Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris
en los seres humanos constituyen parte esencial de la vida relacional, pues mediatizan el juego social, la interacción: “La respuesta frente al hecho emocional convierte al gesto emotivo en una relación sentida” (Calméls, 2020: 48).
Nacemos con la capacidad de producir emociones, que tienen un sustrato tónico muscular (Wallon, 1965). Pero, señala Calméls (2020), no nacemos con afectos; estos se gestan en la relación, y por ello en la medida en que se viven a través de las diversas manifestaciones corporales se expresan como “emocionalidades afectadas”.
Cuando las emociones entran en la dimensión del afecto (Calméls, 2020) se expresan de forma plural y corporeizada. Tienen efecto en lo social y lo social les da sentido. Toman la voz, la actitud postural, el gesto, el rostro, la forma en que contactamos y temblamos.
El desafío es tratar de comprenderlas en sus propios términos expresivos, en su identidad histórica y cultural e incluso en su particular cosmología. La emoción de un bebé, desde sus propios códigos comunicacionales, sin pretender adultizarlos. La emoción de una familia, junto a sus propias configuraciones, sin moralizar sus manifestaciones. La emoción de un ritual, sin teatralizar o ridiculizar lo exótico.
Por ello es necesario advertir la necesidad de que sean enunciadas como emocionalidades “situadas” en una experiencia, en una edad, en una problemática corporal, en una familia, en un grupo, en una geografía, en una cultura. El peligro es leerlas siempre desde nuestros propios códigos y sistemas de creencias, creyéndonos “neutrales” de emocionalidad.
Sí, nuestra perspectiva profesional contiene creencias y racionalidades consensuadas y legitimadas por el propio colectivo. Es importante, por lo tanto, revisar la problemática del “poder” que se nos atribuye, no solo como condición transferencial necesaria para cualquier proceso terapéutico, sino en su dimensión política, porque el “especialismo” no es más que una emocionalidad opresiva frente al otro (muy distinto es ser un especialista que “habilita al otro para…”) (Calméls, 2001).
Por otro lado, considero que si las emociones se reducen a lo orgánico, los sentimientos parecieran ser una construcción de la psique. Sin embargo, podríamos pensar no solo en términos evolutivos o dicotómicos. Complejizar sus relaciones, valorando lo corporal15 como aquello que permite integrar las emociones y los sentimientos en un devenir culturalmente codificado, nombrado, que perdura en el tiempo. El placer o el displacer dejan marca afectiva no solo en el psiquismo sino en la memoria del cuerpo.
Tal vez, incluso, las emociones nos encuentren a nosotros mismos en esa “entre-indeterminación” mucho más compleja que la que soñaban nuestros binarismos naturaleza-cultura. La dialectización walloniana elucidó el modo de pensarlas sin caer en reduccionismos biológicos.
Advierto que los cambios y las transformaciones no se dan por evolución, sino la mayoría de las veces por saltos cualitativos, acontecimientos.
¿Serán las “emocionalidades afectadas” (Calméls) las que cobran centralidad en la práctica psicomotriz?
Creo que la instancia relacional de las emociones es la que nos sigue convocando a las y los psicomotricistas, para sentir-nos en las maneras que tenemos de enunciarlas, colorearlas y habilitarlas –en nuestras conceptualizaciones y prácticas, como una instancia ética imprescindible– que nos permite posicionarnos junto a la otredad, para habilitar desde las infancias la construcción autónoma de las identidades corporales subjetivas/colectivas.
Las alternativas desde donde buscamos promover el “bienestar corporal” no pueden desconocer los modos en que los contextos producen deshumanización a través de las emociones ligadas a la excitación, el estrés, el aislamiento, la agresión y el miedo.
* Este texto se publicó en la revista Entrelíneas. Revista especializada en psicomotricidad, núm. 43, 2019.
1. La subalternidad (Spivak, 2013) es una condición de subordinación, sea esta generada por clase, género, etnia, edad, discapacidad o cualquier otra forma de opresión “cuya identidad es la diferencia”. La autora explica que el sujeto subalterno es hablado por el discurso dominante y esto es lo que le quita posibilidad de pensar con autonomía crítica. Solo transgrediendo su lugar asignado es posible que el sujeto subalterno pueda ejercer su poder epistemológico. Sin embargo, es importante señalar que quizá desde determinadas posiciones no se entienda el lenguaje subalterno, pero esto no quiere decir que ellos no hablen. Mientras no se los escucha, de todas formas, ellos se expresan. Sin duda, desde antes de nacer un bebé es anticipado por el discurso parental-cultural como condición posible de subjetivación, pero esto no quiere decir que el bebé no cuente, en el proceso de corporización, con formas expresivas e identitarias de subjetivación propia, que le permiten interactuar con los otros desde su identidad en formación. La crítica feminista y la poscolonial confluyen en la percepción de una analogía entre la posición subalternada de la mujer y de cualquier otro grupo colonizado/subalternizado.
2. Los autores trabajados fueron Charles Darwin, René Spitz, Lev Vygotski, António Damásio, Baruch Spinoza, Tran-Thong, y cerramos con Henri Wallon, teórico de referencia y de enorme vigencia cuando se trata de pensar las relaciones recíprocas del tono muscular y la emoción. La perspectiva walloniana de la emoción señala que esta tiene una raíz biológica, pero que se constituye gracias al intercambio social.
3. Concepto elaborado por Gilles Deleuze y Félix Guattari (1997) a partir de la reelaboración conceptual del término “biopolítica” de Michel Foucault (1976b).
4. El término “pueblo originario”, según Silvia Rivera Cusicanqui (2014: 60), “afirma y reconoce, pero a la vez invisibiliza y excluye a la gran mayoría de la población aymara o qhitchwahablante del subtrópico”. Según esta autora, se trata de “un término apropiado a la estrategia de desconocer a las poblaciones indígenas en su condición de mayoría, y de negar su potencial vocación hegemónica y capacidad de efecto estatal”.
5. Cabe destacar que, para las neurociencias, las emociones no se ubican solo a nivel subcortical. La información emocional se procesa en dos vías neurocognitivas diferentes, aunque interrelacionadas entre sí. En la vía implícita o mecanismo amigdalino la información va directamente desde el tálamo hasta la amígdala (sin pasar por la corteza cerebral). En la vía explícita o mecanismo hipocámpico la información sigue el camino cortical; va desde los centros de relevo hasta la corteza occipital y parietal (información visoespacial), a zonas temporales (información verbal) y parietales (información somática), teniendo al hipocampo, en el sistema límbico, como integrador del recuerdo (Burín, 2002: 26).
6. Para más información, véanse las reflexiones de Eduardo Viveiros de Castro (2013).
7. “En ese sentido, el feminismo decolonial es una apuesta que desestructura el supuesto sujeto del feminismo hegemónico institucionalizado y esencialista, al complejizar y situar una práctica política no solo basada en el género, sino también en la raza, la sexualidad, la clase, la geopolítica, etc., siempre situando las opresiones en una historia crítica que permita entender cómo estas se construyeron de forma imbricada desde las experiencias coloniales” (Curiel, en Curiel y Galindo, 2015: 22).
8. Pienso aquí en los espacios de formación corporal, en la relajación o en los momentos de “puesta en común” donde algunas y algunos estudiantes “lloran” o se emocionan al recordar parte de su historia corporal, o quienes tratan de contener el llanto, de no mostrarse llorando (los varones tal vez asumen más esta modalidad), o incluso reconociéndolo