Una vida de mentiras. Charo Vela

Una vida de mentiras - Charo Vela


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      A mediodía llegaron los padres de Emilio. Habían venido en coche y tuvieron que hacer noche por el camino, pues estaba lloviendo mucho y se habían encontrado carreteras cortadas. Los pobres quedaron desolados al constatar con el doctor la gravedad de su hijo. Carolina tenía poca relación con ellos, si bien era cordial. Solo se veían unos días en verano y alguna Nochebuena, pero en estos quince años los encuentros podían contarse con los dedos de una mano. Ellos tenían dos hijas y tres nietos más. Como Emilio hacía años que salió de Valencia, el contacto familiar se había ido enfriando en el tiempo.

      Al menos tanto Carolina como sus padres, aunque sumidos en la tristeza, estaban acompañados. Rezaban para que no ocurriese lo peor.

      Por la tarde le sonó el teléfono a Carolina. Eran sus hijos y eso la alegró enormemente.

      —Hola, mi niño. ¿Qué tal el colegio?

      —El colegio bien, mamá. Hoy he tenido un examen sorpresa de inglés y he sacado un ocho —le explicaba Iván orgulloso—. Mamá, ¿cuándo vais a venir?

      —Hijo, papá ha tenido un accidente y estamos en el hospital. Los médicos lo están cuidando. Yo estoy aquí con él y el tito Lucas. Cariño, no sé cuándo volveremos.

      —Mamá, espera, que Nerea quiere hablar contigo y no me deja tranquilo.

      —¡Mamá, mamááá! —gritaba la niña, contenta de escucharla—. Yo también he sido buena en el cole. Quiero que te vengas ya, que me acuerdo mucho de ti.

      —Ya pronto, mi niña. Papá está malito y lo están curando los médicos. Yo también tengo muchas ganas de veros. Pórtate bien y no les des mucha lata a los abuelos. Si es así, cuando vuelva te compro la Barbie pastelera, ¿vale? —La cría gritó de alegría—. Te quiero mucho, mi niña. —Le mandó varios besos—. Dile al hermano que se ponga, cariño.

      —Vale, mamá, voy a portarme bien. Yo también te quiero. Y tráeme mi Barbie. —Retirándose el teléfono de la oreja, se dirigió a Iván—. Hermano, toma. Mamá quiere hablar contigo.

      —Mamá, dale muchos besos a papá para que se mejore de nuestra parte y muchos más para ti —le dijo Iván con la voz tomada por la emoción.

      —Sí, mi niño, yo se los daré. Os quiero muchísimo. Cuida de tu hermana y ayuda a la abuela, que tú eres ya mayorcito. —El sonido de muchos besos llegó al oído de Iván, que sonrió y se los devolvió—. Ponme con la abuela, corazón.

      Después de hablar un rato con su madre, colgó. ¡Cuánto echaba de menos a sus hijos! Quitando los días de Milán, jamás se había separado de ellos. Cuando los niños llamaron, los padres de Emilio habían ido a tomar café, así que no les comentó nada a los niños de que estaban con ella. No quería que Iván se preocupase más.

      Seguían en la sala de espera. Una hora más tarde el móvil de Carolina sonó de nuevo. Era el director de la empresa de Emilio.

      —Buenas tardes, señora. Me acaban de comunicar lo del accidente de Emilio. Cuénteme, ¿cómo se encuentra él?

      —Buenas tardes. Sigue en la UCI, su estado es crítico. Ha sido un accidente bastante grave. Está muy dañado, sigue en coma. Tiene muchos traumatismos y lesiones internas.

      —¡Cuánto lo siento! Confío en que se recupere pronto y le queden pocas secuelas. Mañana si puede nos manda el parte de baja para tramitarla. Emilio no tenía turno hasta el lunes. Esta semana, como sabe, la cogió de vacaciones.

      Carolina se movió inquieta en el asiento, aunque lo disimuló como pudo para no preocupar a sus suegros, que estaban sentados a su lado. Se levantó y se alejó un poco para poder hablar con tranquilidad.

      —Perdone, ¿dice que esta semana mi marido estaba de vacaciones? —Notó que el director carraspeó nervioso, temiendo haber metido la pata. Carolina creía haber escuchado mal.

