No olvido, recuerdo. Manuel Moreno Castañeda

No olvido, recuerdo - Manuel Moreno Castañeda


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lo olvidó y traspasó la barrera de lo profesional porque se cansó, porque no estaba a gusto con la vida o porque no quería ejercer su profesión.

      Antes, en la carrera de Trabajo social, un buen número de aspirantes no habían podido entrar a otra carrera; ahora ya es menos porque hay una selección y también hay rechazados. En mi tiempo había cabida para quienes no entraban a Psicología o a Derecho. En una ocasión hice un sondeo y como unos nueve no tenían que estar en esta carrera. Yo les decía: «¿Saben cuál es el reto?, que se enganchen en el trabajo social, y si de mi parte queda, voy a hacer lo posible porque se enganchen». Unos tres o cuatro se quedaban y otros se iban muy desilusionados a volver a hacer trámites, o desertaban.

      Cuando estuve en Prevención Social y en el Tutelar me llevaba a los alumnos a prácticas. Ellos, a veces, entraban por la puerta grande; llegaban con el director, en este caso. Hicieron muy buen papel, ya que los muchachos trabajaban, tenían vocación, lo que se manifestaba en su solidaridad hacia el otro.

      ¿Cree que ahora ya está más dignificada la profesión de Trabajo social en la Universidad?

      Yo no diría más dignificada, sino más reconocida. Alguna vez lo dijo la fundadora, Irene Robledo: «Este mundo es de hombres y mujeres, lo que pasa es que los hombres se sirven con la cuchara grande». A lo mejor así es, habrá profesiones que se sirven de manera voraz; a los trabajadores sociales nadie nos va a dar nuestro lugar, nadie.

      Si nosotros llegamos a un lugar y nos conformamos con servir café, con llevar correspondencia o archivar, tareas que no tienen nada que ver con la profesión... nos es muy grato que nos escojan para sostener las tijeras con que van a cortar un cordón en un acto inaugural, pero nos tenemos que distinguir por saber trabajar, por nuestro compromiso con el otro, por tener la posibilidad de hacernos notar y que expresen: «¡Ah!, es un trabajador social».

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      En la policía tuve una experiencia de trabajo en un programa enfocado a las sexoservidoras, a quienes llamaban trabajadoras de la vía pública. Ellas recibían información en una base de la policía, en donde estaban expuestas a comentarios de los uniformados. Fui con el director general a pedirle que me autorizara trabajar con las prostitutas en su área de trabajo. Exclamó: «¿Cómo?» Le solicité que me permitiera trabajar en los hoteles donde ellas estaban. «¿Va ir allá, Consuelito?» Le respondí que sí y que me acompañaría un equipo de psicología, de trabajo social y un médico. Aceptó. Comenzamos en un prostíbulo de la calle 5 de Mayo, al principio acudían sólo ocho, pero luego eran más de ciento cincuenta.

      Eran puras mujeres y entre ellas mismas establecieron el uso de preservativos como regla para estar en el grupo, aquella que no usara el preservativo no podía estar en ahí. Como parte de las actividades, ofrecíamos una charla informativa en la que se hacía un ejercicio relacionado con el desarrollo de la personalidad; era una especie de dinámica, no exactamente terapia, una técnica que se llama «círculo mágico». Así empezamos a trabajar y fomentar, sin proponérnoslo, nuevas conductas. Tiempo después hicimos una investigación sobre este programa, que luego fue motivo de una tesis de licenciatura, en la que se encontró que la mayoría de personas que entonces ejercía la prostitución no eran de Guadalajara, sino de otros municipios de Jalisco, con edades entre los dieciséis y los treinta años. Según su versión, dejaban la prostitución después de los treinta porque la competencia era muy grande, ya que cada vez más llegaban mujeres jóvenes.

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      Fernando Gabriel Miranda Valdez

      Licenciado en Derecho por la Universidad de Guadalajara. Trabajó como actuario, ministerio público y auditor en distintas dependencias de la administración pública, como la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y el Supremo Tribunal de Justicia. Se ha desempeñado en esta casa de estudios como profesor de historia e inglés.

