Secuestro historias que el país no conoció. Humberto Velásquez Ardila

Secuestro historias que el país no conoció - Humberto Velásquez Ardila


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sin duda alguna, al éxito de las operaciones.

      Como anécdota, recuerdo qué, en mi especialización sobre resolución de conflictos armados, la cual adelanté en la Universidad de Los Andes, un eminente profesor defendía la teoría de que algunos grupos subversivos como el ELN no habían escogido el narcotráfico como una de sus principales actividades de financiación, y supuestamente eso fortalecía la orientación ideológica que argumentaban tener. Ante tamaño desatino, le repliqué que nunca podría entender el que considerara como un acto de bondad la desacertada decisión de este grupo armado de escoger el secuestro extorsivo como su principal fuente de recolección de recursos para sostener su lucha, siendo esta práctica la más reprochable de cuantas conductas puedan existir.

      Esta no fue una causa perdida, teníamos fe en ella y el esfuerzo no fue en vano. Sin embargo, no podemos olvidar que se pagó un alto precio para lograrlo. Fueron muchos los compañeros que cayeron en esta lucha, y este libro es un homenaje a ellos, a quienes sacrificaron sus familias y sus vidas por buscar la libertad de nuestros ciudadanos. En el sepelio de uno de estos compañeros y amigos pronuncié unas palabras, que concluí con esta frase: «Se es héroe por la forma en que se vive y se sirve, no por la forma en que se muere». Salvar vidas fue nuestra misión y espero haber cumplido con la gran responsabilidad que nos encomendaron.

      A los diez compañeros asesinados en Acarí, a “MacGuiver”, John Edward, Pastorcito, Ballesteros, Altamiranda y Orozco, entre otros, quienes ofrendaron su vida por esta causa, siempre los recordaremos, los llevaremos en nuestros corazones.

      Similar reconocimiento merecen quienes compartieron conmigo esta lucha y aún siguen aportando al país desde diferentes actividades. Estoy seguro de que cuando tengan la oportunidad de leer estas historias se sentirán identificados, las reconocerán como propias y revivirán esos grandes éxitos que llevamos como medallas en lo profundo de nuestro ser, con «lealtad, valor y honradez», como lo dice el lema de la institución.

      EL AUTOR

       A MANERA DE INTRODUCCIÓN

      A LO LARGO DE los siglos han existido siempre personas que buscan degradar la dignidad del ser humano, el valor de la vida y de la libertad; sin duda, el secuestro es una de las peores formas de tal degradación. Colombia, infortunadamente, fue uno de los países con mayores índices de este delito.

      Es fundamental reconocer que, si bien una pequeña parte de la humanidad persiste en aprovecharse a cualquier precio, sobrepasando los límites de respeto a la vida, también otros, sin importar el estímulo financiero, luchan contra ese flagelo, poniendo en riesgo su propia existencia, la de sus familias y las de sus seres cercanos; con su labor intentan que brille la justicia y el orden, para una convivencia justa y libre. Este trabajo requiere de un compromiso total, de una preparación minuciosa y, en general, de una filigrana al dedal para lograr con éxito este propósito.

      Por todo ello, con estas cortas pero sentidas palabras quiero resaltar y agradecer el compromiso de aquellos que luchan día a día para lograr la prevalencia de la dignidad humana, asumiendo todos los riesgos que puedan correr. Precisamente el autor del libro, Humberto Velásquez, es uno de ellos, luchando con profunda convicción por los más altos ideales, y regresando la felicidad y tranquilidad tanto a las víctimas directas de este flagelo, como a las familias que quieren reencontrase con sus seres queridos, sanos y salvos.

