No olvido, recuerdo. Manuel Moreno Castañeda

No olvido, recuerdo - Manuel Moreno Castañeda


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Por tanto, hay que apoyar a la Universidad del Estado mientras se mantenga así.

      Doctor, el prestigio que pueda tener una universidad o institución es gracias a la gente que está ahí, porque al final las personas son las que le ponen cara y color a una universidad. Gracias a personas como usted, que le han aportado tanto a la Universidad de Guadalajara, es que esta casa de estudios tiene cierto prestigio. Cuando lo hicieron Maestro Emérito, ¿cuáles fueron sus sentimientos, qué pasaba por su cabeza?

      Siempre he sido muy frío para ese tipo de emociones, yo no tenía ni idea ni me lo podía imaginar. Fue una propuesta de personas amables. Recuerdo que fue muchísima gente, alumnos, se llenó el auditorio grande; habían puesto una cinta al principio para que sólo se llenara una parte del centro y pensaron que vendrían unas treinta o cuarenta personas, no de pie.

      Trinidad Padilla, que era rector en aquel entonces, dijo: «Esto es lo que necesitamos en la Universidad». Esto que se transforma en una fiesta, que no es esa especie de liturgia del Maestro Emérito con unos maestros con barbas blancas largas, sino la juventud apoyando al maestro que ha estado tantos años y esa comunión de alumnos y maestros que antiguamente se hacía; por eso se llamó universidad, la fórmula de la universidad era universidad de maestros y alumnos, Universitas-profesorus et alumnorum.

      Pienso, por ejemplo, en Fernando del Paso, un excelente escritor; en él se ve claramente que está muy bien lo de Maestro Emérito, o en Emmanuel Carballo, un hombre interesantísimo, que conoce muchas anécdotas de la vida literaria cuando empezaba con Octavio Paz, sus revistas; él vivió en México y luego en Guadalajara. En fin, todos estos hombres, pero la gente reacciona así: «¡Éste qué!, pues es un profesor... Sin embargo, la producción ha sido enorme, y no es falta de modestia, porque ha sido mucho trabajo; es otro tipo de escritor, porque no es un escritor de novelas o de poesías, sino de ensayos. También es bueno que se reconozca a los ensayistas y su producción en un sinnúmero de páginas. Hay libros que traduje de más de seiscientas páginas, y si las sumamos son miles de cuartillas de traducción de filosofía y temas relacionados que no estaban al alcance de la mano.

      Algo que me dio una «sacudida» muy agradable fue un libro de la historia de los judíos en el occidente que compré y cuyo autor citaba una de las obras que yo había traducido; dije: «¡Pero esto lo he escrito yo!» Era una cita muy extensa, claro, del autor en alemán, pero yo hice la traducción. Se siente una emoción grande cuando tu trabajo puede ampliarse y ayudar a otros.

      Una vez me llegó una cartita de un señor de Venezuela que había visto en internet el libro y le interesaba; afortunadamente, tenía un ejemplar y se lo mandé. Antes ¡quién iba a pensar!, pero ahora con internet es mágico, es más fácil.

      He tenido muchos alumnos de quienes he aprendido mucho, aunque parezca una frase hecha. Pienso en las primeras promociones, por ejemplo, y vienen a mi mente Raúl Bañuelos, Dante Medina, José Minero y Pepe Bruqui, que aún viven e hicieron varios proyectos de revistas. Ellos se han hecho famosos. Hoy precisamente leí en el periódico que Raúl Bañuelos participaría en un homenaje al músico Juan Pablo Moncayo, nacido en Guadalajara, autor del Huapango. Algunos otros alumnos son ahora profesores de profesores, doctores en Letras. Cuando llegamos eran profesores, por ejemplo el maestro Navarro, que se había preparado a sí mismo, porque antes no había sitios de formación.

      Lupita Mejía, Lupita Mercado, Gómez Loza y Dolores Padilla, todas ellas, dan clase aquí y todas tienen doctorado. Ya puedo morirme tranquilo porque queda en buenas manos la enseñanza. Lo mismo pasa en Filosofía. George Steiner ha escrito muchos libros, por ejemplo, Después de Babel, El silencio, libros sobre la maravilla del lenguaje, problemas del lenguaje a veces muy profundos. Él tiene una página bellísima en sus memorias y dice que el rozarse en los corredores con los profesores de Chicago, cuando él estudiaba ahí, era una experiencia y motivación para él, y saber que él está en buenas manos, que no está perdiendo el tiempo, sino que en verdad está aprendiendo, es casi un deber, y para el país, ¡no digamos! Aunque de repente no se nota, cuando uno mira después de cincuenta años, dice: «¡Ah!, caramba, sí funciona!», sobre todo con materias como filosofía e historia.

