Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris
posible leer las emociones sin un principio de ordenamiento jerárquico y excluyente?
Pareciera que las “epistemologías de las emociones” no llegan a tener el poder de la “racionalidad científica occidental”. Guiarnos por el plano de los deseos, de las creencias, de los afectos e intuiciones se contrapone aún con la pretensión objetivista que busca des-animar, des-subjetivar, des-corporizar, tanto como sea posible, para evitar “distorsiones” en el proceso de conocimiento.
Cabe destacar que el desconocimiento y la violencia jerárquica no son mecanismos privativos de la mirada eurocéntrica sobre los indios, sino que perviven como mecanismo inconsciente ante lo otro que queremos “dominar” o “conquistar”. Las violencias epistemológicas son ese proyecto de orquestación remota y de largo alcance que ha constituido al sujeto colonial como Otro (Spivak, 2011: 14).
¿Cuál es el sentido de “regular” las emociones?
¿Qué sucede cuando las emociones de sufrimiento se gestan como regularidad en el cuerpo?
Junto a la imposibilidad de acallar las emociones, aparece la necesidad permanente de “ordenarlas” y “normatizarlas”. La medicalización y las “pedagogías del disciplinamiento” han buscado no solo calmar, sino anestesiar y “regular” panópticamente los cuerpos.
Otra forma donde operan afectivamente las “regulaciones” son los habitus13 (Bourdieu, 2002), las regulaciones en el cuerpo (Calméls, 2009c), eso que les permite a los bebés y a niñas o niños pequeños desde temprano ir armado, gracias a otro cuerpo (que cumpla las funciones de crianza), constantes espacio-temporales securizantes. Matrices de referencia que les permiten confiar que tras el llanto o el dolor alguien va acudir para calmarlas o calmarlos. Emocionalidades ritmadas que van armando los primeros códigos corporales afectivos de comunicación, cimientos de la continuidad existencial (Winnicott, 1975) y seguridad afectiva.
Las disposiciones duraderas, afectivas y securizantes, in-corporadas durante los primeros años de la vida, integran los sistemas simbólicos mediante las prácticas de crianza, de acuerdo con las variantes estructurales del habitus del grupo primario al cual pertencen.
Es en una situación de encuentro-placer-alegría donde nace la capacidad de confiar en los otros. Sus contrapartidas, la crueldad y la violencia, producen diversas formas de descorporización y sufrimiento. Si el otro deja de ser confiable; si las tensiones, las irregularidades y el desencuentro se incorporan como constante en los primeros tiempos de vida, los caminos hacia el “repliegue” o la salida hacia el “desborde” se convierten en casi el único camino defensivo. El miedo y la irritabilidad se manifiestan tempranamente a modo de respuestas de autoprotección frente a un contexto vivido como hostil o inseguro.
Las dificultades en el armado de rutinas securizantes se manifiestan para muchas niñas y niños pequeños como dificultades en la regulación del sueño y la alimentación.
Me interesa subrayar que las emociones, si se regulan directivamente, provocan la mayoría de las veces respuestas mecánicas o reactivas; si, por el contrario, se construyen en diálogo afectivo con otros cuerpos, permiten la corporización, y con ello la regulación efectiva y afectiva de otras funciones.
¿Qué emocionalidades crea el capitalismo?
“Las nuevas tecnologías van en sintonía con la descorporización de las emociones” (Calméls, 2013). Emoticones que traducen nuestros estados de ánimo. Caras sin rostros. Dispositivos que obligan a posar y mostrar lo “feliz”, lo “exitoso”, lo “popular”, lo “bello” de un individuo mercantilizado, “fotoshopeado”, banalizado.
El capitalismo, de la mano del espectáculo y el consumo, renueva y crea nuevas lógicas de expulsiones: no hay lugar comercial para proyectar emociones hambrientas, vulnerables, contradictorias, dolorosas, envejecidas, deterioradas, carentes o defectuosas.14 Pero esas emociones “subterráneas” que no deben salir a la luz permanecen en nuestros cuerpos, tapadas, disfrazadas y/o naturalizadas, cuando no diagnosticadas y medicalizadas.
