Una vida de mentiras. Charo Vela
notarial que constatase el estado de salud de Emilio y un informe médico. Cumpliendo estos requisitos, la entidad aprobaría la orden y podría entrar a la cuenta para coger o traspasar la cantidad que quisiese. Debía tener paciencia, pues todo este papeleo era lento y tardaría un poco.
Durante los días venideros Carolina se dedicó a solicitar toda la documentación, lo que la ayudó a distraer un poco la mente, misión casi imposible, ya que se estaba volviendo loca de tanto pensar. Estaba como en una nube; le costaba creer que su marido le ocultase tantos detalles. Parecía una novela de misterio. A veces cuando sonaba el teléfono corría pensando que Emilio habría despertado, pero no. Incluso imaginaba que en cualquier momento su marido iba a aparecer por la puerta y que todo este embrollo no era más que una horrible pesadilla instalada solo en su cabeza. Lo que ella no imaginaba era que todavía le quedaban algunas sorpresas por descubrir de su querido Emilio.
Una noche, estando acostada, de pronto recordó que no había revisado el camión. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Como Emilio tuvo el accidente con el coche, no pensó en que quizás encontrase algo allí que le ayudase a entender toda esta historia o alguna pista que la encaminase a la verdad. Él siempre lo aparcaba a las afueras, en un parking grande junto a una gasolinera. Carolina había decidido que tendría que venderlo, ya que, si despertaba y se ponía bien, con total seguridad no iba a poder conducirlo más.
A la mañana siguiente no había colegio, era sábado. Decidió pasar la mañana con los niños e ir por la tarde al hospital. Se levantó temprano, antes de que los niños se despertaran, avisó a Fátima para que estuviese pendiente de ellos y se dirigió hacia el parking. Cogió una copia de las llaves que sabía que Emilio guardaba en un cajón del mueble del salón. Buscó por toda la cabina. Encontró varias facturas de compras y pagos, de cantidades considerables, todas ellas hechas en Cádiz. También una caja de preservativos, que estaba abierta y le faltaban algunos. Esto la hizo suspirar. Como sospechaba, debía de usarlos con otras, pues ella tenía puesto el diu. Sin darse cuenta, su corazón lo defendió y justificó: «Es hombre, tiene sus necesidades y está muchos días fuera de casa. Es lógico que tenga algún desliz para desahogarse, pero nada serio. De eso creo estar segura. Aunque, si he de ser sincera, a estas alturas ya no estoy segura de nada, si bien sé que él me quiere». Su mente con rapidez la contradijo: «Mira que eres inocente. Mucho quererte, pero te engaña y se folla a otras. Y encima eres tan tonta que lo defiendes y lo consientes».
En la cabina interior había un asiento que servía de cama. Notó que la base del mismo no estaba bien encajada. Con un esfuerzo tiró con fuerza y al levantarla vio que dentro había una pequeña mochila. La abrió y su boca se desencajó: estaba llena de billetes. Lo metió todo en el macuto que llevaba y se fue de allí como alma a la que persigue el diablo.
Cuando llegó a su casa, a escondidas de sus hijos, contó el dinero. Había más de cinco mil quinientos euros. En ese instante sintió repulsión. A su cabeza acudió la idea de que fuese dinero sucio. No quería ensuciarse sus manos con dinero procedente de quién sabe qué delito. Se sentía mal. Estuvo vomitando toda la mañana. ¿Se estaba volviendo chiflada? ¿Cómo podía pensar mal de su marido? O, mejor dicho, ¿cómo iba a poder perdonarle tantas cosas?
Esa tarde su hermano vino a verla. Al mirarla supo que había algo más. Era su melliza y la conocía muy bien. No necesitaban hablar; con solo mirarse se entendían. Cuando tuvieron un momento a solas ella le contó lo que había encontrado en el camión.
—Me siento horrible y hundida en un mar de dudas, Lucas. Por un lado, no sé si ese dinero es limpio. Siento repugnancia de imaginar que estuviese metido en algún trapicheo. No quiero ensuciar mis manos con ese dinero. Por otra parte, siento rabia conmigo misma por pensar mal. Te confieso que cada día me siento más furiosa con él, pues no me está dejando otra alternativa.
—Hermana, no te agobies. Tú no estás haciendo nada malo. Es normal que la incertidumbre te haga tambalear. Si hay un culpable, es tu marido con tantos tapujos y mentiras. Lo que está claro es que ese dinero, venga de donde venga, no lo vas a tirar. Piensa que es el precio por haberte tenido engañada. ¡Joder con el cabrón de Emilio!
—¿De qué será tanto dinero? Al principio pensé que a lo mejor era algún pago de la mercancía y que lo tendría escondido en el camión hasta llevarlo a la empresa. No obstante, la empresa no me ha pedido ni preguntado nada.
—No, hermana. Yo creo que ese dinero es de Emilio y lo tenía escondido. Él sabrá por qué.
—No sé qué pensar después de tantas mentiras. ¿Y si está metido en algún lío? Lucas, ¿será dinero falso? —Este cogió un puñado y lo examinó bien.
—No, son verdaderos. No sabremos de dónde ha salido este dinero hasta que él nos lo cuente. Mi consejo es que lo uses para viajar con tus hijos. Mira, Iván lleva dos años pidiéndote que lo lleves a Disneyland. Pues ya no tienes excusas. Los niños te lo van a agradecer toda la vida. Puede ser un buen regalo de cumpleaños o de Navidad. Eso es lo que yo haría.
Se quedó pensativa, pero no dijo nada. No estaba de ánimos para viajes. Guardó el dinero y no comentó nada a sus amigas. En el fondo le dolía que ellas pensasen mal de Emilio y, aunque todas las pistas iban en su contra, no sabía bien de qué culparlo, salvo de no ser sincero. A veces no sabía si el cariño que le profesaba la tenía ciega o, en realidad, no era tan buena persona como creía por desconfiar de él, y más en el estado en que este se encontraba.
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