Una vida de mentiras. Charo Vela

Una vida de mentiras - Charo Vela


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me está desquiciando.

      Tras esta frase cambió de tema y ambas entendieron que no le apetecía seguir hablando del asunto. Entendían lo dolorosa que debía de ser para ella toda esta incertidumbre. ¡Vaya con Emilio! ¡Jamás lo hubiesen imaginado!

      Maribel era dos años mayor que Carolina. Era bajita, delgada, tenía el pelo oscuro y lacio, la melena le llegaba a media espalda. Llevaba casada con Jorge, su marido, doce años. No habían tenido hijos. Los primeros años de matrimonio lo pasó mal, deseando ser mamá. Se hicieron multitud de pruebas y dieron como resultado que el esperma de Jorge era débil y no lograba fecundarla. Tras esto se relajaron y decidieron disfrutar de la vida. Viajaban mucho y salían a divertirse. Jorge trabajaba en un banco. Eran una pareja estable y estaban bien económicamente. Ahora Maribel se estaba tratando para hacerse la inseminación in vitro. Lo intentarían con el esperma de él y si no daba resultados, pues sería de un donante. Lo intentarían en tres ocasiones. La primera fue hacía seis meses; había fallado. La segunda vez que se inseminó fue hacía un mes. Estaban a la espera de saber qué ocurría. Debía intentarlo antes de que cumpliese los cuarenta años. A partir de esa edad no era recomendable. Era una mujer cariñosa y le encantaban los niños. A Iván y Nerea los consideraba como sobrinos. Años atrás, cuando Emilio estaba más tiempo en casa, algunas veces habían salido a cenar y tomar unas copas los cuatro. Se divertían y pasaban una velada agradable. Maribel era la pequeña de cuatro hermanos. Todos vivían en un pueblo de Toledo. Ella se trasladó a Madrid para terminar la carrera y en ese tiempo conoció a Jorge y ya se quedó a vivir en la capital. Su noviazgo duró poco; al año se casaron. Meses después se presentó a las oposiciones para coger plaza en un colegio privado y las aprobó. Desde entonces seguía trabajando allí de profesora de primaria. Allí conoció a Carolina y desde el principio se hicieron amigas.

      Los días seguían pasando y el ánimo de Carolina no mejoraba. Llevaba a los niños al colegio, preparaba la comida, el piso y se marchaba al hospital a ver a su marido. Se sentaba a su lado, se llevaba un libro y se ponía a leer el rato que lo acompañaba. Al mediodía recogía a los niños del colegio y volvían al piso. Por las tardes acompañaba a sus hijos a los talleres o les ayudaba con los deberes. Esa comenzó a ser su rutina diaria. Todos los días iguales y con la única esperanza de que la llamasen para avisarle de que su Emilio había abierto los ojos.

      En un par de ocasiones la empresa de Emilio la había avisado de que, cuando pudiese, debía acudir para firmar la nómina de su marido y los papeles del seguro. Como estaba tan deprimida había dejado pasar el tiempo. No obstante, ya no podía demorarlo más, así que decidió que a la mañana siguiente iría a la oficina antes de ir al hospital. Le pidió a Lucas que la acompañara.

      Los hicieron pasar al despacho del director, que saludó a Carolina con efusividad y los invitó a tomar asiento.

      —¡Qué lástima de Emilio! ¡Qué golpe tan grande! —Carolina pensó que él no tenía ni idea del palo que se había llevado ella al descubrir que Emilio tenía secretos—. ¡Dios mío, qué injusto! Con lo joven que es y en estado vegetativo.

      —Sí, estamos destrozados. En un instante se te desmorona la vida que llevabas y la persona con la que compartías tu existencia no sabes si va a despertar. Cuesta bastante aceptarlo.

      La secretaria entró con una carpeta con documentos y el director le informó:

      —Aquí tenemos las liquidaciones de septiembre y octubre para que las firme y poder pasárselas a las cuentas que Emilio nos dio. También está el seguro de vida que la empresa le hizo al contratarlo. No es mucho lo que dan por accidente, pero en algo les puede ayudar.

      La secretaria le entregó las nóminas, Carolina las firmó y le dijeron que en un par de días el dinero estaría disponible en la cuenta. Luego la secretaria le presentó otra liquidación de las horas extras casi de la misma cantidad. Esta se la pagarían, como siempre, en la otra cuenta. Carolina miró el número de cuenta y la entidad extrañada, ya que ella no la conocía. Les preguntó, sorprendida:

      —Disculpe, ¿este número de cuenta se lo dio mi marido? —No sabía cómo contarle que solo tenían una cuenta sin quedar como una imbécil, así que mintió—. Él es quien se ocupaba de los bancos y no recuerdo esta cuenta. Estoy todavía un poco perdida con todo el papeleo.