      —Sí, nos la había pedido libre para unos asuntos personales. Pensé que usted estaba al tanto —le explicó algo confundido. Decidió dar por finalizada la conversación. Temía haber hablado más de la cuenta—. Bueno, señora, espero que tenga pronta mejoría. Ya nos va informando. Un fuerte abrazo.

      Carolina tras darle las gracias colgó, pues no le salían las palabras. El nudo que se había formado en su garganta y en el corazón lo impedía. En esos momentos notaba sentimientos enfrentados en su interior. Por una parte, pena y dolor por ver a su marido debatiéndose entre la vida y la muerte; por otro lado, rabia e indignación al descubrir que su Emilio no era el hombre sincero y transparente que ella creía. Llevaba quince años a su lado y la vida se estaba encargando duramente de demostrarle que no lo conocía tanto como pensaba. Se sentó de golpe en el sillón de la sala de espera. Le dolía la cabeza de tanto buscar por qué o qué lo había llevado hasta allí.

      En esa tesitura estaba cuando llegó su hermano, que había salido un rato. Solo con mirarla notó que algo no iba bien. Se la llevó fuera. Carolina, alejada de la mirada de sus suegros, le contó enojada lo que había descubierto por la empresa.

      —¿¡Te das cuenta!? ¡Estaba de vacaciones y yo sin enterarme! —Se movía, nerviosa.

      —No te agobies, hermana. Tiene que haber una justificación para todo esto. Lo mismo quería darte alguna sorpresa. —Lucas admiraba a Emilio—. No podemos empezar a imaginar historias raras como si fuese esto una peli de espías.

      —Lucas, no es tan fácil y no te equivocas. Cada noticia que me dan es una sorpresa para mí. Me cuesta asimilar toda esta situación. —Se repetía una y otra vez las mismas preguntas y no encontraba las respuestas—. ¿Qué hacía en Cádiz, con su coche y de vacaciones? ¿Y por qué no me lo dijo y me engañó? Todo esto me está empezando a enojar.

      —No lo sé. Estoy seguro de que no es lo que pensamos. Él os adora, es un hombre bueno y trabajador. Es verdad que trabaja mucho y está poco con vosotros, pero su trabajo es así. Seguro que hay una razón coherente para esta situación anómala.

      Al anochecer los cuatro se dirigieron al hostal. Los padres de Emilio estaban cansados del viaje. Esa noche apenas cenaron, cada uno por un motivo. Carolina no lograba entender lo que estaba pasando. Tras ducharse, se acostó e intentó dormir, mas no consiguió conciliar el sueño. Su mente saltaba de una reflexión a otra, como si en una montaña rusa se encontrase. Además de agotada y apenada, estaba enfadada y confundida. ¡Todo esto no podía estar pasando!

      Al día siguiente, a primera hora de la mañana, la llamó el teniente Ortiz de la Guardia Civil. Aún estaba en el hostal. Llamaba para interesarse por la salud de su marido y por si había alguna evolución favorable. Ella le informó de que todo seguía igual. Carolina, aprovechando el tenerlo en línea, no pudo resistirse a preguntarle:

      —Teniente, ¿han encontrado algo en el coche que me dé alguna pista de qué hacía mi marido aquí?

      —No, Carolina. Comprendo su incertidumbre, pero aún no han hecho el informe pericial. Tardará un tiempo; tenga en cuenta que el coche ha quedado destrozado. Habrá que cortar el maletero y el techo para poder acceder al interior del mismo y todo ello lleva mucho papeleo.

      —Gracias, inspector. Si hay alguna novedad le ruego, por favor, que me llame. Estoy sumida en un mar de dudas y sin saber qué pensar.

      El teniente le dio su palabra. Tras desayunar, los cuatro fueron al hospital. Emilio seguía grave, no había ningún cambio. Pasaron todo el día allí. En un par de ocasiones los dejaron verlo a través del cristal. Carolina lloró en silencio. ¡Qué pena verlo así! Cuando lo tenía delante y lo observaba tan dañado se olvidaba de la batalla que se estaba librando en su interior. Simplemente, recordaba cuánto lo quería y le pedía a Dios que lo salvase.

      A media tarde Lucas convenció a su hermana para irse pronto a cenar y descansar. Llevaba todo el día llorando y sin pronunciar apenas palabra. Los suegros ídem de lo mismo: tenían el corazón en vilo sin saber si su hijo iba a conseguir sobrevivir.

      Carolina en ningún momento les dijo a sus suegros


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