Una vida de mentiras. Charo Vela

Una vida de mentiras - Charo Vela


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un poco a ver si se recupera». Así que ella lo visitaba cada día un rato y se sentaba a su lado. Algunos días le contaba cosas por si escuchaba algo o simplemente se ponía a leer para entretenerse.

      Los familiares, amigos y compañeros de su marido la llamaban para interesarse por su salud. Ninguno, salvo su hermano, sabía la pura verdad. Carolina no se lo había contado a nadie. Ni incluso a la familia de Emilio, que, tras volver a Valencia, no había vuelto a Jerez. ¿Para qué crear dudas y habladurías entre la gente? Además, ¿qué les iba a contar? Si ella misma estaba ajena a toda esta historia. Ojalá que Emilio despertarse pronto de su letargo y se lo contase todo. Algún día de estos se desahogaría con sus amigas para aliviar esa fuerte presión que le oprimía el alma y no la dejaba respirar con tranquilidad.

      Siguen las sorpresas

      «Hacen falta muchas horas para levantar un castillo de naipes y solo un segundo, un leve soplo de aire, un descuido, para derribarlo».

      Los días siguientes pasaron con el desánimo impreso en el semblante de Carolina. A los pocos días de estar en Jerez le habían dado la baja médica, pues su estado de ánimo estaba bajo mínimos. También había bajado de peso, ya que comía y dormía poco. Todos estaban preocupados por ella. Ahora, en Madrid, la situación seguía casi igual. Solo cambiaba que dormía en su casa y tenía a sus hijos y familia cerca. Sin embargo, dormir cada noche en su cama sabiendo que a pocos kilómetros estaba Emilio en coma la martirizaba bastante.

      Su amiga Maribel fue a visitarla. Había acudido varias tardes en ese mes a hacerle compañía. Maribel llevaba doce años casada, pero no tenía hijos. Le encantaban los niños y adoraba a Iván y Nerea. Llevó unos pastelitos para merendar. Fátima también estaba allí. Estos últimos días pasaba muchas horas con Carolina y los niños. Tenía un centro de estética y de rayos láser con una socia, por lo que podía faltar sin problema. Últimamente solo acudía a ratos. En estos momentos su tata, como ella la llamaba, la necesitaba más que nunca.

      Fátima era cinco años menor que Carolina. Era una chica encantadora, morena, de pelo corto y ojos marrones, de estatura media, de carácter alegre y con algunos kilos de más que la tenían algo acomplejada. Estaba muy agradecida a Carolina. Eran vecinas de la misma planta. Cuando Carolina se compró el piso, Fátima vivía con su madre. Al poco tiempo su madre enfermó de alzhéimer. Ella la cuidaba sola, pues era hija única. Su madre era separada y su familia vivía en un pueblecito a unos cien kilómetros de Madrid. Fátima no tenía contacto con su padre. Un día su madre empezó a tener lagunas mentales. Hacía diez años de eso. Su padre se marchó de casa y las dejó solas. Se fue con otra y no volvieron a saber nada más de él. Fátima no quería verlo ni en pintura, así que cuando su madre empeoró no tenía a nadie cerca, salvo a su querida vecina Carolina, que le dio todo su apoyo. Esta la consoló, la ayudó y la acompañó en los peores momentos. Era la hermana mayor que no tuvo y que Dios puso en su camino. Ahora le tocaba a ella estar al lado de su tata y ayudarla con los niños, a los que adoraba. Eran sus sobrinos. No tenía novio; vivía sola. Había tenido dos relaciones que no fueron lo que esperaba. No tenía suerte en el amor. Siempre se encaprichaba de los chicos que ni siquiera se fijaban en ella y los que se le acercaban no le gustaban. Se dedicó de lleno a su trabajo y a cuidar de su pobre madre enferma. Tras morir esta, alguna vez salía de marcha con alguna amiga. Sin embargo, no le gustaba mucho el ambiente nocturno. «Hay mucho pescador suelto, tata, con ganas de hincarte el arpón a la primera oportunidad y yo paso de rollos de una noche con desconocidos», le confesaba a Carolina, que sonreía con sus comentarios.

      —Cualquier día llamo al programa ese de la tele para buscarte pareja —le había dicho Carolina unos meses antes.

      —Calla, calla. Ni se te ocurra, que me da algo como sea feo, enano o calvo. ¿Cómo le dices que no en directo? ¡Qué vergüenza! Oye, que podrá ser muy buena persona, no digo que no, pero no es el tipo de hombre que me gusta. Es que soy un poco exigente —contestaba con una risa maliciosa y poniendo cara de espanto.

