Alex Dogboy. Mónica Zak

Alex Dogboy - Mónica Zak


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¿Qué número?, dijo George.

      – Número 10 para mí, dijo Alex rápidamente. Y tiene que decir Pavón.

      Los otros también querían número 10 y Pavón en las camisetas.

      – Las van a tener, dijo George. Las compramos mañana. ¿Pero por qué el número 10? ¿Y quién es Pavón?

      Entonces se dieron cuenta de que George no sólo era extranjero, sino que también era nuevo en el país; nadie que hubiera vivido en Honduras un largo tiempo podía ser tan ignorante. Hablaban todos a la vez.

      – Carlos Pavón es el mejor jugador de fútbol hondureño. Juega con el número 10. Juega en la selección, pero no vive acá. Juega en el exterior.

      Le contaban excitadamente, los ojos brillando de pasión. Como todos los demás niños en Honduras, tenían el sueño secreto de alguna vez convertirse en el nuevo Carlos Pavón.

      Lo extraño era que George parecía indiferente. No parecía interesarle el fútbol. Le hablaron de la Liga italiana, del Inter y de Roma, pero nada de eso parecía interesarle. Y del Real Madrid parecía no haber oído hablar nunca.

      Camino de regreso detuvo el auto afuera de una peluquería y les cortaron el pelo a todos. Ahora estaban realmente transformados. Los cinco estaban limpios, vestidos con ropas modernas y con el pelo muy corto.

      De nuevo en la gran casa blanca se pusieron enseguida a jugar al fútbol. Jugaban en el césped, detrás de la casa. Como no había una cancha de verdad usaban los arbustos como arcos. Pero nadie quería ser el arquero. George los miraba. Lo intentaron convencer de ponerse en el arco pero él parecía no estar interesado en el fútbol.

      – Jueguen ustedes, dijo. Voy a decirle a Lupe que haga algo rico para el almuerzo. Quiero que coman bien.

      Cuando la comida estuvo lista entraron en el comedor cansados y sudorosos, pero muy contentos. George había regresado al centro, pero no importaba. El televisor estaba encendido en uno de los cuartos y pensaron que podían mirar después de la comida.

      Lupe había hecho pupusas salvadoreñas. Unas rellenas de queso, otras con carne picada picante o con frijoles volteados. Alex se comió nueve, después de la novena estaba tan lleno que no se podía ni levantar. Con una expresión alegre en la cara se fue a sentar en uno de los sillones blandos y confortables, en el salón grande. Se puso a ver televisión. Los otros chicos hicieron lo mismo. Entonces vino Lupe. Tomó el control remoto y apagó el televisor.

      – ¿Qué mierda haces?

      – Tengo algo para mostrarles, dijo Lupe, y se sentó en el sofá. Tenía un sobre grande y amarillo en la mano. Sacó un montón de fotografías del sobre y las puso en la mesa.

      Primero unas fotos que mostraban niños tan sucios y desharrapados como habían estado ellos ayer.

      Luego había otras fotografías que mostraban niños que estaban bien vestidos, que tenían el pelo corto, parecían bien alimentados y sonreían en las fotos.

      El Rata y los otros tres niños de la calle examinaron las fotos con atención. Las levantaron, las miraron y las pusieron de nuevo en la mesa.

      – Yo los conozco a todos, dijo el Rata.

      Los otros los conocían también. No sabían bien cómo se llamaban, pero sabían los sobrenombres. Eran el Chino, Corazón, Flaco, Panza y Chillón, estaban delgados y tenían las caras sucias, estaban vestidos con ropa que les quedaba grande.

      – Pero son los mismos que en las otras fotos, dijo el Rata con voz asombrada.

      En el otro montón de fotos los cinco muchachos parecían totalmente transformados.

      – Yo los conocía a todos cuando vivían en la calle, dijo el Rata. Desaparecieron hace un tiempo. Pero eso pasa. Chino era mi amigo. A veces me he preguntado qué ha sido de él. Pero es bastante normal que los niños de la calle desaparezcan. Pensé que se había muerto; no sabía que le había ido tan bien.

