Una vida de mentiras. Charo Vela
dormía. Tuvo que darle dos valerianas la noche antes, pues la tristeza y apatía que sentía no la dejaban conciliar el sueño. Se vistió en silencio y salió a correr. Necesitaba relajar los nervios. También lo estaba pasando mal por su cuñado y por su hermana.
Cuando Carolina despertó vio que Lucas no estaba. Se fue al baño y al salir de la ducha sonó su teléfono. Era del hospital. Le informaban de que Emilio, pese a llevar días luchado por sobrevivir, había empeorado. El médico le comunicó que seguramente no viviría más de unas horas. Las hemorragias internas y las infecciones estaban ganando la horrible lucha que se ejecutaba en su interior y no podían hacer nada para detenerlo.
Carolina se fue resbalando sobre la pared hasta quedar sentada en el suelo, sin hablar ni hacer nada. Bloqueada y ausente. Sintió que algo dentro de ella se desgarraba. En un par de días se le estaba desplomando el castillo de naipes de su estable, organizada y feliz vida. Había necesitado quince años para levantarla y se desmoronaba ante sus ojos en un solo instante, sin ella ser muy consciente de ello ni poder remediarlo.
Cuando Lucas volvió se la encontró sentada en el suelo, rota de dolor. Se sentó a su lado e intentó consolarla. Lloraron juntos durante un buen rato. Carolina estaba destrozada. Le dio un relajante, un vaso de tila y la acompañó a la cama. No podía ni tenerse en pie. De pronto su cuerpo percibió el cansancio y el dolor de esos días.
Carolina intentó poner en orden sus pensamientos: «Si mi Emilio muere, me quedo sola y mis hijos se criarán sin su padre. ¡Santo cielo! ¿Por qué, con lo joven que es?». Las lágrimas sigilosas surcaban sus mejillas como un velero en alta mar, silenciosas e incontroladas. «¿Qué voy a hacer sin ti?». Y volvió a cerrar los ojos, inundados en llanto. «¿Qué hacías aquí, Emilio? ¿Por qué me lo has ocultado?». Después de un buen rato, rendida por el abatimiento y el desconsuelo que anidaban en su alma, se quedó dormida sin darse ni cuenta en los brazos de su hermano.
Se despertó sobresaltada. Miró la hora; eran las doce. Había dormido casi una hora. Se levantó con pereza. Parecía un autómata. Era como si algo dentro de su ser se hubiese roto, averiado o quizás muerto para siempre. Sus suegros habían salido temprano hacia el hospital. Cuando llegó se los encontró muy apenados. El médico no les daba ninguna esperanza. Había que asimilar lo peor y prepararse para la triste pérdida de Emilio.
El ánimo de ellos era gris y lluvioso como el clima exterior, que esa mañana había amanecido con el cielo cubierto y tormentoso. El día pasó sin que les avisasen del fatal desenlace. Las horas pasaban lentas y los ojos de los cuatro no se apartaban de la puerta que daba paso a la UCI, temiendo que cada vez que se abría fuese para anunciarles el final de Emilio. Ya de madrugada decidieron ir a ducharse y descansar un rato. Al fin y al cabo, ellos nada podían hacer.
El día siguiente pasó en la misma tesitura. Cada vez que se abría la puerta los músculos de los cuatro se tensaban; no obstante, las noticias no eran para ellos, lo cual les daba un leve respiro. Eso imaginaba Carolina que a lo mejor era buena señal. ¿Se estaría recuperando contra todo pronóstico?
Al tercer día, el doctor los reunió en su despacho:
—Tengo que informarles de que, aunque parece increíble, los niveles se han estabilizado por el momento. Ayer le volvimos a poner una transfusión y parece que se ha normalizado. Sigue en coma, pero la infección ha remitido un poco. Está demostrando ser más fuerte de lo que imaginábamos. Si creéis en los milagros, este parece uno de ellos.
—Entonces, doctor, ¿hay esperanzas de que pueda mejorar y salir del coma? —le cuestionó Carolina con un halo de optimismo.
—No puedo asegurarle ni prometerle nada. Estudiando los daños y lesiones, le puedo asegurar que la mayoría no hubiese sobrevivido más que unas horas, si bien su marido está luchando y dando pequeños pasos. Esperemos que no sea solo una quimera. Les noto cansados; deberían turnarse y descansar. Los días aquí son muy largos y con la incertidumbre mucho más. Mañana hace una semana del accidente. No puedo asegurar que esté fuera de peligro, pero va por buen camino. Si no hay complicaciones puede que salga de esta. —Se miraron esperanzados de que Dios los escuchara y se mejorase.
