Una vida de mentiras. Charo Vela
con los alumnos para conocer los alrededores. Ya de vuelta, los profesores organizaron junto con Piero las rutas y visitas que harían los días siguientes.
Estuvieron toda la semana visitando el Duomo, el Castello Sforzesco, la Galería Vittorio Emanuelle, el Cementerio Monumentale, la piazza Garibaldi, el parque Sempione y muchas cosas más. Comenzaban las excursiones en el desayuno y no paraban hasta la cena. Carolina parecía una jovencita descubriendo mundo. Estaba fascinada con todo lo que contemplaba y no dejaba de preguntarle a Piero sobre la historia de cada lugar que visitaban. Un día fueron de excursión al lago de Como, donde pasearon en barco y disfrutaron de los Alpes suizos al fondo. Los alumnos se lo estaban pasando bien, aprendiendo un poco de italiano y hartándose de pizza, helados y pasta fresca.
Carolina parecía estar en un sueño. Disfrutó emocionada del cuadrilátero de la moda, de la gran variedad de tranvías que recorrían la ciudad y de todo cuanto iba conociendo. Todo lo que estaban viendo era precioso. Algún día tenía que volver con Emilio y los niños. A ella le fascinaba la historia y aprendió mucho de los lugares más emblemáticos de la ciudad gracias a las explicaciones de Piero. Él pasaba mucho tiempo junto a Carolina, orgulloso y contento del interés que mostraba. Le contó todos los detalles de cada lugar y los secretos más recónditos de Milán.
Un día, antes de volver a Madrid, cuando estaban almorzando en una pizzería famosa de Milán, los alumnos al unísono le cantaron cumpleaños feliz a Carolina y le entregaron un regalo. Era un recuerdo del Duomo y un bolso precioso de la Galería Vittorio. Ella, sonriendo, les dio las gracias emocionada. Piero le comentó:
—Signorina Carol, observo felice que le agrada molto mi ciudad —le manifestó Piero, contento y orgulloso de ser su guía particular.
—Sí, Piero, me ha encantado. Es una ciudad muy completa. La parte histórica es preciosa, la moderna es impresionante y el lago de Como, de ensueño. Si Dios quiere, tengo que volver y traer a mis hijos.
—Bueno, mi bella signorina, como hoy es tu cumpleaños he organizado todo para llevarte esta noche a tomar aperitivos a los canales de Navigli y he conseguido dos entradas para el Teatro alla Scala. No puedes irte sin conocer ambas maravillas.
—¡Ay, Piero, me encantaría, mas no puedo! Debo cuidar de los alumnos.
—Carolina, tranquila. De ellos nos encargamos nosotros —le informó Maribel, que estaba sentada a su lado y había escuchado toda la conversación—. Es nuestro regalo de cumpleaños. Pero como a estas fieras no podemos dejarlas solas, Piero se ha ofrecido encantado a acompañarte. Alfredo y yo nos quedamos de niñeros.
—¡Ay, no sé qué decir! ¡Todo esto es un sueño para mí! —Emocionada, miró a su amiga y a Alfredo—. Gracias, os debo una.
—Tú disfruta, cariño, que te lo mereces. No siempre se puede celebrar un cumple en Milán —le dijo Maribel, dándole dos besos—. ¡Venga, a divertirte y vivir la noche milanesa!
—Entonces todo perfecto. A las seis de la tarde tienes que estar preparada, que paso a recogerte. —Ella sonreía nerviosa y Piero la miró a los ojos—. Voy a intentar que sea una velada inolvidable.
A las seis Carolina estaba lista. Se había puesto un vestido fucsia sin mangas, con flores bordadas, y unas sandalias de medio tacón. Estaba guapa, elegante y con un brillo de emoción en la mirada como hacía años no tenía. Recordó que llevaba siglos sin salir de noche.
En esos días apenas había podido hablar con su marido, solo en un par de ocasiones. El resto daba sin línea. Ese día aún no la había llamado para felicitarla. «Deberá de estar en las montañas, como otras veces, y no tiene cobertura. Seguramente, estará sufriendo por no poder llamarme y felicitarme», imaginaba Carolina, disculpándolo.
