Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris
y para el encuentro con otros cuerpos.
No es solo la escritura, lo escrito, también los gritos de las bestias de la noche, los de todos, los vuestros y los míos, los de los perros. Es la vulgaridad masificada, desesperante, de la sociedad. (Duras, 1994: 26)
En el texto escrito converge, por lo tanto, la historia del escribiente con parte de la historia de la humanidad. ¿La escritura como agenciamiento colectivo de enunciación? ¿Huella? ¿Signo móvil? ¿Sombra de mi sombra que se va empequeñeciendo hasta desaparecer?
No hay escritura que quede inmóvil. Una escritura está hecha justamente para entrar en otra escritura y perder en esa otra escritura parte de su origen, parte de su autor. Es decir, la huella perdió al autor. Quedó la huella. (Paín, 1997)
Escribir nos exige el esfuerzo de estar a la escucha de lo que sentimos, pensamos y/o valoramos en el mundo.
Herida y ausencia
Trabajar una materia con fuerza, fabricar o combinar palabras no es siempre darles preciosidad estilística, caligrafía estética, brillo sintáctico y belleza barroca a lo semántico.
Tampoco se trata del mito romántico que instala al escritor en un puro dolor, desgarramiento y/o desolación.
Pero si no es desde donde algo me falta y me duele, ¿para qué escribir? ¿Escribir es el lenguaje del ausente? ¿Para escribir hay que ser más fuerte que lo que se escribe?
La actividad creadora que requiere la producción de obras de arte tiene una función primordial en la constitución del sujeto, le permite poner a trabajar el dolor, darle una dimensión social, materializarlo… El objeto creado surge como resultado de una búsqueda, de una práctica en lucha contra el dolor y la alienación. (Calméls, 2013)
Se escribe y se lucha, entonces, con los aspectos saludables, con los que uno cuenta…
No forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles… De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. (Deleuze, 2006: 14)
Escribir es de algún modo conectarse con el dolor y transformarlo. Duelar las palabras que no encuentro, tramitar las heridas, trabajar con los miedos, las incertidumbres, las broncas y las inseguridades. Cicatrizar.
Por eso escribir es arriesgarse, atreverse a decir, reinventarse corporalmente.
Lengua y estilo
Más que convención de la expresividad se trata de ser convincente con la expresividad de la palabra escrita. La lengua escrita, como sabemos, tradicional y arbitraria, instituye un orden social para el decir. Es el horizonte compartido por todos los hablantes. Los signos (palabras) se combinan conformando frases; sin embargo, eso solo no alcanza para constituirse como escritura. Escribir es lengua y estilo, texto y contexto.
El estilo refiere al cuerpo del escrito y del escritor en cuanto “expresión de su mitología personal”, al decir de Barthes (2011: 18). El estilo lucha contra la lengua (aun estando implicado en ella). El discurso escrito supone más que reglas gramaticales. “Es a través de las palabras, entre las palabras, que se ve y que se escucha” (Deleuze, 2006: 9).
¿Habrá que distanciarse de la ley instituida para encontrar el estilo instituyente? ¿Al escribir hay que separarse del camino protector: directo y convencional?
La dimensión discursiva se produce teniendo en cuenta su contexto de producción y de recepción –pero sin estar del todo sometido–; el estilo se torna subjetivo, creativo, revolucionario, “lengua extranjera” cuando se enlaza la creatividad con la sociedad.
… invención de una nueva lengua dentro de la lengua mediante la creación de sintaxis. “La única manera de defender la lengua es atacarla…” Cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua. (Deleuze, 2006: 17)
El estilo, por su parte, expresa Calméls (2013), no está tanto en el talento sino en lo que falta y me sesga en su diferencia.
Asimismo, el estilo nunca es absolutamente personal ya que, al materializarse, está fuera de y, por lo tanto, se separa de algún modo del cuerpo del escritor.
Escribir con estilo es también dejar marcas personales sobre nuestra existencia sin la garantía de perpetuidad, ya que sabemos que el texto termina de conformarse en el cuerpo del lector.
No es desde la pura expresividad que se escribe con estilo, sino que desde la convención de la expresividad el estilo encuentra en la diferencia su modo particular de decir.
Voces y gritos
Un primer salto cualitativo en la historia de la escritura occidental se inicia con la invención del alfabeto griego (siglo IX a.C.), que proporciona un sistema de escritura fonético de enorme simplicidad. Con él llega de algún modo la “democratización de la cultura”. Preservación y expansión de conocimientos que multiplican las posibilidades del saber y el campo de la literatura.
En estos comienzos y hasta adentrada la Edad Media, la palabra escrita suponía un destinatario lector dispuesto a leer en “voz alta”. La letra en proximidad con el cuerpo del lector fue una de las primeras formas en las que las “letras mudas” pudieron encontrar voz. Los significantes sonoros se anticiparon a la construcción de significantes realizados por el ojo.
Cabe destacar que la escasez de soportes de escritura, añadido a que había muy pocas personas capacitadas para leer, creaba la necesidad de acudir a un cuerpo-soporte (el de un lector) que permitía la “multiplicación sonora de la letra”. De este modo, la voz del lector expandía la letra hacia los “oyentes del texto”.
Desde entonces y hasta bien avanzado el siglo XIX –cuando en Europa y en algunos países de América se implementó la educación primaria obligatoria–, el texto se escuchaba más de lo que se leía.
El escritor necesita encontrar una voz que pueda entonar las palabras escritas: suavizarlas, ritmarlas, silenciarlas, matizarlas o elevarlas si fuese necesario.
La textualidad femenina
Con “letra pequeña, prolija”, así me decían que tenía que escribir una niña…
Si las tachaduras y los borrones para la pedagogía disciplinaria siempre fueron motivo de sanción durante los aprendizajes escolares, en general, para todas las infancias, el cuaderno de una niña debía tener en particular aún más obligaciones y esforzarse por alcanzar el orden de “su apariencia”, bordar el nombre antes de practicar la firma (¿habré firmado alguna vez en el colegio?), la “buena forma” antes que jugarse con la propia palabra.
El refugio: los “diarios íntimos” ¿equivalente a la escritura autobiográfica en la literatura?
Las autobiografías, la poesía y las correspondencias fueron los lugares remanentes habilitados a lo largo de la historia para la textualidad femenina. Producciones reguladas donde prima lo íntimo, los afectos y la sensibilidad (siempre al servicio del otro).
En el ámbito literario, como en el arte en general, las mujeres han sido relegadas o reducidas a menciones parciales. Muchas veces tuvieron que recurrir a seudónimos, escribir de manera anónima, y por ello resignarse a ser personajes secundarios entre sus pares, los escritores varones.
Esconderse bajo el seudónimo masculino3 fue la estrategia encontrada por numerosas mujeres para proteger su vida personal y encontrar un lugar de “libertad de expresión”, desmarcadas de los usos y cánones de la época y el machismo. Una vez más, la postergación individual en función de lo público.
Sabemos que el poder androcéntrico y el sueño lineal colonizador han cercenado la lengua femenina,