      —El hombre que se case contigo se llevará un diamante muy valioso. —Ja, ja, ja. Y sin pulir. —Y las dos terminaban riendo a carcajadas—. ¡Uy, tata! ¡A este ritmo me quedo solterona toda la vida!

      Hacía un par de meses que Fátima se había apuntado al gimnasio. Iba tres veces por semana. Había bajado unos kilos, se había teñido de pelirroja y estaba muy favorecida. «Mira, soy un bombón de frambuesa. A ver a qué machote le gusta el dulce y me prueba. Eso sí, busco un paladar exquisito. Tengo pleno derecho de ser yo quien escoja», le comentaba a Carolina, que reía con sus ocurrencias.

      Quién les iba a decir que meses después iban a estar sentadas las tres para hablar de Emilio. Se habían preparado unas infusiones y en el centro de la mesa habían puesto el plato de minipastelitos que había traído Maribel.

      —Amiga, tienes que animarte. No puedes seguir todo el día metida en el hospital, sin salir, sin trabajar, sin ilusión por nada. —Maribel miraba apenada a Carolina. Llevaba un mes sumida en una depresión—. Comprendo que es muy duro y que lo amas; sin embargo, debes pensar en tus hijos. Ellos sufren viéndote en este estado de amargura y apatía.

      —Lo sé, Maribel, pero no tengo ganas de nada. Es como si mi vida se hubiese desplomado bajo mis pies, dejándome desprotegida y vulnerable. Aunque nos vemos poco, tú sabes que Emilio es el hombre de mi vida.

      —Carolina, piensa que la situación que tienes ahora mismo es complicada. Debes quedarte con lo bueno de vuestros años juntos. Piensa que él no te querrá ver así cuando despierte. Emilio quiere lo mejor para ti —la animó su amiga.

      —La verdad es que a estas alturas ya no sé en realidad qué quiere o qué piensa —confesó abatida. Fátima la miró frunciendo el ceño. Notó como Maribel la miraba también sorprendida. En su cara adivinaron que había algo más que ellas ignoraban.

      —Amiga, ¿hay algo que no nos cuentas? Aparte del dolor, todos estos días te he notado atormentada y tengo la intuición que hay algo más —le cuestionó Maribel preocupada.

      —Tata, espera, no digas ni mu hasta que vuelva. Me voy a llevar a los niños a mi piso un rato para que jueguen allí y así podamos hablar tranquilas. Tienes que contarnos qué te agobia. Y no me digas que nada, que te conozco muy bien y llevo días observándote.

      Carolina quedó pensativa unos minutos, en los que dudó si hablar o callar para siempre. Sin embargo, las dudas la estaban trastornando. Asintió con la cabeza y, tras volver Fátima, suspiró y les contó toda la historia. Ambas la escucharon atentas y no terminaban de entender por qué el encantador Emilio había engañado a su amiga. ¿Cómo no le dijo a qué iba a Cádiz y que estaba de vacaciones? No daban crédito a lo que escuchaban. Cierto era que el matrimonio se veía poco; no obstante, cuando estaban juntos se les veía bien avenidos.

      —Joder, tata, me has dejado de piedra. Pero ¿no has investigado qué hacía allí? ¿No recuerdas que te dijese algo, algún dato?

      —Le he dado mil vueltas y nada de nada. Para mí que estaba en Asturias. Él me dijo que dormiría en Oviedo. En Jerez la Guardia Civil no me contó nada que me ayude a saber algo más. Solo sé que el accidente fue sobre las doce de la noche en la carretera de Ronda a Jerez. Yo no sabría por dónde empezar a indagar.

      —¿Has buscado entre sus cosas del camión? Papeles, contratos… Tiene que haber alguna pista que, tirando del hilo, te ayude a saber qué se traía entre manos —le cuestionó Maribel, que no asimilaba del todo lo que había escuchado. Conocía a Emilio desde hacía años y lo consideraba un buen hombre—. Tú siempre has sido muy intuitiva. ¿Qué te dice tu instinto?

      —No he tenido ni ganas ni valor para investigar. Me da miedo lo que pueda descubrir. Tengo un mal presentimiento.

      —Es un riesgo que debes correr. ¿Y si no despierta en años? No puedes quedarte toda la vida con la intriga. Debes intentarlo al menos. Si me necesitas, para lo que sea, cuenta conmigo. —Maribel se acercó a ella y la abrazó. Estaba muy afectada.

      —¿Y en su teléfono? ¿No has mirado? —preguntó


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