No olvido, recuerdo. Manuel Moreno Castañeda
pluma». Llevábamos un programa perfectamente estructurado. También contó que antes ya nos habíamos presentado en el Teatro Degollado, después de haber ganado el Primer Concurso Nacional de Danza y gracias al apoyo del rector Maciel Salcedo; esto fue a principios de 1967. Durante quince años estuvimos en el teatro cada domingo. Eso nos dio muchas tablas para hacer un buen papel en 1972. Desde ese año la señora Zuno nos tomó como sus muchachitos, incluso nos pidió que le dijéramos tía.
La bandera se entregaría en el estadio olímpico de Múnich. También haríamos una presentación en el Circus Chromeo, aunque era un espacio circular y nosotros estábamos habituados a un escenario con un frente; el público estaría alrededor. Tuvimos que reestructurar todo y ensayar de nuevo, hasta los domingos y días festivos. A veces empezábamos un sábado y terminábamos un domingo en la mañana.
Nuestros papás nos tenían toda la confianza porque éramos como una familia. Había chicas que eran menores de edad y las dejaban ir con toda la tranquilidad del mundo. Recuerdo que durante los ensayos a una chica se le soltó el rebozo y se cayó; a pesar de que se fracturó la mano fue a Alemania.
Nuestro director artístico era Alberto Vega López, que ya falleció. A él le tocó llevar la bandera olímpica a petición de Octavio Sentíes, que era el jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
La salida de Guadalajara fue apoteósica. Se suspendió el tránsito alrededor de la Escuela de Artes porque había no menos de cien carros de los familiares que nos iban a despedir; fuimos 73 personas a Alemania. Nuestro viaje causó una gran expectación; nos llevaron en autobús a la Ciudad de México, donde también mucha gente nos despidió con mariachi en el aeropuerto.
En Alemania nadie nos conocía. Nos hospedamos en el hotel Taxer. Empezamos a desempacar, llevábamos alrededor de tres toneladas de vestuario, eran unos baúles inmensos.
¿Cómo conseguían el vestuario?
Todo nos lo pagó la Universidad. Como nos decía el rector: «Lo que quieran, muchachos». Nunca nos negó nada ni puso ningún pero, así que llevamos muchísimo vestuario, hasta la «Danza de la pluma», que se baila con unos penachos grandísimos, llevábamos doce de éstos. Por el vestuario tan vistoso la gente empezó a curiosear.
Los mexicanos somos bullangueros e hicimos una pachanga a todo dar. Los mariachis sacaron sus instrumentos y empezaron a tocar. Nosotros, en el vil piso, nos aventamos «El son de la negra». Qué filas ni qué entradas ni qué salidas, nada. Uno agarraba a su pareja y ahí donde estábamos nos poníamos a bailar.
La gente pensó en un principio que éramos una bola de muchachos, pero cuando se dieron cuenta de que entregaríamos la bandera olímpica surgió la curiosidad. Todo cambió cuando nos vieron bailar, las ganas que le echábamos y cómo nos divertíamos al bailar; así, al divertirnos nosotros se divertía toda la gente y nos la pasábamos muy bien.
Antes de entregar la bandera nos invitaron a tomar una cerveza en la mejor cantina de Múnich, la Ophra’s House. Esto fue cuando nos habituamos, porque fueron dieciséis horas de vuelo y nos descompensamos. Nuestro director, que ya tenía experiencia, decidió que nos fuéramos tres días antes para que nos acostumbráramos al horario normal. Tres días la pasamos organizando y promoviendo. Fue entonces cuando nos invitaron a la cantina y dijimos: «Vámonos a echarnos unas cervezas». Uno llega, se sienta y le ponen un litro de cerveza en una jarra, no le preguntan a uno qué va a querer.
Después de dos cervezas, los del mariachi sacaron sus instrumentos y le pidieron permiso al gerente que si les permitía hacer ruido. Ellos no querían hacer un presentación ni nada, querían hacer ruido para tocar «Qué lejos estoy del suelo donde he nacido» [la «Canción mixteca»] para alegrarnos. El dueño les comentó que nunca habían tocado otros músicos que no fueran los de ellos, quienes estaban en un quiosco en medio de la cantina. Les sugirió que les pidieran prestado a los músicos su lugarcito, y éstos aceptaron.
