El poder de la aceptación. Lise Bourbeau
¿cuántas veces los he escuchado contar que sus parejas, que dicen amarlos, se niegan a hacer el amor tan a menudo como necesitan? Están convencidos de que dos personas que se aman deberían tener siempre ganas de hacer el amor juntas. Ya ves, los hombres y las mujeres tienen la misma creencia, pero no es expresada de la misma manera: la mujer hace el amor por amor y el hombre hace el amor para el amor. En realidad, el sexo no tiene nada que ver con el amor verdadero. Sin embargo, hacer el amor cuando hay amor entre dos personas es una experiencia de fusión y de placer extraordinaria. Es mucho más habitual que este acto se haga por muchas causas: por deber, por miedo a perder al otro, por miedo a desagradar, por necesidad de atención, por manipulación o por miedo a la reacción o a la violencia del otro, simplemente por tener una sensación física de placer o de poder...
»Otra actitud frecuente que se confunde con el amor verdadero es QUERER LA FELICIDAD de los que amamos A CUALQUIER PRECIO. Estoy segura de que os reconocéis en esta definición, pues la mayoría de la gente confunde esto con el amor verdadero. No quiero decir con esto que debamos permanecer indiferentes frente a los seres queridos y que su felicidad o infelicidad deba importarnos poco. Hablo sobre todo de las personas que no son felices cuando uno de sus familiares no lo es. Este fenómeno es muy frecuente entre padres e hijos, y entre cónyuges. Una persona puede sentir compasión y ofrecer ayuda a alguien que sufre, pero si sufre con él y eso afecta a su propia felicidad, no es por amor por lo que actúa, sino a causa de su actitud posesiva y por el miedo a perder el amor del otro.
Anna me mira fijamente. Parece que le cuesta aceptar lo que acabo de decir.
–Hasta aquí estaba totalmente de acuerdo con todo lo que has dicho –interviene–, pero creo que es imposible estar bien cuando uno ve que la persona a la que ama no es feliz. ¿Conoces a mucha gente que lo consiga?
–Para llegar a eso, tenemos en primer lugar que ser conscientes y después reconocer que nadie en el mundo puede hacer feliz a nadie, que la felicidad no puede venir más que del interior de uno mismo. La reacción que has tenido ahora se debe a que pasas de un extremo al otro. ¿Crees sinceramente que, si una persona es feliz, a pesar de que su pareja no lo sea, es porque se está mostrando indiferente?
–¡Por supuesto! ¿Qué va a ser si no la INDIFERENCIA?
–Es observación y responsabilidad. Te recuerdo que ser responsable es asumir las consecuencias de nuestras decisiones y dejar a los demás asumir las consecuencias de las suyas. Si tu pareja, uno de tus padres o uno de tus hijos decide no ser feliz, debe asumir las consecuencias. Si tú no eres feliz con esa decisión, estás asumiendo las consecuencias de la elección del otro. Sé que esta noción de responsabilidad es difícil de asumir para la mayoría. Volveremos sobre ella varias veces más adelante. Al ser cada vez más responsable, descubrirás que hay un justo medio entre considerarse responsable de la felicidad del otro y mostrarse indiferente.
»Como decía, una persona muy posesiva está convencida de que así expresa su amor por el otro. ¿Cómo reconocer tal comportamiento cuando se presenta en tu pareja, tu padre o tu hijo? Esta persona quiere saber siempre lo que hace el ser amado, lo que piensa, dónde está. En resumen, saberlo todo del otro, controlarlo constantemente. Está dispuesta a utilizar todos los medios para atraer la atención y la presencia del otro: amenazarlo, forzarlo, quejarse, bromear, ponerse enfermo, tener un accidente, mostrarse débil, hacer piruetas, hacerle mimos, acariciarlo, espiarlo, rebuscar en sus cosas, etc.