Las estrategias globales apuntan a oprimir las emociones sin poder sublevarnos, porque el opresor ya se ha descorporizado: se ha transformado en un sistema complejo y perverso que combina personas, redes, máquinas, sin un centro tangible y visible. ¿A quién reclamar? ¿Contra quién enojarnos?
Por otra parte, podemos preguntarnos si no existen psicomotricidades ligadas a ciertas “corporaciones”: esas que venden y consumen emocionalidades, solidarias con el neoliberalismo que promueve técnicas de autocontrol, fortalecimiento de la autoestima, métodos de autorregulación personal y desarrollo de las competencias emocionales.
Las emociones para el capitalismo se entrenan, se ejercitan, se controlan, se evalúan. Sin duda, estas propuestas apuntan no solo a regular sino a hacer responsable al individuo, niña, niño, familia de lo que siente y vive sin preguntarse por las causas, sus condiciones materiales, su historia afectiva y las maneras en que los cuerpos viven y expresan su relación afectiva con otros cuerpos.
Las técnicas “globales” de relajación que en muchas escuelas se intentan promover subtienden los siguientes propósitos:
Tranquilizar a los cuerpos.
Ablandar tensiones deseantes.
Anestesiar sensibilidades.
Restringir necesidades de movimientos.
Silenciar los gestos expresivos.
Controlar acciones y pasiones.
En cambio, desde la psicomotricidad y el mapeo corporal propuesto por Calméls, nos interesa pensarnos en dispositivos de trabajo que integren procesos de relajación-acción, en función de potenciar la producción de las corporeidades y sus libertades.
Nos sentimos cerca de las intranquilas y los intranquilos, quienes, aun encontrando la calma, pueden conservar su rebeldía deseante y creativa.
El cuerpo y el poder de las emociones
Sabemos que donde existe opresión también existen respuestas contrahegemónicas, que cuando el placer encuentra alianza con el poder se motorizan las manifestaciones del cuerpo. ¿Qué espacios de fuga y deriva creativa encuentra la emoción?
¿Cómo se entreteje la emoción y el poder de manera positiva?
Spinoza, Deleuze, Guattari, Calméls nos advierten que las potencias colectivas se tejen en un juego dominado por una determinación recíproca (plano de inmanencia), no reglado de antemano por una lógica simbólica, sino deseante o constituyente. Tejen comunidad.
Retomando la filosofía spinoziana, el afecto no es solo un sentimiento sino la potencia corporal que impulsa a actuar e interactuar. La “ética de la alegría” se corresponde con la posibilidad y la potencia que tiene ese afecto en cuanto expande nuestras capacidades y posibilidades de encuentro afectivo con otros, y por lo tanto tiene un carácter transformador de nuestra existencia.
Por ello, la “emoción afectada” (Calméls, 2019c) se potencia en espacios compartidos, cuando se encuentra entre cuerpos: jugando, pintando, cantando, bailando e incluso protestando. Puede devenir-ser revolucionaria cuando los cuerpos pulsionales se encuentran congregados, apropiándose de las calles y de las plazas. En la fiesta y el carnaval, en las marchas y luchas populares, en las asambleas barriales y en los grupos que se aúpan mutuamente para existir.
Pienso-siento la existencia esperanzadora, de una emoción que se manifiesta en comunidad. En la energética vitalidad del acuerpamiento. Viviéndola colectivamente como el lenguaje y producción de lo común. Latiendo con otros cuerpos que gritan, lloran, ríen… una emoción que se expresa en la reunión. Esa emoción no me pertenece solo a mí, ni solo depende de mí, sino que es por el otro que la reconozco y cobra existencia.
La emoción nos dignifica cuando no es un hecho aislado, una respuesta individual, sino cuando me emociono por y con el otro, cuando me emociono de otro emocionado. (Calméls, 2020: 48)
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