      – No le fue bien. Estas son las fotos de los niños que Don George recogió de la calle la otra vez. Vivieron aquí y yo los hice engordar. Cuando parecían sanos y bien nutridos él se los llevó. Los niños desaparecieron.

      – ¿Qué les pasó?, preguntó Alex.

      – Él los vendió, ¿no entienden? Los vendió en el extranjero. Lo mismo va a hacer con ustedes.

illustration ¿Qué hará con nosotros?

      Los gritos se oían a través de las paredes y llegaron al cuarto de Alex. Eran agudos y fuertes y también se oían golpes. Alex se revolvió inquieto, cuando los gritos cesaron tomó uno de los animales de peluche y lo apretó fuertemente, era un oso panda.

      Sabía que el cuarto de al lado era de el Rata.

      Se quedó inmóvil en su cuarto.

      Todo estaba muy silencioso ahora. No oyó más ni gritos ni golpes del cuarto de el Rata. Por último se levantó, fue hacia la puerta y la abrió. El corazón le saltaba. Se quedó parado en el corredor, sin saber qué hacer. ¿Adónde iría? Unos murmullos ahogados adentro del cuarto de el Rata lo atraían como un imán. Abrió la puerta despacio y tomó valor para prepararse para lo que iba a ver.

      El Rata estaba en el centro de la habitación, los otros niños estaban sentados en la cama. George no estaba allí y ningún otro adulto. El Rata tenía en la mano el marco roto de un cuadro, en el piso estaba la imagen, había sido la foto de un auto deportivo, ahora estaba roto. Uno de los chicos tenía la mano sobre el ojo izquierdo.

      – Tú estás loco, murmuró el chico que se tapaba el ojo con la mano. ¿Vas a pelear ahora? Tenemos otras cosas en las que pensar. Tenemos que irnos de aquí.

      – Lo siento, dijo el Rata. Me volví loco. Es la abstinencia. Cuando no inhalo quiero sólo pelear y gritar y romper cosas.

      Uno de los otros muchachos le señaló a Alex un lugar en la cama, Alex se sentó allí también.

      – A nosotros nos pasa lo mismo, dijo otro de los niños. Pero nosotros no nos golpeamos la cabeza en la pared ni rompemos los muebles ni nos peleamos con nuestros amigos. Tú eres una rata de cloaca, una mierda.

      El Rata dejó el marco del cuadro en el escritorio y se sentó en un sillón.

      – ¿Por qué nos va a vender?

      Ahora Alex iba a recibir una lección de todo lo que le podía pasar a un niño de la calle, del precio de la libertad.

      Los niños desaparecen, sin dejar rastro. Es muy común, le contaron los otros niños. No sabía eso.

      – Pero ¿no has visto las fotografías en los periódicos? Pequeñas fotografías que muestran niños: “María Helena, 5 años, desapareció cuando jugaba en la puerta de su casa. César, 4 años, fue secuestrado por una mujer que lo tomó en los brazos y se lo llevó.”

      Pero uno no lee jamás que algún niño sea encontrado.

      – ¿Qué pasa con ellos?

      – Nadie sabe. Quizás los venden a gente que quiere adoptar un niño. Por lo menos consiguen una familia. Otros dicen que los venden para sacarles los órganos. Los venden para sacarles los riñones y las córneas. Pero cuando son niños de la calle los que desaparecen es otra cosa.

      Somos demasiado mayores, nadie nos quiere adoptar. Y nadie quiere usar nuestros órganos porque creen que no somos lo suficientemente sanos, ya que inhalamos pegamento y usamos otras drogas.

      – ¿Pero quién nos quiere comprar entonces?, dijo Alex.

      – Justamente, dijo el Rata. ¿Quién quiere pagar por nosotros? De seguro que es algo peor todavía.

      – Quizás


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