Irene vuelve a casa. Trinidad Herrero Sánchez

Irene vuelve a casa - Trinidad Herrero Sánchez


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que no le han dado guantes?

      —No, no sabía que los necesitara.

      —No puede trabajar sin guantes. Ahora le traigo unos.

      Volvió a los pocos minutos con un par de guantes, que Irene se puso con dificultad. Tenía los dedos negros del contacto con los tallos y las uñas rotas de partir ramitas, doloridos sería decir muy poco, casi no tenía fuerzas para seguir cortando. Además, el utensilio que le habían dado la entorpecía, no sabía bien cómo utilizarlo.

      Estaba a punto de llorar, él lo adivinó y volvió a darle ánimos; después de mirarse fijamente a los ojos, dio media vuelta y se marchó. Lo que pasara por la cabeza de aquel hombre nunca lo sabría Irene, si hubiese podido adivinarlo, diría que había sentido compasión. Ambos tendrían la misma edad, muy cercanos a los cincuenta.

      Hubo de dejar estos pensamientos y atender su tarea: «No te distraigas», se dijo, tenía suficiente con tolerar como podía el dolor de su hombro y de sus dedos, aparte de seguir esforzándose por no llorar. Sin embargo, al observar de nuevo a su compañero africano en el camino cercano, un pinchazo le traspasó el pecho y se sintió culpable. Sintió que estaba ocupando un lugar que no le correspondía y que estaba quitando una oportunidad de trabajo a otra persona más necesitada que ella, pues había quienes solo podían optar por esa labor y, además, la realizaban mucho mejor de lo que ella lo haría nunca.

      Tenía otros recursos y seguro que también otras oportunidades, y, sin lugar a dudas, esta no era la suya. No podría volver al trabajo después de la comida, ya que tenía mucha dificultad para mantener sus brazos extendidos.

      La salvó el silbato, salió de entre la nube de compañeros y se dirigió a la oficina, preguntó por el jefe de personal y tuvo suerte de encontrarlo en la puerta. Iba con mucha prisa, pero, allí mismo, pidió hablar con él, así que solo pudo hacerlo delante de todos. Le dio las gracias por la oportunidad que le había brindado, y le dijo que no podía responder en este trabajo, tenía una dificultad física que se lo impedía, su tendinitis. Cuando él le preguntó si quería completar el día y pensárselo, ella le dijo que no podría hacerlo, ya que, de intentarlo, al día siguiente, tendría que pedir la baja laboral y no le parecía correcto actuar así. Se había dado cuenta de que era imposible para ella continuar, aunque se avergonzaba por no poder hacerlo. También sentía que estaba defraudando a la persona que la había recomendado, aunque esto último se lo calló.

      Él la comprendió y le pidió que pasara por la mesa del contable para que le pagara la mañana de trabajo; Irene rehusó y él insistió, habían de abonarle el salario de la media jornada. Se dirigió a la mesa, donde el empleado ya preparaba los documentos necesarios para la firma de baja y los treinta euros correspondientes a su media jornada.

      Al salir de la oficina, fue en busca del encargado y, antes de que se diera cuenta, él la había encontrado. Entonces, le explicó que no podía continuar y le dio las gracias por su ayuda y su buen trato. Aquel hombre le deseó buena suerte.

      Mientras se alejaba de allí, Irene podía adivinar que la miraba marchar y procuró caminar erguida —trató de buscar en su memoria cómo caminaba cuando se sentía feliz y procuró caminar de aquella manera—. No tenía a nadie delante, así que pudo dejar salir todas aquellas lágrimas que llevaban horas esperando, atascadas en sus ojos. Resbalaron por sus mejillas mientras sentía la incongruencia de su actitud; tanto dolor, tanta vergüenza y el caminar erguido, tan erguido como caminaría alguien con éxito, y, sin embargo, había fracasado. Se sentía mal, pero su caminar era el caminar del triunfador. Ella aún no sabía si algún día lo sería.

      Renunciar a hacer algo que la enfermaba era un síntoma de estar en el camino correcto del triunfo. También formaba parte del aprendizaje del vencedor saber enfrentar los fracasos. Y estaba estrechamente relacionado con lo que ponía en su cartel del frigorífico: «Trabaja honestamente».

