Asfixia. Álex Mírez
¡Por favor! ¡No deje que me lleven! ¡Doctor, le digo la verdad! ¡Le digo la verdad! ¡Tiene que creerme! ¡Ayúdeme! ¡Ayúdeme de nuevo!
El doctor Julian se hizo a un lado para que los dos hombres pudieran llevarme. Mi corazón dio un vuelco. Me asesinarían aun cuando decía la verdad, y él lo permitiría a pesar de lo que le había dicho.
—¡Doctor, por favor, ayúdeme! ¡Doctor! ¡Se lo suplico, no deje que me maten! —grité con fuerza mientras daba manotazos para que no me tocaran—. ¡No me toquen! ¡No me lleven! ¡No, por favor, se lo suplico!
Fue inútil, porque me manipularon como si fuese nada, como un muñeco de peso ligero al que podían transportar a su antojo. Sus enormes manos apretaron mis brazos y el dolor en el hombro regresó con mayor fuerza.
Me obligaron a caminar entre ellos, sosteniéndome. En ningún momento dejé de moverme ni de forcejear. Mis pies rozaron el suelo, casi quemándome los dedos. Vi un largo pasillo blanco con más puertas cerradas, y al fondo un ascensor. Me condujeron hasta él. Cuando entramos, uno de los hombres me colocó una mano en el cuello.
Sentí un apretón y luego todo fue oscuridad.
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Al abrir los ojos, alcé la cabeza con dificultad. El cuello me dolía tanto que asumí que había estado en una posición incómoda por un largo rato. Intenté mover mis extremidades, pero al verlo imposible descubrí que de nuevo me habían atado a una silla.
Aparte de eso me encontraba en una habitación de cuatro paredes. Era pequeña, caliente y oscura.
Mi cuerpo tembló involuntariamente cuando la puerta que tenía en frente se abrió. Entró un hombre. Lo calculé entre los cuarenta. Su mirada de ojos rasgados era penetrante, retadora y burlona. Su sonrisa, por otro lado, cargada de malicia. Llevaba el cabello castaño muy corto al estilo militar, el cual le otorgaba un aire de pulcritud. Una barba poblada le cubría la mitad de la cara. Vestía pantalones de camuflaje color verde y camisa negra de mangas cortas. Al final era tan alto que intimidaba.
Si la imponencia tenía representante, debía ser él.
—¿Qué tal, Drey? ¿Te has echado una buena siestecita? —dijo con un abyecto tono de diversión—. Espero que ahora sí hablemos con más confianza.
Dios mío. Era el especialista Carter.
Aunque no hacía ni un poco de frío, mi cuerpo empezó a tiritar.
—Vamos, no me mires como cachorro asustado. No habríamos llegado a esto si hubieses sido sincera en nuestro primer encuentro —añadió, encogiéndose de hombros—. Pero bueno, no le demos más largas. Pasemos a repasar el objetivo de esta cita. —Juntó las manos tras la espalda y lo soltó sin tapujos—: Yo pregunto, tú respondes rápido y con la verdad, ¿de acuerdo? Nada de: «no sé», «no sé de qué habla» o «no entiendo lo que dice», porque a ser sincero esas palabras hacen que me enoje mucho y no queremos que eso suceda de nuevo, ¿no es así?
—¡No puede hacerlo! ¡Soy una sobreviviente del proyecto ASFIXIA! —exclamé, suplicante, recordando lo que Julian me había explicado.
Había un brillo de satisfacción en la mirada de Carter, como si en su mente estuviera planeando minuciosamente la forma más espantosa de hacerme hablar. Y eso me molestó.
—Todos aquí lo somos —alegó, restándole importancia a lo dicho—. Procedamos. ¿De dónde vienes? Quiero lugar exacto, coordenadas, lo que sea.
—¡Vengo de la ciudad! ¡De arriba!
El especialista Carter hizo un mohín de desaprobación y movió el dedo índice de un lado a otro, negando.
—Mal, mal —chasqueó—. Pero quiero darte otra oportunidad. ¿Qué venías a hacer aquí? ¿Te dieron órdenes exactas de entrar a las fosas o solo debías infiltrarte?
