Alex Dogboy. Mónica Zak
cuando a uno lo torturan hasta morirse de verdad. Eso es una película snuff.
No alcanzó a decir más porque oyeron pasos afuera de la puerta. Era el gringo George que venía y vio el cuadro roto y cinco rostros asustados. Extrañamente no pareció enojarse, sólo sonrió con sus dientes blancos y parejos.
– Ya veo que la pasan mal, chicos. Sé que es difícil terminar con el pegamento, voy a buscarles unas píldoras. Los van a tranquilizar y a hacerlos sentir mejor.
Volvió con un frasco lleno de píldoras blancas.
Cuando la puerta se cerró detrás de George uno de los niños extendió la mano para agarrar las tabletas, pero el Rata le pegó en la mano.
– No lo hagas. Pueden ser pastillas para dormir. O veneno.
Tomó el frasco, lo destapó, fue al baño y tiró todas las tabletas por el inodoro. Los otros niños dijeron palabrotas, hubieran querido usar las tabletas pero no se atrevieron a impedirle al Rata que las tirara.
Alex no opinaba nada.
Estaba mudo y tenía la cabeza vacía de pensamientos.
– ¿Se sienten mejor ahora?, les preguntó George cuando se sentaron a comer. ¿Tomaron las pastillas?
Los niños asintieron con la cabeza, los cuatro que inhalaban pegamento trataron de evitar mover los pies y las manos para que no se viera lo nerviosos que estaban. Los cuatro se habían sentido muy mal y habían tenido diarrea. Alex era el único de ellos que comía bien.
– Quizás estén somnolientos, dijo George y miraba a los niños que apenas comían.
– Sí, dijo el Rata. Creo que nos acostaremos temprano esta noche.
– Me parece muy bien, dijo George. Mañana vamos a comprar las camisetas de fútbol. Y un reloj de pulsera para cada uno. ¿Les gustaría eso? Pero antes de que se acuesten esta noche quiero que saluden a dos amigos míos. Quieren verlos.
Los niños se bañaron y se peinaron y se vistieron de nuevo. Lupe vino a buscarlos.
Alcanzó a decirles unas palabras mientras caminaban por el largo corredor:
– Ustedes están encerrados. Arriba del muro alrededor de la casa hay alambre de púas electrificado. Si tratan de escalar el muro van a quemarse. Pero cuando Don George se duerma esta noche voy a dejar abierta la puerta de la casa y la puerta del muro. Váyanse. Esta noche. Pero prometan que no van a decir jamás que fui yo la que los ayudé.
No pudo decir nada más porque ya habían llegado a los salones. Había tres hombres sentados en los sillones, George era uno de ellos. Se levantó tan pronto como vio entrar a los muchachos. Lupe volvió a la cocina.
– Aquí están los niños que viven en mi casa. El menor es Alex. Es nuevo en la calle y no ha empezado a inhalar. Al más delgado le dicen el Rata, pero se llama Emilio. Al otro le dicen Manuel Globo. Es su sobrenombre. Pero nosotros no usamos apodos aquí. Decimos sólo Manuel. Los otros dos se llaman José y Walter. Han vivido muchos años en la calle y han inhalado mucho. Es por eso que se les ve tan pálidos e inquietos, es porque están tratando de dejar la droga. Pero son sanos y despiertos. Los tendrían que haber visto jugando al fútbol temprano por la tarde.
Los otros dos hombres no les dieron la mano ni les dijeron hola.
Sólo miraban.
Los examinaban atentamente sin decir una palabra.
– Ahora sí se pueden ir a dormir, dijo el gringo George.
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