi visión era confusa, borrosa y parecía que poco a poco se oscurecía amenazando con desaparecer. De pronto hasta sentí tanto frío que creí entumecerme.
—¡Drey!
Las siluetas se acercaron con mayor rapidez. Sentí un tirón hacia atrás y caí contra la camilla. La cabeza me dio vueltas y las luces del techo me cegaron. Escuché a las figuras cerca, rondándome. Me agité y moví con desespero, quise levantarme y correr, pero una fuerza mayor me lo impidió. Sacudí la cabeza de un lado a otro, asustada.
Abrí los ojos y vi negrura; tan solo un pequeño espacio me permitió observar a los desconocidos.
—¿Qué le sucede? —preguntó con insistencia uno de ellos.
—Está teniendo un ataque.
—¿Un ataque?
—Va a convulsionar.
Y todo se apagó.
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Me incorporé con brusquedad apenas desperté.
La habitación médica estaba sola. Junto a la camilla un pitido sonaba intermitentemente. Ahora podía ver todo con claridad, pero recordaba haber experimentado una sensación de confusión desesperante.
Me observé a mí misma. Vestía la misma bata médica y tenía el hombro izquierdo vendado, permitiéndome muy poca movilidad en el brazo. Por otra parte, no sentía dolor en ninguna parte del cuerpo. Mis sentidos estaban despiertos. Era yo de nuevo.
Así que era momento de escapar.
Tenía que abandonar aquel lugar y volver a la seguridad de mi casa, aunque hacerlo me condenara a la soledad eterna.
Bajé con cuidado de la camilla. Resultaba un poco incómodo tener el brazo izquierdo inmovilizado, pero después de que mis pies se acostumbraron a la calidez del suelo, mantuve el equilibrio al caminar.
Avancé hacia la puerta y apegué la oreja intentando escuchar algo del otro lado. Solo había silencio. Coloqué una mano sobre la manija y la impulsé hacia abajo. Abrí con lentitud para no hacer ruido, y salí.
El sitio era simple: paredes de algo parecido al concreto de las que colgaban lámparas de… ¿gas?, y el mismo suelo de la habitación. Miré de un lado a otro y vi un largo y solitario pasillo. Como era el único camino, lo seguí. A medida que avancé, descubrí que había demasiadas puertas y ningún cartel que señalara la salida de emergencia o alguna salida alterna. Eso era un problema. No podía detenerme a abrir cada una de ellas hasta que diera con la correcta, pero sin importar cómo o cuanto me costara hacerlo, hallaría la forma de escapar.
Siguiendo mi instinto doblé a la derecha en el tercer pasillo que encontré. Vi más puertas, más cruces en otras direcciones, y muchas posibilidades para girar y tomar otros caminos.
Fue justo ahí donde no supe qué vía tomar.
Si escogía un mal, si giraba en un cruce equivocado, la decisión podía jugar en mi contra. Así que: ¿izquierda o derecha? ¿Una puerta u otra?
De pronto, una voz proveniente del pasillo que tenía justo a la derecha, me sobresaltó:
—¡Si te callas, Butterfly, Julian nos puede explicar mejor todo este asunto!
Reconocí aquella voz masculina y autoritaria.
Era él.
Di vuelta inmediatamente y me aproximé al lugar desde donde provenían las palabras. Entre la soledad del pasillo, una gran puerta doble se hallaba entreabierta. Teniendo cuidado de no hacer ruido o de no alertar con mi presencia, miré a través de la abertura como si fuera una espía.
Contemplé al doctor Julian frente a una pantalla gigante que reflejaba algunas estadísticas; sentados en una gran mesa ovalada reconocí a la mujer de los rizos pelirrojos y al hombre llamado Ligre. Y en el centro, casi como cabecera, estaba Levi Homs.
—Lo que quiero decir, comandante, es que en el informe no está registrado con exactitud qué tipo de alteraciones aplicaron en el cuerpo de Drey. No sabré qué métodos utilizaron a menos que haga análisis profundos a su organismo, y aun así no puedo asegurarle que lo descubra del todo —explicó el doctor Julian. No se veía muy cómodo hablando ante ellos—. Debo someterla a estudios delicados que por ahora no creo necesarios.
—¿Por qué no los considera necesarios? —preguntó la pelirroja.
—Debido a la tortura, presenta síntomas claros de un trastorno de estrés postraumático. Es posible que le tome tiempo asimilar que no vamos a lastimarla, porque su mente se encarga de crearle regresiones del momento en el que sus niveles de miedo y shock emocional alcanzaron niveles muy altos —aclaró con cierto pesar mientras que miraba a cada uno de los presentes.
—¿Cuánto tiempo debemos esperar? —indagó