»Sea cual sea el medio utilizado, esta persona está convencida de que ama hasta tal punto que llega a creer que quiere ayudar al otro, que todo está permitido en el nombre del amor. Por otro lado, dirá a menudo: «Actúo así porque te amo», «Ah, si no te amara tanto... Eres tú quien me fuerza a comportarme de esta manera». Acusa de este modo al otro de su desgracia, pues su felicidad depende de él.
Al decir estas palabras, veo que Anna se pone colorada. Baja la cabeza y, cada vez más incómoda, se inclina para buscar algo en su bolso, que está en el suelo. Saca un pañuelo y pone cara de estar sonándose. Mario parece no darse cuenta de su malestar y sigue escuchando atentamente lo que estoy diciendo.
–Finalmente está el AMOR VERDADERO, el incondicional, que puede ser expresado de una manera general con todos. Sea cual sea el amor en sí, el amor al padre, a la madre, a los hermanos, a uno mismo o a los amigos, el amor incondicional se expresa de la misma forma. Estos son algunos modos de reconocerlo:
EL AMOR A UNO MISMO
Darme el derecho a ser lo que soy en cada momento, aunque no sea lo que quiero ser (por ejemplo, ser impaciente, ser mentiroso...).
Aceptar lo que me diferencia de los demás sin juzgarlo.
Ser capaz de darme placer incluso si creo que no me lo merezco.
Darme el derecho a ser humano (por ejemplo, a tener miedos, debilidades, límites).
Recordarme que todo lo que vivimos es una experiencia y no un error, lo que evita que pueda juzgarme.
Dejar que mi corazón decida y no tener en cuenta las opiniones de los demás.
Aprender de cada experiencia, no desaprobarla.
Prestarle atención a lo que necesito incluso si los demás me aconsejan de otro modo.
Estar bien incluso si no respondo a mis propias expectativas o si no mantengo mi promesa para conmigo mismo o los demás.
Observar lo que ocurre, aunque una vocecita interior diga que no está de acuerdo.
Recordarme que nadie puede ocuparse de mi felicidad, que soy la única persona responsable de lo que me suceda.
CON LOS DEMÁS
Darles el derecho a ser lo que son en cada momento, sobre todo si no son lo que quiero que sean (por ejemplo, si el otro es perezoso o negativo).
Aceptar que el otro es diferente sin juzgarlo.
Dar consejos a los demás o guiarlos sin esperar nada a cambio.
Concederles el derecho a ser humanos (por ejemplo, a tener miedos, debilidades, límites).
Permitirles que decidan por sí mismos, sobre todo si pienso que su decisión es inaceptable para mí.
Recordarme que cada persona tiene necesidad de vivir experiencias diferentes, según su plan de vida.
Dejarles que vivan sus experiencias y que asuman las consecuencias.
Pedir sin tener expectativa alguna (por ejemplo, saber que me ama aunque se niegue a complacerme en lo que pido).
Recordarme que tener expectativas es legítimo solo cuando hay un acuerdo claro entre dos personas.
Observar a los demás, en lugar de juzgarlos o criticarlos.
Acordarme de que no puedo hacer feliz a nadie, que cada persona es responsable de su felicidad.
»Es interesante constatar que un buen número de personas continúa creyendo que la definición que acabo de dar del amor verdadero es la misma que la del egoísmo.
»Están convencidas de que pensar en sí mismo antes que en los demás es EGOÍSMO. Si es vuestro caso, debo precisaros que ser egoísta es querer que el otro se ocupe de nuestras necesidades antes que de las suyas, y esto va en detrimento del otro. Es, por lo tanto, lo contrario del amor verdadero.
»Dime, Anna, ¿puedes darme un ejemplo de una situación en la que hayas acusado a Mario de egoísta?
–Es fácil –se apresura a responder Anna–. Lo encuentro egoísta a veces, sobre todo cuando termina de trabajar. Llego a casa sobre las siete de la tarde, cansada de todo el día, incluida la hora que tengo que pasar en el metro y el autobús. Trabajo en el centro en una tienda de ropa para niños y paso la mayor parte de la jornada de pie. Lo primero que Mario me dice cuando