      Ante todo, ser honesto con uno mismo, porque solo de ese modo se puede ser honesto en el trabajo y con los demás. Diría que ser honesta con la vida es darle lo que tienes, no puedes intentar darle aquello de lo que careces.

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      Cada persona tiene algo especial que la vida le ha dado, cada uno de nosotros posee unas habilidades especiales. Si somos agradecidos por recibirlas y las desarrollamos, podremos devolverlas convertidas en dones, porque solo las habilidades que ponemos al servicio de los demás, al servicio de la vida y del amor, pueden convertirse en dones.

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      Fue directa al centro de salud y le inyectaron algo que ya conocía. Cuando la tendinitis llegaba a su umbral del dolor, le ponían aquella inyección y siempre pensaba lo mismo: que era para un caballo no para una mujer, menos mal que era una mujer fuerte.

      Nada más entrar en casa, pidió a su hija que pusiera agua caliente con sal en una palangana. Cuando María fue a preguntar, solo con mirar las manos de su madre, hizo lo que le pedía y la vio llorar mientras metía las manos en aquella bendita agua caliente. Le dolían tanto los dedos, le dolía tanto el hombro, le dolía tanto el fracaso que ya no podía preocuparse, solo era capaz de ocuparse de sí misma. Irene no sabía qué pensaba María, pero no importaba. ¿Para qué ocultar el dolor? Esto era lo que sucedía y ver lo real era mejor que hacer vivir a su hija una mentira, porque no sirve de nada. Al menos, la verdad te hace fuerte y libre. Y también mostrarse es ser honesta con una misma y con los demás.

      Tardaron en curarse sus dedos más de lo que tardó en remitir la tendinitis. En aquellos días, conoció nuevos amigos, Pedro y Gonzalo, lo recordaba porque, en los primeros cafés con ellos, escondía sus manos, que aún estaban agrietadas y oscuras.

      Sé agradecido

      La vida siempre responde dándonos otra oportunidad y, en esta ocasión, sí podría dar a la vida lo que tenía, acompañaría a una anciana a la hora de dormir. Este trabajo sí podía realizarlo, así que ganaría un salario para su casa y volvería a cantar alto «Gracias a la vida... que me ha dado tanto...», aunque, a menudo, cambiaba el tiempo verbal —«Gracias a la vida... que siempre me da tanto...»— porque creía firmemente que la vida seguiría dándole lo que necesitara. Le gustaba prestar atención a la forma de expresarse y hablar de forma positiva y clara, creía en el gran poder de las palabras.

      Las palabras curan y también enferman, crean y destruyen, estaba segura de que podemos elegir muchas de nuestras experiencias presentes y futuras eligiendo la forma de expresarnos. En este acto, estamos siendo conscientes de lo que queremos para nosotros mismos. Seamos cuidadosos con nuestro lenguaje. Si podemos crear nuestra vida, elijamos bien lo que queremos crear.

      Las palabras, una vez dichas, no pueden volver a guardarse, no puedes volver a tragártelas, así que es mejor cuidar lo que se expresa. Aun sabiendo todo esto, seguía expuesta y transitando por sus pensamientos y emociones como una montaña rusa en numerosas ocasiones.

      Sin embargo, tenía algo claro: cuando hay agradecimiento, algo cambia en el interior. Aunque la vida te traiga experiencias que no esperabas, como a ella ahora. Nunca hubiera imaginado tener escasez económica y le sorprendían los trabajos que la vida le traía, sin embargo, tenía la seguridad de que algo tendría que aprender de todo aquello, alguna lección importante para ella. Así que lo recibía todo de buen grado, agradecida.

      Este último trabajo podía realizarlo más que bien, con excelencia: le daba masajes a Dolores en las piernas mientras le extendía crema hidratante, le hacía la manicura... Siempre recordaría su expresión cuando, por primera vez, se vio las uñas pintadas, con brillo; se pasó horas mirándoselas. Procuraba hacerle el rato agradable hasta la hora de dormir, ella tenía un carácter serio, pero, a veces, reían juntas con verdaderas ganas. ¡Ah, Dolores, que Dios te tenga en su gloria!

      Trabajaba con honestidad, sabiendo que no hay unos trabajos más importantes que otros, que cada uno tiene que hacer el suyo, el que le toca en cada momento de la vida. Al fin y al cabo, estaba segura de que lo importante no era QUÉ trabajo se hace, sino CÓMO se hace y


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