      Recuerdo un documental que vi sobre Nueva York en el que se habla de una ciudad debajo de otra en donde se encuentran los conductos de electricidad y los de agua limpia y sucia. En ella se trabaja constantemente, día y noche; están ahí los ingenieros más capacitados, si no se produciría un caos, pero nadie lo sabe, nadie lo ve. Las personas van caminando por la calle y no saben que debajo a cincuenta o cien metros debajo del río, incluso, está todo eso. Lo comparo con algunas materias de las que dicen: «¿Esto para qué sirve?», pero son las que están formando en realidad el sustrato que se verá en personas que luego sepan convivir, que sean tolerantes, que, como políticos, busquen dentro del ser humano el bienestar de todos. Todo eso se cuece aquí en las facultades.

      Así se entiende la diferencia de una persona antes de entrar a la facultad y después cuando termina una carrera. Comprende uno muchísimas cosas que parece que no tienen nada que ver, pero es porque estudió algunas materias que ahora comprende estas otras. La vida siempre está presentando problemas nuevos; eso es cierto, pero aprendiendo a disolver problemas antiguos se aprende a atacar problemas nuevos.

      Por otra parte, quiero señalar que le tengo mucho cariño al Centro Universitario ubicado en Ciudad Guzmán, ¡se me hace tan bonito! Así, tan chiquito y luego cuando mira uno para un lado y se ven los montes y mira para el otro, y también. ¡Ah, caramba! Me invitaron a un curso hace dos o tres años para la apertura de la carrera de Letras, con el doctor Vicente Preciado Zacarías, quien, aunque es dentista, es un gran literato, escribe precioso, por ejemplo, sus recuerdos y memorias. Él fue quien me hizo la invitación. Como dentista, fue el primero en introducir la endodoncia como especialidad en la Universidad. Antes hacían un agujero, tapaban ¡y ya! El doctor escribió un tratado sobre ese tema que fue utilizado durante veinticinco años en todas las universidades latinoamericanas. Cuando se retiró se dedicó a escribir. Fue amigo íntimo de Juan José Arreola y cuenta anécdotas de él que no acaban nunca. Dice que se reunían durante la tardecita y le decía: «Vicente, ¿ha leído usted esto? [¡cosas rarísimas!, como las cartas del Conde Ruso], ¡pues léalas porque le encantarán!» Así era Arreola, leía y leía, y le ponía tareas todos los días.

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      Consuelo Plascencia Vázquez

      Estudió la carrera de Trabajo social en la Universidad de Guadalajara. Se desempeñó como docente e investigadora en el Departamento de Trabajo Social de la misma universidad. También desarrolló su profesión en la administración pública en el área penal. Fue subdirectora del Centro de Observación y Diagnóstico para Menores. Cursó una especialidad en el campo psiquiátrico en la Ciudad de México.

      Hace un buen número de años egresé de la carrera de Servicio social. En la tesis que presenté para mi examen recepcional me permití plasmar unas frases que seguramente han oído y que entonces, como ahora, me parecieron de un profundo significado. Escribí como dedicatoria: «Gracias al ser que me dio la vida y gracias a la vida por lo que me ha dado». Sigo creyendo así: la vida me ha otorgado oportunidades extraordinarias; me ubicó en el seno de una familia unida, nutrida por el amor de una mujer extraordinaria, que fue mi madre, de quien me sorprendió siempre su cualidad inagotable para enseñar con el ejemplo y con la palabra sin proponérselo. Fue el modelo más significativo, ya que de ella aprendí la tenacidad, la honradez y la sencillez.

      Así, después la maternidad salió a mi encuentro y me permitió reconocerme como mujer y como madre; desde entonces entiendo más el quehacer de una madre. Se requiere sabiduría para saber conducir a otros, para apoyarlos en la búsqueda de sí mismos y que alcancen su bienestar. Tal vez por eso elegí dos campos en mi vida académica: ejercer la profesión del trabajador social y mantenerme en la actividad docente formando precisamente a trabajadores sociales.

      Recuerdo


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