El poder de la aceptación. Lise Bourbeau

El poder de la aceptación - Lise Bourbeau


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ni siquiera prepara la comida! Creo que lo que más me enfada es que me pregunta eso incluso antes de decirme hola ni de preguntarme cómo he pasado el día.

      –Vamos a ver, querida –replica enseguida Mario–, sabes que necesito el coche en mi trabajo porque tengo que desplazarme a menudo. Además, no me gusta en absoluto la cocina, no sé cocinar nada. Y cuando acabo de trabajar a las cuatro de la tarde es porque he comenzado muy temprano por la mañana. Estoy por tanto cansado cuando llego. No entiendo por qué te quejas, ni siquiera tendrías necesidad de trabajar. Te he dicho muchas veces que tengo un muy buen salario y que es suficiente para la familia. Eres tú la que insiste en trabajar.

      –Sabes que me volvería loca si tuviera que quedarme en casa todo el día. Ese trabajo es importante para mí. De todos modos, siempre pones excusas para que te haga de asistenta. Cualquier idiota puede cocinar. No te pido un festín, una tortillita estaría bien. ¡No pretenderás que crea que no sabes romper unos huevos! Eres un hombre brillante y se te da bien el bricolaje. Estoy segura de que si quisieras podrías aprender a cocinar un poco.

      Al mirarlos y escucharlos discutir, puedo imaginarme fácilmente que este tipo de escena es frecuente en su casa. Parece que ya están habituados a actuar así. Incluso han olvidado dónde están. Toso muy ruidosamente para que se den cuenta de mi presencia. Paran en seco y me miran avergonzados. Me pongo a reír y eso los calma. Poco a poco, empiezan a reírse conmigo.

      –Escucharos y miraros me ayuda a comprender mejor lo que pasa entre vosotros. Lo único que he pedido es que me dieses un ejemplo de egoísmo, Anna. Eso parece que ha tocado tu fibra sensible, ¿verdad? Ahora le toca a Mario. Dame un ejemplo de actitud egoísta de Anna.

      –Tengo muchos. Por ejemplo, me pregunta constantemente a qué hora voy a llegar. Quiere saber siempre dónde estoy, con quién estoy, y eso me pone de los nervios. Soy jefe de compras en unos grandes almacenes y tengo muchas responsabilidades. A menudo invito a algún representante a tomar una copa o a comer conmigo, de ese modo suelo cerrar muy buenos negocios. Anna se queja de que no pienso en ella. Cree que mis clientes son más importantes que ella y me pone cara de enfadada cuando llego. En mi opinión no piensa más que en ella. Debería apreciar todo el esfuerzo que hago por traer un buen sueldo a casa. ¡Estoy empezando a hartarme de la situación!

      A medida que habla, se va mostrando cada vez más afectado y se sonroja. Lo observo y le muestro que acepto lo que me está diciendo. Respiro profundamente y eso lo lleva a pensar que debe hacer lo mismo para calmarse.

      Anna, por su parte, se prepara para contraatacar: me mira, levanta los hombros y respira también intensamente. Consigue controlarse y no dice nada, pero tengo la impresión de que tendría mucho que decir.

      –Según la definición que he dado hace un rato, ¿seguís creyendo que lo que entendéis por egoísmo es acertado?

      Se miran, sin saber muy bien qué responder. Me doy cuenta de que continúan creyendo que el otro es el egoísta.

      –Repito: ser egoísta es quitar algo al otro para disfrutarlo nosotros. Es creer que el otro debe ocuparse de nuestras necesidades. En tu caso, Anna, quieres que Mario se ocupe de tu necesidad de llegar a casa y encontrarte con una buena cena sobre la mesa. Por lo tanto, no es Mario el egoísta en esa situación, pues eres tú quien espera algo de él. Él dice simplemente no a las expectativas. No te quita nada, tan solo no te da lo que tú quieres. Sin embargo, quieres privar a Mario de su tiempo de descanso en casa.

      »¿Sabéis? Cada uno tiene derecho a hacer las preguntas que quiera y a tener expectativas, pero eso no quiere decir que el otro esté obligado a decir que sí. Si aceptamos que no estamos en este planeta para complacer las necesidades de los que nos rodean, eso nos ayuda a ocuparnos de nuestras propias necesidades. Eso se llama AMARSE A UNO MISMO. Si para responder a nuestras expectativas necesitamos de alguien, recordemos que el otro no está obligado a responder. Nos corresponde a nosotros encontrar el medio de satisfacerlas. Por tanto, en tu caso, Anna, lo que deseas es tener la cena en la mesa cuando llegues. Pídeselo claramente a Mario y, si te dice que sí, puede que prepare él mismo la comida o que pida que traigan algo. A lo mejor dice no. Pero recuerda: dice no a tu pregunta y no a ti.