      CRISTHIAN KRUGER SARMIENTO

       CAPÍTULO 1

       Aquimindia: Alcanzando un sueño

      INGRESÉ AL DEPARTAMENTO ADMINISTRATIVO de Seguridad (DAS) en enero de 1990, luego de cumplir un riguroso proceso de selección, durante el cual se escogía a un grupo reducido de alumnos, entre más de cinco mil aspirantes. Comencé, como todos los detectives, en la célebre Academia de Inteligencia y Seguridad Pública, Aquimindia. Durante nuestro periodo de formación en la academia del DAS nos enseñaron que «Aquimindia», en muisca significa «Agua limpia»; allí fuimos recibidos por quienes serían nuestros comandantes. El director del DAS, en ese entonces, era el general Miguel Maza Márquez, persona muy apreciada en el interior de la institución. Y el director de la academia, un coronel retirado de la Policía Nacional, tenía un esquema de formación basado en la disciplina que imperaba en su antigua institución. El grado que recibíamos al momento de la posesión como funcionarios del DAS era ‘Detective Alumno’ y el curso tenía una duración variable, de acuerdo con las necesidades de seguridad que el país demandara. Toda la semana permanecíamos internos, durmiendo en alojamientos múltiples, y usualmente los sábados y domingos salíamos a visitar a nuestras familias.

      La formación básica en Aquimindia incluía materias de derecho, entrenamiento físico, polígono, derechos humanos, ética; procedimientos operativos, protección a dignatarios, extranjería, inteligencia, técnicas de infiltración, caracterización y disfraz, entre otras. El nivel académico era exigente y teníamos docentes de diferentes tendencias, entidades y disciplinas. Había militares y policías en retiro, abogados litigantes, servidores públicos y varios funcionarios del DAS, que nos transmitían sus conocimientos buscando forjar unos buenos detectives que pudieran salir a la calle a aplicar lo aprendido, para erradicar las formas de violencia y de delincuencia que en esos momentos azotaban el país. Las jornadas eran intensas; las complementaban los servicios de guardia que prestábamos en la sede principal del DAS en Paloquemao, muy afectada por la bomba que el narcotráfico había puesto en diciembre de 1989. Resultaba muy necesario cuidar las instalaciones y a los que allí laboraban, por cuanto no habían logrado el objetivo de asesinar al director y, en ese momento, el enemigo tenía mucho poder.

      El curso de formación duró nueve meses, y el de otro grupo que se especializó en labores de inteligencia y de extranjería, fue de once. Al término de ellos fuimos distribuidos a todas las ciudades capitales de Colombia y a mí me correspondió Pereira. Para esa época era presidente César Gaviria Trujillo, y la seccional del DAS dedicaba todos sus esfuerzos a cuidar a la familia del presidente del país. Nunca integré de manera directa los esquemas de protección, sin embargo, todos teníamos que aportar inteligencia para garantizar la vida y seguridad de la familia Gaviria. Allí permanecí durante tres años. Siempre me esforcé por ser una persona comprometida con mi trabajo, aunque quizá algo irresponsable en mi vida privada ya que no seguí estudiando y la ciudad se prestaba para ser un poco desordenado. Tomamos bastante, vagamos demasiado, pero… bueno, fueron etapas que se vivieron muy bien y luego se superaron. Digamos que buscábamos otras labores interesantes fuera de cuidar a los Gaviria, pues no había mayor movimiento y las actividades eran rutinarias.

      En diciembre de 1993 me encontraba un día tomando tinto en un sitio al que frecuentemente íbamos con los compañeros, cuando empezamos a sentir un gran revuelo. Naturalmente averiguamos qué pasaba y nos informaron que en Medellín había caído muerto uno de los bandidos más grandes de Colombia: Pablo Escobar Gaviria. Lo anecdótico es que muchos jóvenes lloraron su muerte; lamentaban que hubiera caído el capo de capos. Sin embargo, yo sentí alivio de que por fin fuera dado de baja el delincuente que casi acaba con el DAS; nos puso una bomba en 1989 e intentó matar varias veces al director, Miguel Alfredo Maza Márquez y tantas otras cosas que, sin duda, ya han sido contadas en otros escenarios.

      Después de tres años largos en Pereira, por azares del destino, no por mi propia decisión, fui designado a los grupos Gaula, llamados por aquella época Unase (los grupos Gaula fueron creados mediante la Ley 282 de 1996 y reemplazaron a los Unase. Su composición interdisciplinaria la integraban unidades militares, Fiscalía y Policía Judicial a cargo del DAS y del CTI. Unase: Unidad Antisecuestro y Antiextorsión). Llegué a Bogotá en diciembre de 1994, al Unase Cundinamarca, que para ese entonces funcionaba en el barrio Santa Bárbara Occidental, en un sector de los más opulentos de la ciudad. Era una casa con jacuzzis, piscinas en mármol, vidrios blindados, varios parqueaderos…


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