Dos días después la situación era algo más estable. Seguía en cuidados intensivos, mas, dentro de la gravedad, sus órganos lesionados estaban reaccionando despacio pero positivamente.
A mediados de esa semana, tras informarles el médico de que estaba más estable, Lucas y los padres de Emilio se marcharon. Lucas tuvo que volver a Madrid un par de días para organizar el trabajo. Solucionaría algunos asuntos y luego volvería a acompañar a su hermana.
El doctor les había indicado que los estados de coma son impredecibles. No se sabe cuándo o cómo despiertan de ese letargo. La madre de Emilio estaba enferma y tenía cita para unas pruebas importantes en su ciudad. Como su hijo estaba casi fuera de peligro, ella y su marido decidieron volver a Valencia. Quedaron con Carolina en que si empeoraba ellos vendrían de inmediato.
Carolina le aconsejó a su hermano que no viniese, pues no se sabía cuántos días iba a estar así. Él tenía que trabajar y ayudar a sus padres a cuidar de sus hijos.
Los días fueron pasando y una semana después de quedarse sola pasaron a Emilio a una habitación de planta. Como Carolina no tenía familia en Cádiz y el gasto diario en un hostal era considerable, pusieron a Emilio en una habitación individual con un sofá cama para ella. Uno de los días que el médico lo visitaba, Carolina le sugirió que no podía seguir mucho tiempo allí, pues tenía a sus hijos y su trabajo abandonados. Se alegraba de la estabilidad de la salud de su marido, pero no le especificaban pautas ni tiempos y, claro, no podía seguir tantos días fuera.
El doctor le informó de que, aunque la gravedad del paciente había remitido, había daños importantes que debían ser tratados y controlados en un hospital. La alimentación se le seguía dando por vía intravenosa y debía seguir con las sondas vesicales puestas y los controles diarios de los órganos vitales dañados, como con el tratamiento en vena y la ayuda de respiración artificial.
—Carolina, no sabría decirle cuántos días o meses va a estar Emilio en esta situación. Incluso hay casos en que ni siquiera despiertan. En el estado en que está su marido es imposible que lo pueda tener en casa. La evolución ha sido increíble, contra todo pronóstico. Ha demostrado ser un hombre fuerte, si bien hay daños irreversibles y no va a volver a tener una vida normal como tenía antes. Debe tener paciencia, pues pasarán los días y no verá ninguna mejoría. Estos procesos suelen ser muy lentos. —Carolina se movió inquieta y una lágrima se deslizó por sus mejillas—. Yo le aconsejo que usted vuelva a su vida normal con sus hijos, su trabajo y vaya a visitarlo cuando tenga un rato. No se siente día a día a esperar. Es injusto para usted, además de desesperante. Con seguridad ni siquiera sabrá que usted está a su lado y no puede hacer nada por acelerar su mejoría. En estos casos ni nosotros mismos podemos. No puedo darle falsas esperanzas. Debe preocuparse por usted y sus hijos. De él nos encargamos nosotros.
Lo hablaron durante un rato y tomaron una decisión. Y así fue como, una semana más tarde, tras firmar decenas de papeles, Carolina volvía en el tren a Madrid, con el alma rota y triste, mientras una ambulancia, una uvi móvil, trasladaba a su marido a un hospital de Madrid. Una unidad de cuidados paliativos lo esperaba para seguir atendiéndolo el tiempo que lo necesitase.
Cuando llegaron a la capital todo estaba dispuesto para su ingreso y cuidados. Sin embargo, ella sentía un gran vacío y se encontraba muy sola sin él, pues, aunque lo tenía vivo, era angustioso verlo siempre dormido. Había perdido bastante peso, estaba muy demacrado. En menos de un mes parecía haber envejecido años. No era ni por asomo el hombre que ella conoció. Ni por dentro ni por fuera. «¿Cómo ha cambiado todo en menos de un mes?», pensaba Carolina en silencio mientras lo miraba, ya instalado en el nuevo hospital. Lo habían puesto en una sala grande en cuyo centro había mesas de controles y enfermería y alrededor, varios habitáculos abiertos con camas para los enfermos. Eran casos de lenta mejoría, que debían estar controlados las veinticuatro horas del día. Sus familiares podían visitarlos, pero los liberaban de pasar malas noches, ya que eran enfermedades muy largas.
Días después Carolina