Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris

Géneros y psicomotricidad - Mara Lesbegueris


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      Todos estos planteos retoman también la perspectiva estructuralista de Claude Lévi-Strauss, destacando cómo en los sistemas de parentesco el tabú del incesto promueve la exogamia, la procreación y el uso de las mujeres como objetos de intercambio. Rubin (1998) señala al respecto que, si las mujeres son el regalo u objeto de intercambio, no están en condiciones de recibir ningún beneficio de su propia circulación. El intercambio de mujeres se explica comprendiendo la opresión no dada por su condición biológica sexuada sino por una necesidad de organización social. El “tráfico de mujeres” (Rubin, 1998) refiere al modo en que estas son dadas como tributo, entregadas en matrimonio, intercambiadas por favores, compradas y vendidas; utilizadas como objeto de transacción, sea como esclavas, siervas o prostitutas, pero también como mujeres. En diversas sociedades los hombres tienen ciertos derechos sobre sus parientas mujeres, y estas no tienen los mismos derechos ni sobre sí ni sobre sus parientes hombres.

      También Rubin (1998: 32) destaca que la “organización social del sexo” se basa en el género, en la heterosexualidad obligatoria y en el control de la sexualidad femenina: “El género es una división de los sexos socialmente impuesta”.

      Para esta antropóloga, los postulados de Sigmund Freud y de Jacques Lacan se sostienen dentro de una “cultura fálica” de la sexualidad. La heterosexualidad obligatoria es el resultado del parentesco y la fase edípica constituye el deseo heterosexual.

      En cuanto al colonialismo, es el mecanismo de racialización y generización, clasificatorio y jerárquico, que se utiliza para someter a los grupos que se intentan dominar. Como expresamos anteriormente, género y raza son constructos coloniales.

      Nuestra alusión a la diversidad debe ser reexaminada a la luz del poder y la colonialidad de género tomando en cuenta nuestro propio lugar en el sistema de colonización interna que prevalece en nuestras sociedades. (Mendoza, 2010: 16)

      Curiel (en Curiel y Galindo, 2015), por su parte, recupera el concepto de feminismo decolonial propuesto por María Lugones (2008), dando reconocimiento a una buena parte de las propuestas críticas feministas, de Abya Yala (la denominación kuna de América), de Estados Unidos y de Europa, situándolas desde nuestros contextos, teniendo como premisa la comprensión de que la modernidad occidental fue posible sobre la base al colonialismo, la expansión del capitalismo y la instalación del racismo. Para ello la autora propone comprender críticamente la no fragmentación de las opresiones, la heterosexualidad como régimen político moderno y colonial y las políticas del desarrollo del neocolonialismo.

      En ese sentido, el feminismo decolonial es una apuesta que desestructura el supuesto sujeto del feminismo hegemónico institucionalizado y esencialista, al complejizar y situar una práctica política no solo basada en el género, sino también en la raza, la sexualidad, la clase, la geopolítica, etc., siempre situando las opresiones en una historia crítica que permita entender cómo estas se construyeron de forma imbricada desde las experiencias coloniales. (Curiel, en Curiel y Galindo, 2015: 22)

      Un enunciado de compromiso, que podríamos expresar diciendo: “Estoy dispuesto o dispuesta (porque esto lo pueden decir tanto varones como mujeres) a hacer lo que esté a mi alcance para impedir y para evitar que esto sea así”, donde lo que está a mi alcance no es necesariamente una militancia con pancartas. Y lo que está a mi alcance puede ser la crianza de mis hijos, ser maestra de una escuela, ocuparme de las políticas públicas, puede ser ocuparme de los reclamos ciudadanos con respecto a las políticas del Estado, lo que está a mi alcance puede ser el compromiso que cada uno tome. (Maffía, 2007: 19)

      Comprometernos con los movimientos autónomos que en el continente y a escala mundial llevan a cabo procesos de descolonización y restitución de genealogías perdidas es también una forma de disponernos a habitar de otro modo la vida corporal y colectiva.

      Quizá algunas podamos imaginarnos una psicomotricidad feminista/transfeminista, un feminismo psicomotor, o simplemente un movimiento que impulse a la psicomotricidad a seguir atendiendo los sufrimientos del cuerpo, sin dejar de escuchar la intersección del poder, la desigualdad y los discursos que los legitiman.

      1. “Son equipos de «traductoras» que lo que hacen es asimilar los parámetros de interpretación de la pobreza, la democracia y las relaciones norte-sur en los términos de los grandes organismos internacionales y construir en ese proceso de asimilación y de traducción verdaderos blindajes teóricos tecnocráticos que encapsulan la categoría de género dentro de los parámetros más conservadores que nos podamos imaginar” (Galindo, en Curiel y Galindo, 2015: 30).

      2. El movimiento Ni Una Menos es un grito colectivo, un lenguaje poético y un acuerpamiento en las calles que expresa un reclamo social. La primera marcha del grupo fue realizada el 3 de junio de 2015, en la Argentina, a partir del femicidio de Chiara Páez en Santa Fe, la muerte evitable de una adolescente embarazada.

      3. Para Nancy Fraser (2015: 180), esta perspectiva lacaniana (a la que denomina “simbolicismo”) no permite integrar la cuestión de la hegemonía cultural, ni reconocer la agencia, el conflicto y la práctica social. No es posible preguntar cómo se establece y cuestiona la autoridad cultural de los grupos dominantes en la sociedad, ni cuestionar las negociaciones desiguales entre diferentes grupos sociales que ocupan distintas posiciones discursivas, eliminando de este modo los recursos agenciales, las contradicciones y las posibilidades de cambio.

      4. “El feminismo decolonial asume que un feminismo que no sea antirracista es racista, un feminismo que no sea anticlasista es clasista y un feminismo que no esté luchando contra los efectos de la heterosexualidad, como régimen político, es heterosexista” (Curiel, en Curiel y Galindo, 2015: 22).

      5. Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi, 2006), el analfabetismo está asociado al sexo-género, el grupo étnico y el área en que se vive. El 31,1% de las mujeres que habitan en las áreas rurales no saben leer ni escribir, por lo que se considera que la mujer indígena, pobre y que vive en el campo sufre los mayores factores de riesgo.

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