Piero la recogió puntual. Venía muy guapo, con un traje de chaqueta gris, una camisa blanca un poco abierta y sin corbata. El pelo lo llevaba suelto, con la melena rizada, que le llegaba por los hombros. Estaba muy atractivo. Era un joven fascinante. Se fueron directos al teatro. Pese a que la ópera era en italiano, las voces eran maravillosas y Carolina disfrutó muchísimo del espectáculo. Él le susurraba al oído algunas frases que no entendía de la obra. Al salir cogieron un taxi, que los llevó a los canales Navigli. Allí había cientos de bares donde pagabas un cóctel y comías todo tipo de aperitivos y postres. Piero no la dejó pagar nada; era su invitada. Estuvo encantador. La mimó y la hacía reír con su mezcla de italiano-español y ese acento tan característico. Le propuso un brindis por su cumple y ella aceptó.
—Piero, los cócteles están riquísimos, pero se me están subiendo a la cabeza —confesó Carolina tras haber tomado cuatro y sentirse animada—. Vamos a tener que irnos ya o no voy a encontrar mi habitación.
—Ja, ja, ja. No te preocupes, mi bella Carol. Yo te llevo en brazos si hace falta. —Rompieron en risas. Los dos estaban contentitos por el alcohol. Ella, debido a eso, tenía las mejillas sonrojadas. Estaba radiante. La penetrante mirada de los iris grises la inquietaba, pues Piero no le quitaba ojo—. La noche está preciosa y tienes que vivirla. ¡Disfruta tu última velada en Milán!
—Todo esto es una maravilla. Me siento muy feliz de haber venido. Nunca olvidaré este fantástico viaje. Me lo estoy pasando genial. Gracias, Piero.
—Gracias a ti, Carol. Eres una mujer muy especial. —La agarró de la mano y tiró de ella hacia fuera.
Estuvieron un par de horas paseando por la orilla de los canales. También escucharon música en un pub e incluso bailaron un par de canciones. Carolina se encontraba dichosa. Era de los mejores cumpleaños que había tenido. Pensó en Emilio y sus hijos, en no poder tenerlos a su lado. Se apenó un poco, pero apartó los pensamientos de su cabeza. «Siempre me dedico a ellos. Esta es una oportunidad que me ha dado la vida y la tengo que saborear. Yo no hago nada malo ni le estoy faltando al respeto a nadie, solo divirtiéndome un rato», pensó, y siguió riendo y disfrutando del poco tiempo que le quedaba en la ciudad.
Ya de madrugada, Piero la acompañó hasta su habitación. La llevaba agarrada, pues se tambaleaba un poco. Él también había bebido más de lo que acostumbraba. Ella en el pasillo, frente a su puerta, se tropezó con la alfombra y estuvo a punto de caer. Piero con rapidez la sujetó entre sus brazos, quedando frente a frente, muy cerca el uno del otro. Se quedaron con la mirada prendida unos segundos. Carolina parecía hipnotizada por los ojos grises de Piero. Sin pensarlo dos veces, el italiano hizo lo que llevaba toda la noche ansiando. Se acercó, recorrió la poca distancia que los separaba y la besó en los labios con pasión. Ella se quedó inmóvil; él la abrazó y saboreó sus labios con dulzura y ansia. Hubo un instante en que Carolina, por el efecto del alcohol ingerido o porque el perfume y la compañía de Piero la embargaban, cerró los ojos y se dejó llevar. Bebió de sus jugosos labios, sintió la potente excitación de Piero y correspondió a sus besos. No sabía si habían pasado segundos o minutos cuando con gran esfuerzo se separó de él.
—En estos días he descubierto en ti a una linda mujer. Carol, me gustas mucho. Eres bellísima… —Ella puso un dedo en sus labios, pidiéndole silencio.
—Piero, hemos bebido más de la cuenta. Gracias por esta estupenda e inolvidable noche. Tenemos que descansar, que es tarde. Molte grazie, Piero. Buonanotte. Hasta mañana. —Con rapidez le dio un beso en la mejilla. Se volvió y entró en su dormitorio, dejándolo en el pasillo, contento y excitado. Maribel estaba dormida. En silencio se dirigió al baño y se tocó los labios. ¡Dios mío! ¿Cómo había dejado que la besase? ¿Cómo había consentido y saboreado sus besos?
Durmió poco y mal. Se sentía rara, pues en el fondo le había gustado la forma de besarla y sentirse deseada, aunque no lo quería reconocer. Por otro lado, se sentía mal por Emilio. Ella lo quería, era su hombre y no estaba bien que se besase con otro. Llegó a la conclusión de que todo había sido fruto de los cócteles ingeridos.
Al mediodía Piero vino a almorzar con ellos y a acompañarlos al aeropuerto. Él no dejó de mirarla; los ojos grises tenían un fulgor especial. Buscaba poder hablar con ella a solas, mas siempre había alguien alrededor. Un instante después tuvo