No olvido, recuerdo. Manuel Moreno Castañeda
de manera lúdica, en el seno de mi hogar.
Otra alegría que me causa este premio es el reconocimiento que ganamos todos los convocados. Agradezco a las personas que organizaron este concurso porque tuvieron la gentileza de tomar en cuenta a los mayores de sesenta años, al personal administrativo, a los pensionados, ese grupo vulnerable que en otros sectores está olvidado.
Gracias por tomarnos en cuenta. Nosotros, los adultos mayores, como nos llaman en el lenguaje «políticamente correcto», somos personas a las que algunas veces se nos olvida apagar el agua para el té o cerrar la puerta con llave. Pero todavía no olvidamos lo aprendido, y no me refiero a lo académico, sino al conocimiento adquirido a través de las lecciones de vida y de los años. Bien reza el viejo refrán: «Más sabe el diablo por viejo que por diablo».
Muchas gracias, pues, a los organizadores. Y espero que este concurso siga por muchos años. Edificar la historia de nuestra Universidad es una tarea difícil y es un legado de suma importancia para las nuevas generaciones. Estoy feliz de haber aportado un granito de arena para la reconstrucción de esta historia.
Dudé mucho en participar, no me gustan las competencias (menos esa palabra de moda: «competitividad»). Mis hermanas y personas muy cercanas leyeron mis primeros borradores y me animaron a no desistir. Muchas gracias a todas ellas. Aun así, hubo días en que pasó por mi mente no enviar nada.
Pero la idea de que me leyeran, aunque sólo fueran los miembros del jurado, me impulsó a decidirme. Además, como dijo García Márquez en una ocasión: «Escribo para que me quieran».
Cuando comencé a escribir mi ensayo me invadieron las confusiones. Me di cuenta de que lo que no está escrito se olvida. Llamé a varias amigas que habían entrado a la Universidad antes que yo. Me reuní con unas, les envié correos a otras, así entrelacé mi historia. Muchas gracias a todas ellas. En algunas fechas y en otros detalles no coincidíamos, por eso tuve muchas dudas. Yo no quería contar mentiras, algo muy típico en los mexicanos...
Me siento afortunada de haber trabajado en la Universidad de Guadalajara en los años ochenta, noventa y en el primer decenio de este siglo. Esas tres décadas marcaron una diversidad de cambios en el mundo, en la institución y en general en el comportamiento humano; en el lenguaje y, principalmente, en las tecnologías, que en los trabajos administrativos y académicos provocaron movimientos y sentimientos nuevos y por ende muy extraños.
Para terminar, me atrevo a dar una recomendación al personal administrativo, cualquiera que sea su nombramiento: busquen el cambio de oficinas y de actividades. Quien no se mueve produce moho, y éste no sirve para nada. Les recuerdo las palabras de Abraham Maslow: «Uno debe de luchar contra lo estereotipado, nunca debe permitirse llegar a acostumbrarse a algo».
Muchas gracias a los miembros del jurado, y gracias nuevamente a los organizadores de este concurso.
Muchas gracias a quienes hoy me acompañan, gracias por compartir mi alegría. Ya lo dijo Saramago: «La alegría, si uno está solo, es nada».
Muchas gracias.
Benjamín Flores Isaac
Buenas tardes.
No olvido, recuerdo, pero también disfruto, y mucho...
Muchas gracias a las personalidades que conforman el presídium, muchas gracias a las personalidades que se encuentran en la parte inferior, muchísimas gracias por todo, por su asistencia. Esto que culmina, si lo vemos desde una dimensión real, creo que es una cosa tremenda, inconmensurable, todos estamos más o menos vibrando en la misma frecuencia, todos hablamos de cosas similares, hablamos de permanencia, hablamos de que se extienda, hablamos de que se institucionalice esto, sería fabuloso, porque esto conforma verdaderamente la historia viva de los quehaceres universitarios.
No sólo es una compilación de evidencias, no, es un pedazo de historia de cada uno de los que ahora participamos, ojalá y en la siguiente convocatoria se duplique y hasta se triplique la participación de todos los universitarios.
Ésta es la historia de nuestras vivencias, porque muchos así lo vivimos, así lo sentimos y en algunos casos, claro, como el mío, lo disfrutamos y lo disfrutamos muchísimo y lo disfrutamos tanto que a la hora de hacer la entrevista casi me dijeron: Maestro, córtele porque ya se acabó el tiempo, ya se acabaron los 45 minutos.
Permítanme ahora unos momentitos de pensar en voz alta y para retomar lo que se dijo, qué pasaría si esto ya que se institucionalice, se agranda un poquito más y, como dijo la persona que me antecedió, quizás no como concurso, sino como muestra y entonces invitar a todos los maestros, que si nos pudiesen enseñar aquel papelito que guardan, aquella nota que alguien les dejó, aquella hoja que ustedes encontraron en algún pupitre, es parte de nuestra vivencia, es parte de la historia, es parte de la universidad, el quehacer universitario, eso vendría también agrandado. Si esto se abre también hacia el terreno de la fotografía —todos tenemos fotografías del primer grupo que tuvimos, fotografías del primer salón a donde entramos, fotografías con nuestro primer maestro y con nuestra primera maestra también. Tendríamos un acervo de historia viva, muy interesante y valiosa.
Definitivamente creo que todos los que participamos tuvimos una cierta duda o una cierta inquietud: Bueno, qué voy hacer, qué voy a decir, qué voy a platicar; a nosotros que nos hicieron la entrevista, qué voy a platicar, no sé, pero ¡híjole!, la Secretaría Técnica y sobre todo la persona que nos entrevistó, ¡híjole!, qué bonito nos condujeron. ¿Y usted qué hizo?, y nomás le dan cuerda a uno y solito se va uno por ahí. Es fabuloso y eso de ser fabuloso se convierte en mucha de nuestra actividad, como un elemento motivador, pero además de que es motivador también es vivificante. Dados los días que nos acompañan no quisiera utilizar la palabra... nos hicieron revivir nuestra historia, no, mejor nos hicieron vivificar nuestra historia, ojalá nos permitan seguir vivificando nuestra historia.
Muchísimas gracias.
La filosofía, la historia, las letras
Carlos Vevia Romero
Doctor en Filosofía por la Universidad Pontifìcia Comillas de Madrid; docente e investigador de la Universidad de Guadalajara desde 1974 en los departamentos de Letras y Filosofía. Fue Premio Jalisco en 2009 en el área de Literatura. Es miembro del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco y Maestro Emérito de la Universidad de Guadalajara.
¿Cuál fue su primer acercamiento a la Universidad de Guadalajara?
Fue como una telenovela. Yo tenía muy poca idea de México en general. Entonces se hablaba mucho de que había venido a México un número considerable de españoles después de la Guerra Civil. Yo estudiaba en Hamburgo, Alemania, el doctorado en Filosofía (para la filosofía clásica es muy importante el alemán) y para subsistir daba clases de español en una escuela de idiomas. Un día la directora me dijo: «Mire, ha venido una señorita de México de intercambio y va a estar en la escuela dando cursos de español; acompáñela usted y enséñele la escuela». Se trataba de una joven que había estudiado en la Universidad de Guadalajara durante las primeras promociones de la Facultad de Filosofía y Letras, cuando los alumnos eran tan poquitos que todos se iban juntos a tomar café: los de Historia, Filosofía y Letras.
Trabajamos juntos unos tres años y acabamos casándonos.