      Empecé a trabajar en la preparatoria número 1 cuando era secretario mi compañero Miguel Jiménez Gallegos, pues yo tenía experiencia en historia de México. Para dar mis clases me basaba en el libro del licenciado Peña Razo, que en ese entonces era director de la preparatoria 2. Posteriormente, me cambiaron a la Escuela de Agricultura y después a la preparatoria 2, donde impartí historia.

      ¿Usted ya había salido de la Universidad?

      Estaba todavía dentro del sistema universitario.

      ¿Dónde nació?

      En Pachuca, Hidalgo. Tenía más de tres meses cuando a mis padres, empleados bancarios, los cambiaron a Guadalajara. Así que puedo decir que aquí he vivido toda mi vida.

      ¿Qué carrera estudió en la Universidad de Guadalajara?

      La licenciatura en Derecho. Cuando salí de la carrera empecé a dar clases, primero de historia, como ya comenté, y últimamente en lenguas extranjeras, en particular inglés.

      ¿Qué recuerda de la Universidad de Guadalajara en ese entonces?

      Lógicamente, con el tiempo ha cambiado. Yo conocí a los licenciados Pedro Vallín Esparza, Santiago Camarena, Belón González y Alberto Orozco Romero; ellos fueron mis maestros, quienes moldearon mi carácter y mi forma de ser. No cito a los demás por no cometer las injusticias que el olvido ocasiona, pero éstos son los más representativos. Ignacio Maciel Salcedo era entonces el director de la Facultad de Derecho. Yo me desligué de la facultad en cuanto obtuve un título y seguí ya como profesor.

      ¿Ejerció su profesión de abogado al mismo tiempo que la docencia?

      No, aunque soy abogado, me he dedicado más a la docencia. Iba a cumplir veinticinco años cuando me titulé. Entonces se presentó la oportunidad de que iban a abrir la preparatoria 13 y solicité una plaza de maestro. Al director no lo conocía, pero el sindicato me apoyó. En la preparatoria me dijeron: «Nada más hay lenguas extranjeras». Correcto, quería entrar a la Universidad de Guadalajara porque necesitaba un buen trabajo, con prestaciones, porque ya a mi edad, ¡no comoquiera! Entré como profesor de inglés y así he seguido hasta la fecha.

      ¿Cómo compara aquel tiempo con el de ahora respecto de los maestros?

      Cada persona es distinta. En aquel tiempo eran maestros reconocidos. El ser maestro moldeó mi carácter. Ahora conozco algunos compañeros, pero aquellos maestros tenían un sello distinto, una formación, una cultura que impresionaba y yo, sencillamente, me dejé impresionar. A la Universidad le debo lo que tengo y lo que soy; además, mi padre, Miguel Miranda, que en paz descanse, fue profesor en la Facultad de Comercio y Administración. Por cierto, tengo entendido que un salón de la Cámara de Comercio lleva su nombre. Cuando se dio el conflicto entre la Universidad de Guadalajara y la Autónoma mi padre empezó a trabajar como profesor en el Instituto Tecnólogico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), que acababa de fundarse.

      ¿Cómo ve a la Universidad ahora?

      La Universidad no ha perdido su esencia, pero las nuevas instalaciones me sorprenden. Claro que con el paso del tiempo así tiene que ser y me alegro porque es un bien de la Universidad. El alumno, y lo digo como profesor, que no sepa valorar y aprovechar eso, pues simplemente pasa el tiempo y se va.

      ¿Qué recuerdos tiene de la época en que era un estudiante universitario?

      Los recuerdos son de mis compañeros, que ahora son muchos de ellos profesores de la Facultad de Derecho; a otros los he perdido de vista. Supongo que ésa es la ley natural: la vida nos lleva por diferentes caminos a cada uno sin que sepamos por qué, pero así es.

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      ¿Qué recuerdos tengo? Son tantos. Aprendí a conocer mejor a las personas, a valorar el contraste entre ellas, y esto no sólo como profesor; dicen que enseñando


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