Yo creo que entramos a la cantina más o menos a las tres o cuatro de la tarde, después de la comida, y quién sabe a qué horas salimos, quizá a la una o dos de la mañana. Eran mesas larguísimas, tablones en los que pueden caber treinta o cuarenta personas. Ahí se presentó la oportunidad de romper una de las grandes tradiciones, que después fueron muchísimas durante toda mi permanencia en el grupo, por el gusto de bailar. Eso es lo que a uno no se le olvida.
Antes de la inauguración fuimos a ensayar. En uno de esos días nos encontramos al grupo folclórico de Alemania, que después de recibir la bandera bailarían para corresponder con nosotros. Cuando ellos empezaron a tocar su música, nuestros mariachis los imitaron. Al rato era un orquestón de los alemanes y los mariachis mexicanos tocando la misma canción; tienen una facilidad para tocar esos muchachos del mariachi Los Toritos, ¡qué bárbaros!
También nosotros nos pusimos a bailar lo que ellos estaban bailando. Ellos quisieron bailar con nosotros la «Danza de la culebra», pero no les salió nadita, lo cual se prestó para que se hiciera un ambiente bien padre. Incluso el día de la inauguración, a tal grado de que yo no me di cuenta de lo que estaba pasando en el estadio, pues estábamos platicando y vacilando en los vestidores y los pasillos cuando nos dijeron: «Muchachos, ya van a salir». En cuanto empezaron a oírse las primeras notas de «La culebra» y salimos al estadio la gente comenzó a gritar. El sombrero se le hacía a uno como rehilete. Hubo quien se paró, no lo esperábamos. Salimos a echarle las ganas. El video lo pueden ver en YouTube.
A la par de la deportiva se llevó a cabo la Olimpiada Cultural, en la cual nos reunimos numerosos grupos. Hicimos amistad con el de Chile, de la Eucamar, y muchos más.
Los organizadores, el público y los mismos alemanes, ¿qué les dijeron después de la presentación?
Los alemanes son fríos a morir y difícilmente les puedes sacar una sonrisa. El primer gran acto que se realizó fue cuando la bandera de México se izó en la Villa Olímpica. Nos invitaron a bailar, fueron nada más tres parejas que hicieron garras a los organizadores y a todos porque llevábamos un ambiente muy especial. Bailamos «El son de la negra» y «El jarabe tapatío», las de rigor, puesto que íbamos vestidos de charros. Después, los mariachis tocaron «La raspa» y jalaron a muchachos y muchachas, así como a organizadores, y se armó una pachanga.
Entonces los organizadores dijeron «Tiempo, tiempo, porque tenemos que irnos», pero si nos hubieran dejado, nosotros le habríamos seguido. Recuerdo que los Juegos Olímpicos de Múnich fueron los primeros que se transmitieron en forma directa. Por eso, donde nos presentábamos, la gente nos pedía que bailáramos. Por primera vez los alemanes sonreían y se acercaban a saludarnos, la gente se contagió. Los del grupo de Alemania sí se aprendieron «El baile del machete», lo bailaron mucho tiempo con nosotros. Esos son los detalles que marcan y reflejan la idiosincrasia del pueblo mexicano.
Los organizadores llegaban y nos decían: «Muchachos, hoy pueden bailar». Respondíamos: «Señores, si no hay necesidad de que nos lo pidan; usted díganos dónde y pónganos qué y nosotros nos encargamos». Esas cosas uno las guarda. Representábamos a México y también a la Universidad, es decir, la Universidad iba representando a México. Cuando regresamos, el rector nos dijo: «Lo que quieran». Ya no era Maciel Salcedo, creo que era don Rafael García de Quevedo. El director artístico le pidió: «Yo quiero entrar a Medicina». «¡Sale! Libre entrada a Medicina». Nosotros más tiernos, más tranquilos, le salimos con que queríamos un viaje al mar: «Ay, un viaje al mar... Váyanse una semana». Nos mandó una semana a Puerto Vallarta. Entendimos lo importante que resulta la proyección de México a través de la cultura.
La señora Zuno nos adoptó como sus representantes culturales. Atravesábamos fronteras y nunca hacíamos cola, ni siquiera nos revisaban. Éramos libres de pasar cualquier cosa. Ese detalle nos hizo entender lo grandioso que era estar en un grupo que se había convertido en una institución de representación cultural en México, por medio de la Universidad de Guadalajara. Por cierto, este año cumplimos cuarenta años.
El día que regresamos también se detuvo el tráfico. Nos recibieron nuestros padres, maestros