Irene vuelve a casa. Trinidad Herrero Sánchez

Irene vuelve a casa - Trinidad Herrero Sánchez


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      IRENE VUELVE A CASA

exlibric

      TRINIDAD HERRERO SÁNCHEZ

      IRENE VUELVE A CASA

      EXLIBRIC

      ANTEQUERA 2015

      IRENE VUELVE A CASA

      © Trinidad Herrero Sánchez

      © de la imagen de cubiertas: Trinidad Herrero Sánchez (Sin título. Acrílico sobre lienzo, 35 x 27 cm)

      Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

      Iª edición

      © ExLibric, 2015.

      Editado por: ExLibric

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      Centro Negocios CADI

      29200 Antequera (Málaga)

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      Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o cualquier otro libro puede ser reproducida, grabada en alguno de los sistemas de almacenamiento existentes o transmitida por cualquier procedimiento, ya sea electrónico, mecánico, reprográfico, magnético o cualquier otro, sin autorización previa y por escrito de EXLIBRIC; su contenido está protegido por la Ley vigente que establece penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica.

      ISBN: 978-84-16110-48-3

      Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

      Índice de contenido

       Portada

       Título

       Copyright

       Índice

       Dedicatoria

       Él tomo su mano...

       Breve reseña de Irene

       Agradecimientos

      A mis hijas, Raquel y Cristina, con todo mi amor

      A mis padres, Sergio y Priscila,

      gracias por la vida y por vuestro amor

      Él tomó su mano sin pedir permiso y la volteó, dejando al descubierto sus líneas de la vida, del destino y del corazón. Se sintió casi desnuda ante aquel descarado pirata de barba gris y pies descalzos. A pesar de su indumentaria, había intuido que era un caballero. ¿Fallaba su intuición?

      La miró profundamente, estableciendo una conexión mágica, y volvió sus ojos a la mano de ella, que aún sostenía con su mano derecha, mientras repasaba con los dedos de su mano izquierda aquellas líneas. Se detuvo en una de ellas.

      La abrazó con ternura, observando su sorpresa, y le dijo al oído:

      —Es un milagro que vivas, dos veces podías haber muerto... Él quiere que vivas.

      El desconcierto de Irene iba en aumento por instantes. Primero, su insolencia; más tarde, su mirada penetrante, y, después, la caricia de sus dedos sobre las líneas de su mano, el abrazo —este gesto la había serenado— y aquellas palabras: «Él quiere que vivas». ¿Cómo sabía eso?, ¿cómo podía comprender aquél desconocido lo que estaba sucediéndole?

      Antes de marcharse, aquel tierno pirata puso un libro en sus manos después de escribirle una dedicatoria: «Te deseo lo mismo que deseo para mí».

      —Es un regalo para ti. Acabo de leerlo.

      En los últimos meses, era tal la desesperación, el desaliento y la tristeza que parecía que ya todo había acabado para ella.

      Entonces, recordó que más allá de la vida, más allá de este cuerpo que habitaba, estaba su alma, aunque parecía fragmentada, ausente. Quizá la había abandonado de nuevo, y la última vez, le había pedido, por favor, que se quedara a su lado; le había rogado desesperadamente que no se marchara. No podía vivir sin ella, no deseaba vivir a medias, porque, sin alma, no se puede vivir, es vivir sin vida.

      En ese momento, decidió que viviría, no sabía cómo, pero había tomado la decisión, una vez más, de continuar en la vida. Si aquel pirata de barba gris le había dicho «Él quiere que vivas», ella no iba a llevarle la contraria a Dios.

      Todos los días de la última semana, al irse a dormir, recordaba la imagen de El hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci, y se extendía en el centro de la cama, abriendo las piernas y los brazos hasta suponer que estaba en la misma posición, aquella en la que se sentía una estrella y elevaba sus ojos al techo, traspasándolo y llegando mucho más allá de cualquier techo humano hasta el mismo centro del universo, donde suponía que Dios, de existir, debía encontrarse.

      Irene repetía para sus adentros:

      —Guía mis pasos y sostenme. Acepto lo que me envías y permito que tus designios para mí se realicen. Muéstrame el camino a seguir.

      No contenía su emoción al decirlo, imaginaba que, allá donde Él estuviera, la escucharía.

      —Por favor, envíame una señal.

      Y en el calor de esa emoción, se dormía.

      Dos días antes, al despertar, al tiempo que abría los ojos, dijo:

      —¡Ya está bien! ¡Hasta aquí! ¡Se acabó!

      Se levantó y, tras una refrescante ducha, salió a la calle. Aun habiendo tomado esa decisión, se encontraba sin fuerzas y sintió que necesitaba un abrazo. Se dirigió hasta el lugar donde sabía que encontraría a Miguel, uno de esos amigos de corazón grande que la vida le había regalado.

      —Vengo a que me des un abrazo, lo necesito —le dijo al encontrarlo.

      Miguel dejó lo que estaba haciendo y la abrazó tierna y amorosamente. Irene lloró desesperada en su pecho. Él, en silencio, preguntó y ella, entre sollozos, respondió:

      —No sé qué hacer con mi vida. No encuentro mi lugar en el mundo y ya no salgo de casa. No puedo más.

      Él la abrazó más fuerte y le sostuvo el llanto sin hablar. En esos brazos amigos, encontró la paz.

      Sabía que tenía amigos a quienes recurrir cuando su desaliento la llevaba a un pozo en el que no encontraba la salida, donde no veía la luz. Eran personas que la amaban y a las que ella amaba. Se sabía una mujer de suerte, pero, en su interior, tenía grabado a fuego que los malos momentos había que pasarlos a solas. Siempre le había ocurrido así.

      Cuando se sentía plena y feliz, salía a compartir su bienestar con sus amigos, con sus vecinos, con cada persona que se cruzaba por la calle. Sonreía al caminar y recibía un saludo, una sonrisa, un gesto amable de cada persona con la que se encontraba, aun sin conocerlos, porque sabía


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