—Nada, no buscaba nada. Estaba camino a casa, vi unas flechas talladas en los árboles y seguí el camino. Al final encontré una gran grieta y por torpeza caí en ella. Después no supe qué pasó y cuando desperté estaba en este lugar. Fue todo accidental, no sabía que ustedes estaban aquí, no sabía que estaban vivos —expliqué mientras luchaba contra las ganas de explotar en un llanto de impotencia.
—Vaya, hasta podría creerte —dijo Carter, pensativo—, pero me molestan las mentiras absurdas —agregó, tensando cada músculo de su rostro.
Sin avisar me propinó una bofetada tan fuerte que me desorientó por completo. La vista se me nubló y su figura pareció duplicarse por unos instantes. La mejilla me ardió, pero enderecé el cuello y parpadeé varias veces para aclarar mi visión.
—Perteneces a El Imperio, ¿no es así? ¿Qué querían ellos que hicieras aquí? —preguntó, escudriñándome, acusándome con la mirada.
—¿A El Imperio? No, no sé quiénes son, lo juro. No pertenezco a nada, le digo la verdad. Vengo de la ciudad, vivía sola —contesté sin titubear.
Él esbozó una sonrisa tan macabra que casi me heló la sangre.
—No le estoy viendo resultado a esto —habló y se dio vuelta para caminar paulatinamente frente a mí—. ¿Qué sucede, Drey? ¿Morirás por lealtad?
—Le digo la verdad —mascullé, cabizbaja.
—Sí, bueno, la gente siempre alega decir la verdad, pero en estos tiempos no se puede confiar en nadie —expuso él con simpleza —. Voy a darte una última oportunidad, y si no obtengo lo que quiero tendré que mandar a traer algunas herramientas que facilitarán todo el proceso, ¿entiendes?
Mi piel comenzaba a sudar por el calor. La sala era tan pequeña que asfixiaba. ¿Y cómo demonios convencería a Carter de que decía la verdad, si estaba dispuesto a creer que era una enemiga?
—¡¿ENTIENDES?! —repitió con tanta fuerza y exigencia que me tomó por sorpresa.
—Sí —respondí.
—Ahora, dime, ¿recibes órdenes directas de Gregori Nikolayev o de la guardia? —inquirió de manera mordaz.
—No. No sé de quienes habla. No sé quiénes son esas personas.
Me hizo entender que mi respuesta era incorrecta, porque avanzó hacia la puerta, la abrió y llamó a alguien. Luego volvió manteniendo una sonrisa y una mirada triunfante, como si hubiese hecho algo de lo que estaba muy orgulloso.
Se quedó en silencio hasta que entró uno de los hombres que me había atado, sosteniendo una bandeja plateada. Sobre ella había distintos instrumentos entre los cuales solo reconocí un destornillador, un encendedor y unas tenazas.
—No… —dije con apenas un hilo de voz, temblando ante la idea de que usara aquello conmigo—. ¡No! ¡Créame! ¡Le juro por mi vida que estoy diciendo la verdad!
Carter rio, cínico y divertido.
—¿Por tu vida? ¡Pero si eso no vale nada! Jura por algo que valga, vamos.
—¡¿No tiene compasión?!
—El Imperio no la ha tenido con nosotros —murmuró con voz cargada de repulsión.
Seguidamente, me abofeteó tan fuerte el rostro que por un momento creí perder la conciencia. Los ojos me lagrimearon sin poder evitarlo. Carter se inclinó hacia adelante mientras yo intentaba enderezar el cuello y soltó las palabras con tanta violencia y desprecio que también las sentí lastimarme.
—Puedo pasar todo el día en esto, pero sería una pérdida de tiempo, así que si no hablas juro que voy a dejarte sin uñas y sin dientes.
Y le creía capaz de hacerlo, pero ya no sabía qué soltar para impedirlo. Cualquier cosa que dijera o alegara iba a tomarse como una mentira, y estaba consciente de que no volvería a salir ilesa de aquella situación.
—¡Ya no sé de qué manera decirle la verdad! —grité mientras la sangre y la saliva manaban