      »Y tú, Mario, ¿ves que aún tienes algunas expectativas con Anna? Quieres que esté de buen humor sea cual sea la decisión que tomes o la hora a la que llegues a casa. Tienes derecho a pedirle eso, pero repito que ella no está obligada a complacerte. ¿Ves que estás más allá de su límite si no accedes a su deseo de que te ocupes de la cena? Por tanto, recordad que es siempre la persona que quiere que el otro responda a sus deseos la egoísta. El otro, al decir no, solo está expresando sus propias necesidades y sus propios límites. No está diciéndole «no te quiero» a la persona que pide. Os habréis dado cuenta sin duda de que, en general, cuando uno llama al otro egoísta, se debe en gran parte a que no hay buena comunicación. Ya tendremos ocasión de hablar de este asunto en nuestros próximos encuentros.

      »¿Sabéis por qué hay tantas personas que tratan a los demás de egoístas cuando estos no responden a sus expectativas? Porque están confundiendo la palabra AMAR con la palabra COMPLACER. En efecto, complacer no es amar, no lo olvidéis. En los dos ejemplos que me habéis dado, ¿os habéis percatado de que el comportamiento de uno no le gustaba al otro? ¡No hay más! Complacer quiere decir simplemente agradar al otro y es siempre en el tener y el hacer, no en el ser. Es falso creer que los que os aman tendrán ganas de agradaros siempre que os convenga. Los que quieren continuar creyendo esto van a sufrir muchos desengaños, frustraciones y enfados en su vida.

      »Creer que complacer significa amar impide también a la gente aceptar la crítica. Cuando uno de vosotros le dice al otro que no le gusta su forma de actuar, de pensar, de hablar, de vestirse, etc., no está diciéndole que no lo ama, sino simplemente lo que no le gusta del otro en ese momento.

      »¿Valoráis lo importante que es aceptar que es IMPOSIBLE estar complaciendo constantemente a los que nos rodean? Los que se esfuerzan por hacerlo ponen de manifiesto que les falta mucho para quererse a ellos mismos, lo que tendrá como consecuencia que dudarán de que los otros puedan amarlos verdaderamente.

      »Ahora, Anna, delante de mí, ¿te sientes preparada para contarle a Mario el problema que me expusiste la semana ­pasada?

      Ella se sonroja, se retuerce las manos y mira después a Mario, que parece preguntarse qué está pasando. Anna lanza un profundo suspiro y me dice:

      –Ya es hora de agarrar el toro por los cuernos y hacer frente a la situación. Estoy contenta de que Mario haya aceptado venir aquí hoy y voy a aprovecharlo. Para responder a tu pregunta, sí, visité a mi madre, como me sugeriste. Se sorprendió mucho al escuchar las preguntas que le hice. Me dijo que prefería no hablar de eso y ver el lado bueno de las cosas de la vida. Finalmente, cuando ya me iba, me dijo que, aun así, pensaría en las preguntas que le hice, si eso era útil para mi terapia. Parece que se cree que seguir una terapia es solo para gente que tiene graves problemas. Se sorprendió cuando le conté que me había metido en una. Eso sí, me escuchó atentamente cuando le conté algunas de las cosas sobre las que habíamos dialogado tú y yo. Creo que se le abrió una puerta y que la próxima vez que la vea la charla será más fácil.

      »Me propusiste también que hablara con Mario, pero no he sido capaz... Estoy más cómoda haciéndolo contigo delante, me siento con más valor.

      Se vuelve hacia Mario, inspira profundamente, suelta un largo suspiro y le confiesa que sospecha que tiene una relación con otra mujer, que ya no la quiere y que tiene pensado dejarla. Lo dice tan rápido que tiene que repetirlo. Su forma acelerada de hablar me hace suponer que ha estado practicando mentalmente varias veces. Él le dice entonces:

      –¿Estás loca? ¿Cómo puedes creer eso de mí? ¡Estoy tan cansado que una aventura es lo último que me apetece! Me decepcionas, Anna: ¿aún no te has dado cuenta de que te amo? Ya no sé qué hacer. Parece que hay algo que me está corroyendo por dentro. Lo único que espero es que no sea cáncer. Tengo miedo a ir al médico y que me lo confirme.

      Me mira y continúa:

      –Me sorprende la imaginación que podéis llegar a tener las mujeres.


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