Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris
y la hegemonía.
La escritura es otro modo de problematizar la esfera de lo íntimo y de lo público, de lo inédito y de lo editado.
La escritura-autonomía implica una reinterpretación de los significados sociales de nuestro cuerpo como si pudiéramos expresar “dejen ya de escribir la historia por mí”.
Ritmo y devenir
Escribir es proceso, un medio, un entre, un devenir que excede lo realmente vivido, como lo expresa también Gilles Deleuze (2006: 12):
Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. La escritura es inseparable del devenir.
Escribir, por lo tanto, tampoco es un estado. Escribir es pulsar, transcurrir, respirar, musicalizar, ritmar palabras, devenir en texto.
La posición desde donde se mira el mundo, la actitud postural que dispone a la escucha, la mano que traza las letras, los gestos sutiles que calman las heridas; las voces, los silencios y los gritos que se enuncian; la lengua y el estilo que se enlazan; el ritmo, las respiraciones y las intensidades encarnadas genéricamente en el texto nos advierten que “no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo” (Duras, 1994: 26).
1. Gilles Deleuze (2006: 12) recuerda que, para el poeta Henri Michaux, el escritor “es un deportista en la cama”. Tal vez por eso la escritura se complejiza cada vez más a medida que se escribe pero, a diferencia del atleta, su “alto rendimiento” se encuentra en el mayor de los reposos.
2. Para más información al respecto, ver la entrevista realizada a Daniel Calméls (2013) en la revista digital Evaristo Cultural que lleva por título “Escribir con la fuerza del cuerpo”.
3. Algunas, entre muchas, de las que tuvieron que recurrir a un seudónimo masculino fueron las británicas Charlotte Brontë (“Currel Bell”, 1816-1855), Mary Ann Evans (“George Sand”, 1819-1880) y Anne Brontë (“Acton Bell”, 1820-1949), la española Clara Campoamor (“C. Campoamor”, “Clamor”, 1888-1972), las francesas Amantine Dupin (“George Eliot”, 1804-1876) y Sidonie Gabrielle Colette (quien publicó sus primeras obras bajo el nombre de su marido Henry Gauthier Villars o “Willy”; 1873-1954). En la Argentina, podemos mencionar a Emma de la Barra (“César Duayén”, 1860-1947) y a la poeta Olga Orozco (1920-1999), quien utilizó al menos ocho seudónimos masculinos en sus contribuciones periodísticas a la revista Claudia.
3. La “regulación” de las emociones: una posible lectura sobre las dimensiones del poder*
Pre-texto
Advierto a las lectoras y los lectores que este capítulo es un texto borrador que contiene más preguntas que certezas, que está escrito en lápiz (aunque ustedes lo lean en un ordenador o en una pantalla o lo tengan impreso ante sus ojos); que intenta problematizar, más que convencer o determinar, lo que es o se “debería” hacer; que procura –si fuera posible– escuchar más que decir, que contiene incluso mis propias emocionalidades y posicionamientos teóricos e ideológicos sobre el tema que me propongo desarrollar. Es decir, este escrito cuenta con mi conciencia histórica de las circunstancias actuales (situadas geográficamente en la ciudad de Buenos Aires, perteneciendo al colectivo de las psicomotricidades del sur de las Américas, sabiendo incluso que hay diversas psicomotricidades dentro de mi país) y mi interés profesional, académico y político sobre los cuerpos de las infancias subalternizadas.1
No contiene consejos, ni guías prácticas, ni ejercicios para aprender a “regular las emociones” en miras de conseguir “habilidades sociales”, sino que, muy por el contrario, intento reflexionar sobre cómo nuestros propios discursos y observaciones no son descripciones “neutrales”, sino que portan significaciones impregnadas de valorización, por más distanciamientos operativos que intentemos realizar.
Este texto fue escrito para el cierre del seminario del Grupo de Estudio Ornitorrinco en 2018, un grupo de estudio que coordinamos, desde hace más de nueve años, junto con mi compañero –el poeta, escritor y psicomotricista Daniel Calméls–, en el encuentro con colegas, amigas y amigos. Durante 2018 nuestro tema de estudio fue la emoción. Releímos y nos encontramos con textos y autores clásicos2 tratando de aproximarnos a sus líneas argumentales, desde la especificidad disciplinar y el contexto de producción de cada escrito, siendo conscientes de no haber abarcado el tema en su totalidad.
El objetivo en particular de este texto no será transmitirles la síntesis de lo estudiado, sino intentar leer entre líneas la dimensión del poder, esas marcas discursivas que se expresan de manera subterránea en los discursos y las perspectivas teóricas desde las cuales se estudia en este caso la emoción (incluida, por supuesto, la psicomotricidad). Me refiero al poder en el sentido que Foucault lo utiliza, en cuanto regla, prohibición, ley, pero también como potencia: lo que impulsa no solo a hacer sino a interactuar.
¿Cómo se ejerce el poder desde los discursos hacia los cuerpos y sus emocionalidades?
¿Cómo nominan, aprecian, describen, juzgan los diversos discursos las emociones?
¿Cómo se constituye la emoción como objeto de discurso?
¿Cómo percibir la micropolítica3 de las emociones? ¿Será posible revisar lo que decimos y reproducimos desde nuestras teorías y prácticas en psicomotricidad?
El tono con el que leemos las emociones
El conocimiento nunca es neutral, sino inherente a una ideología y a un contexto sociohistórico de producción. Todo saber/poder produce verdades culturales; algunas llegan a materializarse en prácticas y otras no: en cuanto son capaces de producir la realidad que enuncian, cobran una dimensión performativa, es decir, crean a partir de lo que dicen la realidad que enuncian.
Uno de los desafíos de los feminismos ha sido justamente cuestionar los “metarrelatos” de lo “universal” y “trascendente”, que funcionan como garantes de la ficción de un “saber verdadero y puro”. Sobre esa máscara de imparcialidad, está la visión hegemónica occidental y masculinizada que, junto a sus censuras, prejuicios y estereotipos opera en la universalización del sentido.
Desde estas concepciones se producen las categorizaciones que designan los criterios de identificación/diferencia, pertenencia/exclusión, prestigio/disvalor, capacidad/discapacidad.
¿Qué emocionalidades crea el colonialismo?
Pareciera que la emoción continúa presente en nuestro imaginario, junto a los impulsos y la irracionalidad del “pensamiento salvaje”. La portan las indias y los indios, las niñas y los niños, las mujeres, los trans, las personas pobres, negras, discapacitadas, los animales… De las diversas y complejas emociones, la estrategia colonizadora intenta domesticar en particular la ira: la pulsión agresiva, las “energías instintivas del ello”, la que fácilmente se desliza como desobediencia o falta de acatamiento.
Los pueblos originarios4 son derivados, desde un afán inclusivo, al “origen”, y así portan desde la mirada occidental un estatus residual que los confina a la etapa “infantil” de la humanidad. Del mismo modo, en función de la edad las infancias (y mucho más las que tienen una diversidad funcional o sexo-genérica) parecieran ser interpretadas por la “primitividad” de sus expresiones en cuanto requieren un tiempo para alcanzar una racionalización cerebral “más elevada” de la evolución de las funciones “superiores”5 del lenguaje, de las funciones yoicas y “superyoicas”, para poder “gobernar” las manifestaciones emocionales.
¿La sensibilidad griega tiene el mismo estatus que la amerindia? ¿Qué “pretensiones de verdad”