      —Sí, hace unos años nos la pasó para que le dividiésemos la nómina entre las dos cuentas. —Carolina se estaba quedando de piedra. ¿Que su marido dividía la nómina en dos cuentas? ¿Para qué? Intentó disimular; cada vez entendía menos. La palidez de su rostro no pasó desapercibida para su hermano—. Desde que cogió la exclusividad de Andalucía cobraba más y decidió dividirla. —Otra sorpresa: ¿exclusividad desde cuándo?

      —Entiendo. Sí, a él le fascina el sur. —No sabía qué decir ni cómo preguntar las dudas que anidaban en su ser sin levantar sospechas—. Últimamente ha viajado menos al norte, ¿no?

      —Sí. Como sabe, desde hace más de tres años su marido solo se encarga de los transportes a las tiendas de Cádiz, Sevilla, Huelva y Málaga. «El norte no me gusta, se lo dejo a mis compañeros. A mí dadme el sur con su buen tiempo, sus gentes, sus comidas y su arte», nos comentaba siempre.

      —Claro, sí, es cierto —titubeó. No sabía qué decir. ¿Que solo viajaba al sur? Otra noticia nueva para ella. ¿Hablaban del mismo Emilio? Disimuló como pudo—. ¿Podría, por favor, pasarme todo el pago a la cuenta de la nómina? Hasta que lo organice todo. —Mañana tendría que acudir al banco e investigar lo de la otra cuenta.

      Tras entregarle toda la documentación e informarle de que mientras estuviese de baja médica sería la seguridad social quien le pagaría su paga mensual, se despidieron. Ya en la calle, Lucas no pudo callar por más tiempo.

      —Hermana, ¿tú sabías lo de la otra cuenta y la exclusividad de Andalucía?

      —No. Es más, la noche anterior al accidente yo lo hacía en Asturias, como cientos de veces me había dicho. Si no iba desde hace años al norte, ¿cómo me ha detallado tan bien las ciudades y pueblos de allí que visitaba? Y lo de la cuenta, ni remota idea. Yo siempre creí que ganaba lo que le ingresaban en la cuenta conjunta. Incluso varias veces le comenté que ganaba poco para todo lo que trabajaba y él se molestaba por mis comentarios. ¿Entonces qué hacía con el dinero de la otra cuenta? —Se sentó en un banco, le temblaban las piernas—. No entiendo nada, cada vez estoy más perdida. Me decía que tenía que trabajar muchas horas porque ganaba poco. ¡Lucas, santo cielo! Ganaba el doble de lo que me contaba. ¡Me ha estado engañando durante años! ¿En qué anda metido este hombre?

      —A lo mejor está ahorrando para dejar el camión y quería darte la sorpresa. O para llevarte a un crucero como tú quieres.

      —¿Tú crees? No sé, todo esto me da mala espina. Lucas, no quiero pensar mal de él, pero no me está dejando muchas alternativas.

      —Sea como sea, es todo un misterio y está claro que Emilio no es el transparente hombre que creíamos o nos hacía creer. Jamás imaginé que mi cuñado tuviese tantos secretos. —Carolina sollozaba en silencio. No se merecía todo lo que le estaba pasando—. Tienes que tomarte esto con calma. No puedes caer enferma, los niños te necesitan. Tienes que averiguar qué hay en esa cuenta.

      —Lucas, estoy pensando que a lo mejor por todo esto era por lo que lo notaba inquieto y malhumorado en los últimos años. Yo lo achacaba a trabajar mucho y descansar poco.

      —Seguramente, hermana. Ahora todo son suposiciones. —Lucas no dejaba de pensar qué se traía entre manos su cuñado.

      Esa tarde Carolina fue a visitar a su marido. Al tenerlo frente a ella no pudo contener por más tiempo la rabia que sentía en su interior:

      —¡Maldita sea, Emilio! ¿¡Hasta cuándo vas a seguir dormido para no darme explicaciones!? Me he portado muy bien contigo, no me merezco esta incertidumbre. ¡Joder, no seas cobarde y da la cara! ¿Qué será lo siguiente? —le reñía molesta, alzando un poco la voz. Estaba de pie, a su lado y dándole en el brazo como para que le prestase atención—. Puedo ser buena, pero no tonta, ¿te enteras? Y tantos secretos


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